Aquellos inicios de rebelión se intentaban apagar con fuerza, pero también intentando ocultarlos. Pinochet también dominaba los medios y estableció una censura férrea para que nada escapara a su control. Sin embargo, desde 1984, cuando comienzan las protestas, tres periodistas se unieron para crear un noticiario de oposición al régimen. Ellos eran Fernando Paulsen, Dragomir Yankovic y Augusto Góngora; y el programa, Teleanálisis, ha sido reconocido posteriormente por la UNESCO como parte del Programa Memoria del Mundo.
Arriesgaron su vida por informar de lo que pasaba y vieron cómo en aquel convulso año 86 se asesinaba a un periodista opositor, José Carrasco, vicepresidente del colegio de periodistas. La vida de aquellos periodistas es memoria histórica, memoria de un país que sufrió en sus carnes el terror de Pinochet. De todos ellos, fue Augusto Góngora ?fallecido en mayo del año pasado? quien alcanzó más popularidad. Quizás por ello, cuando en 2020 se dio a conocer que padecía de alzhéimer, la noticia afectó de forma frontal a la sociedad chilena. Aquel que fue memoria del país la perdía poco a poco.
En ese juego de memorias, la íntima y la política, coloca su nuevo documental La memoria infinita la directora chilena Maite Alberdi. Ya había mirado con humanidad a los ancianos de una residencia en la original El agente topo, que fue nominada al Oscar al mejor documental. Aspira a lo mismo con este filme que ya ha pasado el primer corte de la Academia de Hollywood y que emociona hasta la lágrima allá por donde pasa. Alberdi logra retratar cómo el amor trasciende hasta la enfermedad. Cómo igual que se recuerda el amor hay que recordar la historia de un país. Lo hace retratando la relación entre Góngora y su pareja, Paulina Urrutia, actriz y ministra de Cultura durante el Gobierno de Michelle Bachelet.
La idea de que el documental girara en torno a la memoria no estaba en el comienzo. Fue la tierna forma de mirarse y tratarse entre ellos lo que llamó la atención de la directora. Acudió a la universidad donde daba clases Paulina Urrutia y allí estaba Augusto, sentado en primera fila atendiendo. Ya padecía alzhéimer, y Urrutia lo llevaba con ella. “Él ya había comunicado en los medios que tenía alzhéimer, pero me sorprendió que ella le integrara de esa forma en su vida. Había visto muchas personas con alzhéimer, pero no había visto nunca una relación como esa. Me sorprendió el cariño y ver que lo estaban pasando bien. Eran una pareja que disfrutaba de lo cotidiano y además ella no era solo la cuidadora, sino que había un entorno que también le cuidaba de alguna manera”, cuenta la directora.
Ahí intentó convencerles de que quería grabarles en la intimidad. Que la cámara captara su relación. Él tuvo claro que sí a la primera. Ella, no. “Poco a poco nos fuimos convenciendo, porque era una decisión que también tenía que ser compartida con los hijos de Augusto. Nos dimos cuenta de que era esa la manera que él había tenido siempre de vivir su vida, registrándola. Haciendo memoria, pero también memoria de sí mismo. Con valentía y con transparencia, porque él nunca quiso ocultar el alzhéimer. A eso le sumamos la sensibilidad de Maite y su manera de narrar e hicieron la dupla perfecta, porque yo soy solo un pivote aquí”, dice Paulina Urrutia quitándose mérito.
Fue más que un pivote. La pandemia pilló en medio del rodaje y fue ella quien cogió la cámara y grabó la intimidad de ambos durante el confinamiento. También momentos duros donde vemos a Augusto desubicado, sin memoria. Sin recordar la cara de su pareja. “Creo que eso es muy emocionante en el sentido de que es un registro personal de su trabajo. Ella fue la gran motivadora y la creadora del relato de la película, la obrera que estaba ahí cuando no se pudo grabar y que empieza a ver esa necesidad de seguir registrando en un momento en donde no se podía”, dice Alberdi.
El inicio fue “la historia de amor”, pero los recuerdos de él, su trabajo y “todo el material de su programa Teleanálisis” empezaron a salir en las grabaciones, y el tema de la memoria empezó a cobrar fuerza. Un trabajo que llega cuando se cumplen 50 años de aquel golpe de Estado. Paulina Urrutia y Maite Alberdi creen que en Chile se vivió un proceso de cambio justo cuando Augusto comenzó a contar de forma clandestina lo que ocurría: “Lo que pasaba no era un discurso oficial que todos viéramos. Era clandestino, se pasaban las cintas en mano. Tomó muchos años poder hablar sin miedo de ciertos temas en los canales oficiales, pero creo que el país se sintió con la libertad de comunicar abiertamente esa historia. La película habla también de este momento. Podemos hacer actos conmemorativos, pero si no recordamos el dolor de lo que nos pasó en el cuerpo con esas situaciones, nunca vamos a vivir realmente el duelo histórico y, por supuesto, se van a volver a repetir los hechos”.
Paulina Urrutia recuerda una cita de Augusto para reforzar esta teoría, “la única manera de hacer memoria es con vocación de futuro” y añade que es una labor de todos que esa memoria no se pierda: “El ejercicio de la memoria, el recuperar nuestra historia, es un ejercicio permanente y es maravilloso cuando el arte toma parte de esa tarea que es una tarea ciudadana y una tarea de Estado”.