Fui a Indianápolis en abril de 2014, a la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que se celebraba en el centro de convenciones, a 20 minutos de donde habían disparado al chico.
La sensación de miedo e impotencia que revelaban aquellas llamadas al 911 la noche que murió Kenneth —el hombre atemorizado que se sentía incapaz de defender a su familia y que pedía la protección del Estado, las burbujas domésticas perforadas por el caos de la calle, los ciudadanos respetuosos con la ley paralizados por unos salvajes— es la moneda de cambio de la NRA. La operadora del 911 recomendó al hombre que llamaba que se sentara a esperar; el eslogan de la convención de la Asociación ese año era «Levántate y lucha».