Eso explica —como en Córdoba con la vieja ciudad omeya de Medina Azahara— que sus piedras estén repartidas aquí y allá, por las casas y fincas del pueblo. Sus tesoros más notables —portadas, retablos, pinturas…— hicieron las maletas y optaron por el exilio. Con destinos exóticos: del Museo Nacional de Escultura de Valladolid a una localidad norteamericana situada en el estado de Kansas. Con este currículo de despropósitos, con tal daño infligido al monasterio, ¿quién podría pensar que brillara en el siglo XXI como lugar de cultura?
Claro que el logro de La Armedilla no se resume en dos líneas. Como en otras empresas de éxito ligadas al patrimonio, hace falta tiempo y algo más. Así ha ocurrido en Santa María de Rioseco, Fuenteodra o Villamorón (todos en Burgos). “Lo que une a todos estos proyectos es la figura del voluntario patrimonial, personas que se unen para sacar una iniciativa adelante”, analiza Roberto Losa, arqueólogo y vicepresidente de la asociación Amigos de la Armedilla.
El colectivo nació oficialmente en 2017, pero los frutos que hoy se exhiben, como los conciertos, rutas teatralizadas o talleres medioambientales, vienen de hace dos décadas. Entonces, un grupo de jóvenes (la mayoría, arqueólogos) se ilusionaron e implicaron con la posibilidad de investigar el patrimonio de Cogeces del Monte y su entorno, un enclave natural de privilegio ligado al río Duero, a la producción de vino en el territorio Ribera del Duero, y a un patrimonio excepcional.
Panorámica de las ruinas del monasterio al atardecer“Éramos un grupo pequeñito de arqueólogos, documentalistas y gestores del patrimonio que contactamos con especialistas que habían trabajado en la zona para poner al día los datos que ya existían”, explica Consuelo Escribano, presidenta de Amigos de la Armedilla. El primer logro fue desnudar el origen de este monasterio situado en un altozano rodeado de pinares. Hasta la fecha, la historiografía y la tradición habían amparado el origen cisterciense del monumento. Sin embargo, la propia Escribano albergaba dudas.
Sobre el terreno, la investigación le dio la razón: ni un solo papel, ni una sola fuente hacía referencia al Císter. Antes de la llegada a la zona de la Orden de San Jerónimo (estrechamente ligada al monasterio de El Escorial), tan solo existía en el enclave una antigua granja y una cueva en cuya ermita comenzó a venerarse la imagen de una Virgen. Fueron los jerónimos quienes se encargaron de levantar, fase por fase, un gran complejo monástico que fue rematado en el siglo XVI con la construcción de una iglesia de estilo gótico-renacentista, a la que hoy falta su bóveda casi al completo.
Un museo despojadoPor el camino, además de echar abajo el falso origen cisterciense del complejo, la labor de estudio puso sobre la mesa las graves consecuencias del expolio sufrido desde la desamortización. Digamos que todo lo que tenía (o parecía tener) valor acabó emigrando. “Tuvimos suerte de que fuera el Estado el que decidiera arrancar la puerta de acceso a la iglesia”, reconoce Consuelo Escribano acerca de la estructura que hoy se puede ver en el Museo Casa Cervantes. Aunque no entera.
Detalle de la espadaña de la iglesia del monasterio vallisoletanoUna de sus partes más significativas —el relieve del tímpano— fue vendida por vecinos del pueblo a un anticuario segoviano que hizo negocio con la pieza, entregándosela en 1928 al falso hispanista norteamericano y agente de arte internacional Arthur Byne. Tras un largo periplo en Estados Unidos, terminó formando parte de la colección del Museo de Arte de la Universidad de Kansas, en la ciudad de Laurence (Arkansas).
Entretanto, otras piezas y obras de arte se fueron desperdigando. Tal y como relatan desde la asociación, las campanas fueron trasladadas a la Casa de la Moneda de Segovia para ser fundidas; las escaleras que conducían al altar mayor de la iglesia terminaron en un castillo de Madrid; los órganos sonarían en otra iglesia de Valladolid y las pinturas se distribuyeron entre los pueblos del entorno y el Museo del Prado, que custodia un magnífico óleo del siglo XVII en el que aparece retratado san Teodoro.
Pintura de San Teodoro, hoy en el Museo del PradoAunque, sin duda, una de las operaciones más rocambolescas se cobró la vida de la antigua sillería del coro. La estructura, fabricada en madera de nogal a principios del XVI, se llevó al vecino pueblo de Rueda y acabó desmembrada y utilizada para los más diversos fines: de material para el arreglo de un tejado a pieza de exposición en el Museo Nacional de Escultura (Valladolid) o el Museo de Artes Decorativas (París).
La misión expoliadora la completaron los vecinos, como en tantas otras ocasiones. Las piedras del ruinoso monasterio acabaron ejerciendo las más variopintas funciones en las casas de Cogeces del Monte y los pueblos de la zona. El paciente estudio llevado a cabo en aquellos años dio con un hallazgo más: documentos originales. “En el Archivo Diocesano de Valladolid se conservaba una caja que ponía ”Cuentas de un particular“; cuando la abrimos, encontramos documentos del siglo XVIII que hablaban de la economía del monasterio, de lo que producían… e incluso encontramos algún poema”, revela Consuelo Escribano. Fue entonces —año 2012— cuando aquella labor terminó, se dio un respiro. Para nacer mejor.
Centrados en La ArmedillaEl arqueólogo Roberto Losa, que se implicó en el proyecto por relación familiar con el pueblo de Cogeces, explica qué pasó cuando decidieron retomar con más fuerza aquella idea, en el año 2017, con la fundación de la asociación cultural. “Aunque la experiencia anterior se había dirigido a todo el patrimonio de la zona, entonces decidimos centrar los esfuerzos en el que, según creíamos, era el gran recurso cultural del municipio: el monasterio”.
Participantes en una de las actividades desarrolladas recientemente por la asociación cultural“Queríamos que el monasterio volviera a ser algo importante para la gente del pueblo, pero con una vertiente no únicamente turística; nos dimos cuenta de que La Armedilla podía convertirse en un centro de irradiación cultural con mayúsculas, donde poder desarrollar proyectos de restauración”, añade la presidenta del colectivo. La idea incluía la programación de conciertos, obras de teatro o recitales de poesía en un entorno evocador, aunque “debíamos evitar el riesgo de quedarnos encapsulados”, razón por la cual “tomamos la determinación de orientar el proyecto hacia el exterior, más allá del pueblo”, precisan desde Amigos de la Armedilla.
Lo primero que llevó a cabo el grupo de voluntarios fue la limpieza de la zona —las ruinas habían sido, prácticamente, engullidas por la maleza— y la delimitación de un perímetro seguro. Al calor de los primeros trabajos de restauración y consolidación, que han alcanzado el objetivo primordial de “no dejar caer una piedra más”, comenzaron a proyectarse espectáculos de calidad. Parece que las ruinas de La Armedilla irradiaban un magnetismo especial, capaz de atraer a centenares de personas para disfrutar de conciertos de música antigua (Raquel Andueza & La Galanía) y de otros eventos programados por el festival Escenario Patrimonio, que organiza la Junta de Castilla y León.
Uno de los actores voluntarios, en una visita teatralizada al monasterio de La ArmedillaPese a la consolidación de la actividad cultural en los últimos años, en la asociación no se olvidan de cuál es la labor prioritaria. “Están tomando mucha fuerza distintos paquetes turísticos especializados, líneas que quizá no sean atractivas para todo el mundo, pero sí para un público en concreto; existe un turismo de monasterios y de ruinas, y diversas formas de explotar un recurso cultural, pero nuestro objetivo fundamental es la conservación”, puntualiza Roberto Losa. De ahí que se haya redactado un plan de intervención integral, que se irá llevando a cabo los próximos años “de manera ordenada”, actuaciones que “hemos dividido en fases por el coste altísimo que tienen las obras”, sostiene Consuelo Escribano.
Pinturas muralesDe hecho, las tareas de consolidación que ya se han llevado a cabo en el recinto arqueológico han dado pie a nuevos proyectos impulsados por los propios voluntarios. Es el caso de Irene Arribas, joven restauradora que ha desarrollado un estudio sobre las pinturas murales aparecidas en la cripta, a raíz de las sucesivas intervenciones. Ya en el resto de la iglesia —espacio central del recinto monástico— se había identificado algún tipo de decoración, pero los vestigios hallados en la cripta aportaban la novedad del color. “Mi investigación consistió en estudiar los restos de pintura, analizar los diferentes problemas de conservación que se derivaban de la presencia de sales o el desprendimiento de los muros, y plantear una propuesta de conservación”, explica la especialista.
Celebración de un taller sobre plantas del entorno, en el recinto del monasterio jerónimo, dentro de las actividades culturalesEl estudio venía a constatar un clásico de este tipo de edificios: “Los programas de decoración eran muy ricos en el siglo XV, porque nunca se dejaba la piedra vista”, precisa Irene Arribas. Sin embargo, la ruina y las duras condiciones impuestas por la intemperie han reducido su presencia a unos pocos detalles. “Seguramente, la decoración presentaba mucha calidad, como se ha comprobado en los cuadros y esculturas del monasterio que se llevaron a otros lugares”, añade la restauradora.
El proyecto de La Armedilla ha preservado, en todo caso, la condición de ruina del edificio jerónimo. “El monasterio tiene una connotación muy europea: se han mantenido las ruinas románticas, conservadas y controladas, en lugar de plantear una reconstrucción o la instalación de un hotel, y para mí, ese es el principal encanto”, sostiene el arqueólogo Roberto Losa.
Gracias, seguramente, a la implicación de los vecinos y voluntarios en una difícil iniciativa surgida en el mundo rural que ha sido reconocida por organismos como ICOMOS, institución patrimonial ligada a la Unesco. “Se habla mucho del patrimonio como motor de desarrollo rural, pero solo puede ser un aporte dentro de una comunidad con un grave problema de despoblación, como es Castilla y León”, añade Losa. Pero en La Armedilla funciona, gracias quizá a la herramienta a la que apunta Consuelo Escribano: el vínculo emocional con el patrimonio.