Uno de esos libros trataba sobre el mar. Benaiges se extrañó que la mayoría de sus estudiantes no lo hubieran visto, y les animó a hacer una publicación que se imprimió en su clase bajo el título de El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. Allí, las chicas y chicos de la clase escribieron cómo se imaginaban que sería ese mar que no conocían. A cambio, su maestro les prometió que ese verano, el de 1936, les llevaría a su casa en Mont-roig del Camp, Tarragona, para que lo conocieran. 

Nunca pudo cumplir su promesa. El 18 de julio se producía el Golpe de Estado contra la República y justo una semana más tarde milicias falangistas asesinaban a Antoni Benaiges y tiraban su cuerpo a una fosa común. También mandaron quemar aquellas publicaciones que hacía con sus alumnos, pero alguna se salvó. La historia de Antoni Benaiges ha regresado este año con fuerza a la actualidad cultural y política. En febrero se estrenaba en el teatro de la Abadía una versión teatral con el nombre de aquel cuadernillo dirigida por Alberto Conejero y Xavier Bobés.

La obra volvió a las noticias hace pocos meses cuando el nuevo alcalde de Briviesca, del PP y en el poder por el apoyo de Vox, cancelaba -en una de las primeras medidas tomadas al llegar- la representación de la obra de teatro. Argumentó motivos técnicos y económicos, pero su creador, Xavier Bobés, explicó en elDiario.es que tenía claro que se trataba de un acto de “censura”. “Habla del maestro desde un lugar precioso, de la importancia de la educación y la libertad. De la importancia de la educación libre, rememorando el legado pedagógico del maestro. Es un halago a la docencia”, añadía. Briviesca se encuentra a cinco kilómetros de Bañuelos de Bureba, el pueblo donde el maestro dio clase y fue asesinado.

Meses después de aquello llega a las salas la versión cinematográfica de la historia de Benaiges en El maestro que prometió el mar -que además se proyectará el próximo 8 de noviembre en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla dentro del proyecto Cine y Educación-. Lo hace basándose en el libro de Francesc Escribano, y poniendo la mirada en el hilo que une aquella historia con el presente, con las fosas que no se han abierto, los huesos que no se ha recuperado y la memoria que no se ha restituido. A la par que la historia del maestro, al que interpreta de forma espléndida y llena de luz Enric Auquer, se una en paralelo la de la nieta de uno de los alumnos del profesor que también busca los restos de un pariente (a la que da vida Laia Costa). 

La directora del filme, Patricia Font, explica que se enteraron de la censura de la obra de teatro con “la peli prácticamente acabada” y subraya que cuando ellos rodaron no tuvieron “ningún problema para rodar allí”. Había entonces otro gobierno, y de hecho el filme tiene “colaboración del Ayuntamiento de Briviesca”. “No nos hemos encontrado con esa situación. Es más, esta semana hacemos un pase en Briviesca y, de momento, no ha pasado nada”, añade.

El maestro que prometió el mar se estrenó en la Seminci y llega a las salas tras varios pases previos en donde el equipo está comprobando la emoción y la cantidad de historias que quedan por desenterrar. “La gente se me acerca y me cuenta sus propias historias. Las de sus abuelos, o padres, o hermanos”, cuenta la directora que cree que “aunque a lo mejor haya un poco de sensación de que se ha contado mucho sobre la Guerra Civil, en realidad no hay tantas historias ligadas a la actualidad a través del de la Memoria Histórica”.

Considera que su película es “una manera de de hacer ver al espectador que lo que estamos contando en el pasado tiene una repercusión en este presente”. “No es pasado, es nuestra actualidad y seguirá siendo un tema actual mientras haya heridas por sanar y, sobre todo, fosas por exhumar”, zanja.

Una de las cosas que destacan de la película es su apuesta por la luminosidad para retratar los años del pasado, la llegada de Antoni Benaiges al pueblo y su labor docente; frente al presente sombrío y gris en el que sus huesos siguen en una fosa. A eso ayuda la interpretación de Enric Auquer en lo que describe como “una voluntad absoluta” por aportar esa luz. “Yo quise hacer un tributo, un homenaje a todos estos maestros y a Antoni en particular, porque yo me enamoré de él, y está esta idea de que todos podemos aportar algo a la reparación. Y yo he puesto mi cuerpo, mi talento, mi alma, mi poética, mi poesía, para reconstruir a un hombre al que quisieron borrar después de asesinarlo. Una víctima. Y creo que hoy en día, que ahora hay tanta polarización sobre este tema y como un enfrentamiento ideológico sobre los muertos que están en las cunetas, a través de la emoción se puede empatizar”, dice el actor.

A él no le importa que les acusen de rodar ‘otra película sobre la guerra civil’. “Me da un poco igual, porque es que mientras no se repare todo siempre tendrá que haber una historia de la Guerra Civil. Es necesario.Mientras quede dolor, mientras quede algo que revisar, se tendrán que hacer, y quien no lo entienda pues que no lo entienda. Es que encuentro estas historias súper necesarias. Es el relato que nos seguimos mereciendo, nos tenemos que seguir revisando y tenemos que seguir hablando de esto. El otro día en Valladolid estaba todo el mundo llorando de pie. Diez minutos aplaudiendo”, opina. 

Recuerda las conversaciones con la gente después de la proyección y le viene a cabeza algo que dijo Marina Garcés, una de las dramaturgas de la obra cancelada. “En aquella obra había una reflexión sobre cómo se transmite un olvido. Una pregunta que creo que es una síntesis perfecta para responder a esos que dicen lo de ‘otra película de la Guerra Civil’. Pues sí, porque todas estas personas que conocían a los muertos se están muriendo sin transmitírselo a sus nietos. Y hay muertos que van a quedar en el olvido, y eso es una mierda, eso es asqueroso para todos”, apunta y lanza otra reflexión: “Estos son no son los muertos de una parte, sino son los muertos de todos, y hay que tomárselo en serio para que España tenga un poco de dignidad y un poco de reposo”.

Todo gracias a un personaje que “era muy idealista”, que creía “en la utopía a través de la educación y cómo a través de ella se podía crear una patria futura, preciosa, de librepensadores y hombres buenos”. Algo en contraste con los tiempos que vivimos, “con poco relato de la utopía y muchos relatos nocivos de distopías horrorosas”. “Encuentro algo premeditado en eso y lo veo horroroso. Nos deberíamos responsabilizar de crear relatos más bellos, con una idea de futuro más idealista”, subraya Auquer y por un momento es imposible no contagiarse de su ilusión. La misma con la que aquel maestro llegó a un pueblo de Burgos y cambió la vida de todos los que se cruzaron en su camino.