Es, quizás, su obra menos autobiográfica pero está llena de las referencias que han influido en la formación de su identidad y aunque no es su intención primigenia, el lector puede jugar a detectarlas como parte del ejercicio de lectura que empieza con el mismo título: Otaberra es Arrebato leída al revés, palabra que da título a la película más famosa de Iván Zulueta.

“Es curioso porque ha habido lectoras que han estado conmigo desde el principio y conocen mis libros a fondo que me han dicho que les da la sensación de que es el libro que menos tiene de mi propia experiencia pero al que más de mí le he puesto”, dice a elDiario.es a través de videoconferencia. La protagonista de la novela es Renata, una científica que vive anclada en el pasado incapaz de superar la muerte de su amigo a los 16 años. Consigue llevar una existencia más o menos funcional pero sin que su mente esté presente del todo en el lugar en el que se encuentra porque, en realidad, nunca ha conseguido salir de Otaberra, el pueblo donde nació y pasó todo. La escritora juega con las voces narrativas, salta de una a otra según pasan los capítulos, para montar un relato poliédrico en el que el tiempo se estira o se encoge según quién lo cuenta.

“El origen del libro está en un extrañamiento que llevo arrastrando toda la vida en torno al paso del tiempo, que es una condición básica de nuestra existencia”, sostiene la autora. “Partiendo de querer trabajar con el comportamiento del tiempo dentro de la narrativa, me fui encontrando con otras cosas como el sentimiento de pérdida, que está muy asociado también a que el tiempo avanza en una dirección y hace que lo que dejas atrás ya no puedes volver a tenerlo. Eso le da un carácter más emotivo al asunto y menos conceptual”. El duelo de Renata se embarulla con la culpa y la duda de qué podría haber pasado si hubiese actuado de otra manera, si su amigo seguiría vivo si ella no le hubiese rechazado, si hubiese tenido más agallas para enfrentarse a los prejuicios de los vecinos. Y, mientras ella permanece anclada, los años pasan.

La autora experimenta con las ideas que apuntan a que el tiempo es circular o que todo está pasando en el mismo momento y las mezcla con las capacidades de decisión que proporciona la literatura. “En los talleres de escritura le presto mucha atención a qué efecto causa escribir lo mismo en primera persona del presente, en tercera del pasado, etcétera”, afirma. “Y jugué un poco con esas posibilidades que da el contar cosas que son similares pero que con esos pequeños cambios se alteran. Intenté pasármelo bien yo también con ese pequeño homenaje a todo lo que es capaz de dar la literatura dependiendo de si se toma un camino u otro”.

Como en Vozdevieja (2019) o El evangelio (2021), ambas publicadas con Blackie Books, los personajes están en una etapa de su vida que significa cambio. En sus dos anteriores novelas se movían más en la infancia y en Otaberra el suceso esencial ocurre en la adolescencia, época crucial en la formación de la educación sentimental de las personas. “Me suelen interesar esos momentos porque son muy ricos en matices. Siempre estamos en desarrollo pero ahí todavía se está transformando la identidad”, afirma. “Me ha atraído mucho darles el contrapunto de la adultez: hay escenas que están saludando directamente a esos momentos de juventud. Al igual que ocurre en la vida, que de repente te pasa algo a los 35 años que saluda a algo que te sucedió a los nueve”, dice la escritora. Además, en esos tránsitos vitales, las situaciones se mueven a una velocidad distinta y, por lo tanto, las cosas no se viven igual de adulto que de niño. “Siempre me ha fascinado mucho la forma en la que se percibe el tiempo en diferentes etapas, porque en la infancia se dilata un montón y luego empieza a correr más rápido. También hay cosas extraordinarias como que los malos momentos parecen durar mucho pero los buenos parece que se esfuman”, declara.

Ni Renata ni Eusebio, el amigo que desaparece demasiado pronto, encajan en la sociedad que les ha tocado vivir. Ella lo disimula, fuerza la simpatía y reniega de su verdadera personalidad, que solo muestra con libertad cuando está con Eusebio a solas. Él, sin embargo, se comporta tal como es aun a sabiendas de los problemas que le trae. Sus padres no aceptan su ropa, su pelo largo, su manera de expresarse, sus gustos o sus aficiones. Los jóvenes se ríen de él por los mismos motivos y a Renata le inquieta que les vean juntos, después de todos los esfuerzos que hace para ser aceptada. Nada que no le haya pasado a cualquier adolescente en algún momento, incluso a los más ‘integrados’.

“Todos los personajes, si se les da profundidad y se les pone atención, son interesantes, incluso los que encajan perfectamente en la sociedad porque todo el mundo tiene dudas”, comenta Victoria. “Pero quizá a mí me conmueve más retratar a los que no se ajustan del todo, mostrar el porqué y señalar algunas partes de ese ambiente en el que no encajan. Como el canon es tan rígido y tan cerrado, son cosas muy poco relevantes las que conllevan la exclusión social y la violencia”, asevera. Su libro es también una carta de amor y gratitud a quienes que se atrevieron a romper con los prejuicios y seguir su propio rumbo, como Eusebio. “En este libro el personaje rebelde vivió en los 80, una época en la que había muchos rebeldes dentro de un ambiente muy opresor. Esas personas me inspiraron en mis propios momentos de rebeldía porque han abierto camino”.

Uno de ellos es Eduardo Benavente, integrante de Alaska y los Pegamoides y líder de la banda Parálisis Permanente, que murió a los 21 años en un accidente de tráfico. “El personaje de Eusebio tiene mucho de él, porque su biografía siempre me ha conmovido mucho. Y la historia de Rommy Schneider, que se hizo famosa con Sissí Emperatriz pero luego tuvo una carrera en el cine independiente mucho más oscuro me inspiró para el personaje de Renata”, explica la escritora. El ambiente de Arrebato, película que ha visto muchísimas veces, la caja encontrada en la basura y la lista de canciones que escuchaba cuando estaba escribiendo la novela también se han infiltrado en sus páginas. “En el libro también se refleja el impacto de algunas pérdidas recientes de amigos que se han ido muy repentinamente aunque realmente no cuente nada de lo que pasó”, sostiene.

A estas alturas de su carrera, con dos libros publicados en la editorial Esto no es Berlín y tres novelas en Blackie Books, además de relatos en antologías y fanzines, Elisa Victoria ya puede considerarse una escritora consolidada, aunque no se identifique del todo con ese título. “Aspiro a ser una escritora tranquila, sin tanto que demostrar, pero todavía no lo tengo muy claro si lo soy. El síndrome de la impostora sí que me viene acechando todavía, quizá un poquito menos sencillamente solo por el hecho de tener muchos libros publicados”, afirma. “Lo que sí siento es que mi relación con la escritura, que siempre ha sido intensa y muy romántica, con este libro se ha estrechado más. Siento que ahora tengo bastante más confianza con la escritura. Quizá no son los términos ‘escritora consolidada’ pero con la literatura siento que tengo confi a tope”, remata sonriente.