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Ferran Sáez, filósofo: "La postmodernidad se ha vuelto decadente"

Su libro presenta un panorama bastante pesimista, un mundo en decadencia.

Decadencia es una palabra fea y la asociamos a momentos políticos turbulentos. Si se observa con atención no solo la situación política, sino también la cultural y académica, creo que el mundo tiende más a la decadencia que a que emerja algo positivo. Pensemos en una situación no decadente, como la alegría de EEUU con Kennedy en el siglo pasado. Había una situación insostenible de segregación racial y podredumbre moral, y el país le votó para salir de ella. La situación actual, con Putin y Trump, es que este mundo se derrumba. Al menos esa es mi percepción.

Pone especial énfasis en la decadencia cultural y la vincula a la evolución de la postmodernidad. ¿Por qué?

En un sentido cultural, el origen de la postmodernidad fue muy interesante y necesario, pero sus epígonos se han vuelto decadentes. En un sentido político, además, ha comportado un retorno de conceptos y fenómenos que pensábamos que no volverían, como el del populismo, que ha vuelto a entrar en nuestras vidas a través de Internet. En un sentido económico, tampoco nos esperábamos que la globalización terminara convirtiendo a los europeos en poco más que en consumidores de productos, en su mayoría, chinos.

Subraya la quiebra que se produce en el paso de la modernidad a la postmodernidad.

La idea de igualdad de derechos vinculada a la modernidad está siendo sustituida por una exacerbación de la diferencia y la individualidad, algo muy distinto a tener en cuenta y cuidar la diferencia, que es algo necesario. Lo vemos en EEUU, con la reacción que encabeza Trump a unas políticas que no son percibidas como una conquista de derechos sino como una capitulación a ideas liberales o progresistas.

La igualdad de derechos vinculada a la modernidad está siendo sustituida por una exacerbación de la diferencia y la individualidad

¿Con Foucault empezó todo?

Foucault es muy importante porque tiene una enorme influencia y con él empieza lo que después se ha denominado 'French theory'. Es una teoría que invierte muchas ideas existentes, no solo en materia de género. Su mayor influencia proviene de su teoría que mezcla la idea de conocimiento con la idea de poder. Una de sus frases más repetidas es que el poder no se puede entender sin el conocimiento y el conocimiento no se puede entender sin el poder. Esto abre la puerta a cuestionar cosas que no tendrían por qué ser cuestionadas razonablemente. Detrás de esta idea hay un poso irracionalista que desemboca en la famosa y temida frase 'pues esa es mi opinión'. Es una frase que cada vez se escucha más en el debate público o incluso en las aulas de la universidad.

La crítica a la postmodernidad tardía la articula a través del debate entre naturaleza y artificio, como dos polos opuestos. ¿No tendría que ser más fácil y posible encontrar un consenso entre las dos ideas?

Cuesta tanto, en parte, por la influencia de Foucault y de sus epígonos. El consenso entre naturaleza y artificio es posible, pero el problema es que sus traducciones políticas son terribles y existe el riesgo de llegar a conclusiones muy peligrosas aunque tengan un fundamento científico (o no) detrás. Por ejemplo: imaginemos un experimento que calcula los cocientes intelectuales de una población, teniendo en cuenta su raza, y solo a partir de sus resultados se decide si hay que invertir más o no. Pues es un experimento extraordinariamente peligroso, aunque pretenda tener carácter científico.

Otro ejemplo: una cosa es el género y otra es el sexo. Me parece que nadie lo discute. Ahora bien, cuando se pasa a argumentar que el sexo también es un artificio, es decir, que no hay biología, el debate se complica. En abstracto son debates que pueden realizarse, pero cuando se pretende que tengan una traducción política concreta es cuando se abren las puertas al irracionalismo.

Y ahí llegamos a lo que bautiza como 'postmodernismo paródico'. ¿Qué es?

Es la recreación poco respetuosa de una cosa. Hay un postmodernismo no paródico, por ejemplo los excepcionales David Lynch o Francis Bacon a nivel artístico. Pero hay otros referentes postmodernos, sobre todo en filosofía, que son paródicos porque son una especie de broma. Y esto vale para ciertos autores postestructuralistas, que dicen cosas muy extrañas, y para la muy actual autoayuda, que es una parodia filosófica.

La muy actual autoayuda es una parodia filosófica

En el libro aborda la teoría queer, sobre la que se muestra crítico. ¿No puede ser, como cualquier otra teoría, un punto de partida para generar vínculos y alianzas?

La base de la teoría queer es una negación de la biología, que se puede negar y me parece muy bien. El problema no es la teoría queer, ni el rechazo que pueda generar en parte de la sociedad (que no es un argumento válido para discutirla). El problema, para mí, es la contradicción de la propia teoría: de la gradualidad y de la no estabilidad de la identidad hace una identidad en sí misma.

¿Una persona queer del siglo XXI no hace algo parecido a lo que hacía un obrero en el siglo XIX, organizarse para defender sus intereses y reclamar avances sociales?

Esta pregunta es marxismo cultural de verdad, no del que dice la extrema derecha. Todo lo que sea una autopercepción vinculante (afirmar algo de mí o de mi grupo, pero además pretender que todo el mundo lo acepte sin discusión) está condenado al fracaso. Es muy complicado. A lo mejor dentro de una generación la teoría queer genera un consenso, pero hoy no lo tiene.

Lo vemos incluso en formaciones progresistas, como todo el debate interno del PSOE alrededor del concepto LGTBIQ+.

Lo que ha pasado en el PSOE ha sido una de las primeras respuestas a la teoría queer. Y no me parece para nada anecdótico, sino que es relevante. Este tipo de cuestiones que antes no estaban en la agenda, ahora lo están. El PSOE es un partido de tradición progresista moderna, no postmoderna como Podemos o parte de Sumar, y de ahí nace el conflicto.

Sáez Mateu, durante la entrevista Sáez Mateu, durante la entrevista

A la vez, en el libro se muestra muy crítico con el concepto de ‘guerra cultural’ que atiza la extrema derecha.

El concepto de guerra cultural es una forma de querer rehuir debates serios. ¡Tenemos que hablar de lo que nos incomoda como sociedad, no hacer ver que no pasa nada! Cuando Mitterrand era presidente de la República francesa, apareció una fotografía suya en un acto antisemita. Y la sociedad francesa habló de su antisemitismo, y sirvió de catarsis. Fue un debate muy incómodo, pero lo tuvieron. Más allá de la situación actual de Francia, no corrieron un tupido velo con una cuestión tan central como el antisemitismo.

¿Esta falta de debate afecta más a la izquierda o a la derecha?

Es un problema que afecta no solo a la izquierda o a la derecha, porque el efecto nocivo es para el conjunto de la sociedad. Una forma de distorsionar el debate es argumentar que un tema de debate es imaginario. De una forma miserablemente oportunista, la extrema derecha ha recogido algunos temas mediante un lenguaje emocional y Tik-Tok o las redes. Y esto es una bomba.

En el libro también alerta sobre la “sustitución de la vida por ciclos obligatorios de consumo”.

La rueda de consumo interfiere en los ciclos vitales de la gente. Pasamos del Black Friday a las compras de Navidad, y después a las rebajas de enero, para ir gastando. Se puede intentar vivir fuera de este ciclo de consumismo, pero es enormemente complicado. Ocurre un poco lo mismo con los teléfonos móviles, que se han convertido en un apéndice obligatorio de los cuerpos.

El concepto de guerra cultural es una forma de querer rehuir debates serios

Su libro plantea una hipótesis provocadora: el postmodernismo como sublimación del individualismo.

El postmodernismo nace como un ejemplo de individualismo extremo. ‘Mi identidad acaba donde termina mi abrigo’, y por lo tanto desde el inicio está asociado al individualismo. Si se renuncia a referentes colectivos, ya sea políticos, religiosos o lingüísticos, y se interpreta que solo hay que cuidar nuestra subjetividad, crear vínculos se convierte en un imposible. 

¿A dónde nos lleva este individualismo?

El individualismo extremo nos lleva no solo a la pérdida del sentido colectivo sino también a sentirnos disociados. Hemos perdido el sentido de la colectividad. Desde un punto de vista individual, la ausencia de identidades colectivas nos ha afectado de forma negativa, ya sea en cuestiones sociales o culturales. La lengua es una cuestión colectiva e individual a la vez: si perdemos el sentido de la colectividad como hablantes terminará afectándonos a nivel individual.

¿Sin referentes colectivos, estamos perdidos?

Vivimos una época de cambios. No sabemos muy bien dónde apoyarnos, y cuando pasa esto existe el riesgo de apoyarse en lo primero que se encuentra. En 2013, la Asociación Americana de Psiquiatría sacó el narcisismo como trastorno de conducta porque consideró que se había generalizado. Es anecdótico, pero demostrativo a la vez, sobre todo entre los jóvenes. El recorrido de este narcisismo es incierto, pero no parece muy positivo.

La ausencia de identidades colectivas nos ha afectado de forma negativa

¿Cuál es la mayor contradicción a la que nos enfrentamos en esta quiebra entre modernidad y postmodernidad?

El nihilismo ambiental, pensar que no hay nada, que todo es efímero o un fraude es la que me parece más grave. Esta tendencia a pensar que no hay nada detrás de la ciencia, o detrás de la política o la cultura, tiene una traducción política y vital que elimina la esperanza y los proyectos del futuro, hasta el punto de llegar hasta el tuétano de nuestra supervivencia como especie.

¿Hay alguna boya a la que agarrarse?

Hay un ejemplo que pone Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (1977) que parece vigente: tenemos que ser críticos y agarrarnos a algo, pero no a lo primero que nos encontremos. Eso es el populismo, agarrarnos al primer disparate que oímos, pero que nos satisface emocionalmente.

Si no hacemos el esfuerzo de sosegarnos y ser críticos es muy difícil poder encarar al futuro, porque terminaremos o bien mirándonos solo el ombligo, en una muestra de narcisismo, o bien apostaremos por algo que nos atrae mucho, pero dejando de lado ganancias colectivas. Este individualismo que ignora a los demás y sus necesidades no nos hace felices y en realidad resulta muy insatisfactorio. Tenemos que volver a determinadas visiones colectivas que, sin ser un consuelo y a riesgo de parecer autocomplacientes, nos ayudan a tener un sitio donde agarrarnos.

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