Los miserables se presentó en el Festival de Cannes en 2019 y dejó a todos noqueados. ¿Cómo aquel director, salido de las banlieues parisinas, había logrado una obra con semejante músculo?
Ladj Ly no solo había roto el clasismo del cine, sino que había decidido luchar porque lo suyo no fuera la excepción. En Montfermeil, su barriada –y después en otros países– creó una escuela gratuita en donde tampoco había filtro de edad para quienes quisieran aprender a hacer cine. Su desafío a las normas no se quedó tampoco ahí. Mientras que cualquier cineasta hubiera aprovechado su prestigio para hacer películas más grandes, incluso en Hollywood (Los miserables fue nominada al Oscar a la Mejor película internacional), Ly decidió seguir viviendo en su mismo barrio y seguir contando las historias que ocurrían allí.
Así llega su segunda película, que comparte espíritu y casi podría ser una secuela apócrifa de su debut. Los indeseables pone el foco en el problema urbanístico. En la gentrificación, en los desahucios. En las políticas del ladrillo. En la violencia política hacia los más desfavorecidos. Otro bofetón al espectador en forma de película eléctrica y antisistema. Ladj Ly lo logra desde una primera escena desgarradora. La bajada de un ataúd por las escaleras de un edificio de Montfermeil. Un sitio tan angosto y decrépito en donde no hay posibilidad ni de enterrar a un ser querido con dignidad.
Si Los miserables centraba el foco en la violencia policial, para Ladj Ly, su nueva película habla de “otra forma de violencia, la política, y ambas son igualmente peligrosas”. El título hace referencia a cómo ve la gente a aquellos que viven en las banlieus. A los que son de otra raza, de otra clase social. Él se incluye: “Los indeseables somos nosotros. Somos la gente que creció en estos barrios, es la gente que viene de otros lugares. Son los débiles, son los pobres, son aquellos a quienes no queremos ver como vecinos”.
Cree en un cine “combativo y comprometido”, y sobre todo “político”. Para elegir el tema de su segunda película tuvo claro que quería seguir en su barrio, pero decidió usar una puesta en escena más pausada que en la anterior y hablar de temas que afectan a sus vecinos, como la vivienda, “un problema que preocupa a millones de personas”. “En Francia hay más de cinco millones que viven en viviendas precarias. Este problema de la vivienda que trato en mi película, la expropiación, la especulación inmobiliaria, la gentrificación, creo que concierne a todas las grandes ciudades del mundo”, añade.
La sucesión de hechos es siempre la misma: “Los más ricos se desplazan para ocupar el lugar de los más pobres y los más pobres son arrojados a cientos de kilómetros de distancia. Es un tema que me parece interesante discutir, sobre todo porque también es una historia personal. Yo crecí en estos barrios, éramos propietarios, y después de 20 años, cuando terminamos de pagar la propiedad, nos expropiaron por una miseria. Entonces me prometí que algún día hablaría de ello en una de mis películas”.
Los más ricos se desplazan para ocupar el lugar de los más pobres y los más pobres son arrojados a cientos de kilómetros de distancia
De momento no quiere “hacer películas grandes en EEUU”, y prefiere “contar historias sobre lo vivido estos 40 años en estos barrios”. “Quizás más adelante haga otras, pero me dedico a contar lo que mejor conozco, y son los suburbios de Francia”, cuenta y confiesa que la próxima no ocurrirá en las banlieus, pero que planea volver a ella en la que ya sería su cuarta obra, porque cuando escribió Los miserables siempre la concibió como una trilogía que tiene claro que quiere cerrar. La siguiente no será en su barrio, pero “no será una comedia y seguirá siendo una película comprometida”. “Creo que ese es mi ADN, mi identidad. Intento hacer películas que tengan significado. Elegir películas comprometidas, y la próxima será así también”, avanza.
El cineasta contrapone las decisiones de sus dos personajes, el de Haby, una joven musulmana, y que “rara vez se ve en el cine”. “Ella mantiene la esperanza, lucha, crea un partido político y se hace con el poder. Creo que necesitamos estos ejemplos para una nueva generación. En el otro lado está el personaje de Blaz, que es inteligente, que estudió, pero que no logra entrar en el sistema y entra en una depresión y en una locura. Se rinde. Está desesperado, y eso lleva a la violencia, porque a veces, lamentablemente, con violencia conseguimos cosas. No digo que eso sea algo bueno, pero sí que a veces puede servir para ciertas causas. Son dos maneras completamente diferente de afrontar las cosas”, sostiene.
A pesar del éxito como director, continúa con su proyecto Kourtrajmé, que nació hace seis años como “escuela gratuita, abierta a todos, sin requisitos de calificación, sin límite de edad” y con un objetivo claro, “romper los códigos”. “Ver que podemos venir de los suburbios, del campo, o de cualquier lugar de Francia y tener este deseo de hacer cine, de contar cuentos, y que podemos tener un sitio donde hacerlo. Acceder a una escuela de cine es complicado y económicamente difícil. Necesitas un examen de ingreso, es misión imposible. Yo nunca podría haber ido a la escuela de cine”, zanja mientras hace una defensa a ultranza de la esperanza: “Es complicado, pero es importante”.