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Alejandro Palomas, escritor: "Dar una buena muerte significa ayudar a morir a alguien cuando la vida ya no es vivible"

Cuando Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) comenzó a escribir Una vida (Ediciones Destino, 2025), el autor era consciente de la complejidad del tema: la muerte aterra, da miedo mirarla de cara. Nadie quiere perder a una madre. Pero el autor también era consciente de que, si bien hay cicatrices que jamás desaparecen, la literatura tiene un poder todavía mayor: sanar el dolor.

Considerar que la nueva novela de Alejandro Palomas va sobre la orfandad que amenaza con desestabilizar la vida de tres hermanos es quedarse únicamente en la superficie. La obra del escritor barcelonés es un tierno tributo a los placeres que regalan esperanza y al dulce sosiego que nace de amar a los demás, pretendiendo homenajear aquellos vínculos que nos aúpan y nos sustentan en los momentos en los que más lo necesitamos. Palomas ensalza la figura de la madre y reivindica en Una vida la fortaleza de la amistad y la hermandad para digerir nuestras propias debilidades.

Lo hace, además, como despedida. El escritor cierra el ciclo que abrió con su superventas Una madre (2014) y concluye una saga que se sumerge en las dinámicas de una familia compuesta por Amalia y sus tres hijos. Los cuatro libros del universo de Palomas son de lectura independiente y no es fundamental seguir el orden de publicación; sin embargo, su enfoque en esta ocasión es más nostálgico que en las entregas anteriores. El escritor, que usa sus obras como “diario de vida”, se enfrenta esta vez a la escritura con la “herida sanada” de perder a su madre: “Cuando escribí las novelas anteriores, mi madre estaba viva y era mi lectora cero, por lo que escribía imaginándome a ella leyéndolas. En esta novela mi madre ya no estaba, por lo que ha sido escribir con ella, no para ella”.

Sin embargo, Alejandro Palomas no considera que la obra gire en torno a la muerte, sino sobre lo que viene antes y después de ella para quienes la sufren desde fuera. “Me interesa mucho el tiempo desordenado porque te da mucha libertad para vivir mejor. Si no, somos esclavos de una temporalidad que en realidad es artificial”, cuenta el autor. “¿Cómo seremos después? ¿Cómo fuimos antes? ¿Dónde estaremos y cuándo ante la muerte de alguien?”, se cuestiona. Palomas afirma que “la vida es lo que somos y la vida la hacemos nosotros”: “No es que exista la vida fuera de nosotros y de repente accedemos a ella, sino que la vida la fabricamos y la creamos a diario en la medida de nuestras posibilidades”.

El autor explora la pérdida de la muerte a partir del concepto de la “segunda mitad de tu vida”, que comienza cuando te falta tu madre. “A partir de ahí no tienes techo, no hay cobijo. El refugio tienes que fabricarlo tú con tu propia evolución como ser humano”, dice Palomas, puntualizando que todo depende de la relación que hayas tenido con tu madre y de la relación que tengas contigo mismo. “Si no has conseguido tener una buena relación contigo cuando llegas a esa última estación, en el momento en que te bajas de ese tren y te enfrentas a ese desierto que es la vida, te hundes”, advierte.

Quizá por eso la novela ahonda en las dificultades de la preparación, en la época previa al fallecimiento de un ser querido. Cuando Fer se entera de que Amalia tiene cáncer, el protagonista de la historia piensa durante uno de los pasajes que toca “remar contra corriente”, una corriente que considera tan “adversa y letal” que le va a costar la vida enfrentarse a ella. Palomas considera que uno nunca está preparado para este suceso: “Mientras existe tu madre, tú eres hijo, y ser hijo es maravilloso. Pero cuando deja de existir tu madre, dejas de ser hijo y te conviertes simplemente en alguien”. El escritor comenta que “cuando encima no tienes hijos, te conviertes en un elemento impar”, pasando a ser un “pequeño planeta”. “Si no has aprendido a pensarte como un individuo se te puede hacer muy complicado”, dice Palomas, enfatizando que cuando llega la muerte “no hay un lugar al que volver”, pues “solo queda lo que te queda delante y el atrás es solamente el recuerdo”.

Alejandro Palomas, en una imagen promocional Alejandro Palomas, en una imagen promocional

Aunque todos somos conscientes de que el tiempo se acaba, la enfermedad le pone fecha de caducidad. Llega, además, sin previo aviso, como una losa que se cae y se rompe en mil pedazos. “Creemos que el cáncer es algo que no nos toca, que pasa por la puerta del vecino pero nunca por la nuestra, y de pronto un día está en tu casa. Es entonces cuando aprendes que la enfermedad forma parte del vínculo”, confiesa el escritor sobre su propia experiencia. “Los enfermos se vuelven muy necesitados de tacto y eso produce mucho acercamiento. Hay muchas fronteras que se derriban, muchos tabúes que desaparecen. Se crea una relación muy pura y piensas: 'ojalá hubiéramos hecho esto antes, ojalá hubiéramos tenido menos deudas el uno con el otro'”, reflexiona Palomas. La obra profundiza en la relación directa del doliente con quien le cuida, dibujando la fuerza de esa unión.

Pero la enfermedad también expone aquellas verdades incómodas que, por mucho que nadie se atreva a verbalizarlas en voz alta, revolotean constantemente por la cabeza creando una lucha interna bastante dolorosa. El personaje principal de Una vida afirma que el cáncer es “preguntarte por qué le ha tocado a uno de los tuyos cuando hay otros tantos que quizá lo merezcan más”. Para el autor, mostrar la cara “más humana del ser humano” pasa por mostrar tanto sus “luces” como “las sombras que nos hacen ser quienes somos”: “No puede haber luz si no hay sombra, e intento reflejar el ser humano en toda su complejidad. No me gusta escribir ocultando cosas que creo que son naturales y que tendríamos que tener muy asentadas”.

En tiempos donde el derecho a la eutanasia todavía sigue sembrando escollos, Alejandro Palomas la reivindica como “lo más natural del mundo” pese a que no sea un tema que se toque directamente en la novela. “Querer significa dar una buena vida y dar una buena muerte. No hay más misterio. A partir de ahí, dar una buena muerte significa ayudar a morir a alguien cuando la vida ya no es vivible”, manifiesta el escritor, que reconoce que no entiende “cuál es el tabú”. “Tendríamos que escuchar a quien no puede vivir. ¿Cómo podemos dejar vivir a alguien que nos está diciendo que su sufrimiento es tan grande que quiere irse?”, apunta Palomas.

La vulnerabilidad es la parte más hermosa del ser humano, es lo que nos hace únicos. Lo que diferencia a cada persona de los demás es el color de su vulnerabilidad. La forma de visibilizar y de integrar todo lo que siempre intentamos esconder porque así nos lo han enseñado es normalizándolo.

Alejandro Palomas — Escritor

Asimismo, el autor también defiende la importancia de normalizar y abrazar la vulnerabilidad masculina, a menudo invisibilizada por vergüenza o presión social. Alejandro Palomas la considera “la parte más hermosa del ser humano”, lo que “nos hace únicos”, algo que queda plasmado “en el arte y en las obras diferentes de cada uno”. “La familia del libro está compuesta por tres hijos, uno de ellos es gay y otra es lesbiana. Me parece maravilloso que nadie haya hablado de esto”, dice el escritor. “La forma de visibilizar y de integrar la diferencia, la vulnerabilidad, la fragilidad y todo aquello que siempre intentamos esconder porque así nos lo han enseñado es normalizándolo”, añade.

Otro de los elementos más característicos de la literatura de Alejandro Palomas es la referencia a la naturaleza y las plantas, lo que se hace notar más que nunca en Una vida. “La sentencia de la doctora entretejió esa grieta que se abre en el suelo y que, trepando por la pared, asciende como una raíz, definiendo así la frontera entre pasado y futuro”, reza uno de los pasajes del libro. El autor lo atribuye a la “mano verde” de su madre por estar “todo el rato rodeada de plantas” y al hecho de haber crecido “en una floristería”. “Hemos tenido mucha conciencia sobre las raíces, sobre saber enraizar bien y dar importancia a lo que no se ve, porque las raíces no se ven”, cuenta Palomas. “En realidad, las cicatrices que llevamos están en nuestra raíz, no en lo que vemos. Están en la emoción, en el plexo, en el recuerdo, en la niñez, en lo que compartimos con nuestra madre cuando éramos muy pequeños”, asegura, alegando que por eso “todo niño debe tener derecho a una infancia con buen trato”.

El recuerdo y la memoria es lo que nos hace reaccionar al presente. Somos todo lo que hemos sido y somos todo lo que no hemos sido: todas aquellas decisiones que tomamos y todos aquellos rechazos.

Alejandro Palomas — Escritor

“Somos lo que hemos sido”, subraya el escritor. “Somos el niño, somos el adolescente, somos la suma de todos los somos que hemos sido”, dice al rememorar la cita de la obra en la que expresa que “nuestra memoria es un acordeón de carpetas de información acumulada y milimétricamente organizada”. Para él, “el recuerdo y la memoria es lo que nos hace reaccionar al presente”, pudiendo incluso “crear miles de vidas solamente con los recuerdos que tenemos”. “Somos hasta lo que no hemos sido: todas aquellas decisiones que tomamos y todos aquellos rechazos, con lo cual el recuerdo y la memoria es infinito”, reflexiona.

A pesar de que nuestra existencia se acaba en algún momento, Alejandro Palomas se las ha arreglado para que el exitoso universo de Amalia que concluye en Una vida siga navegando a través de otras vías. Aunque confiesa que no se cierra a que “pasen cosas en el ámbito audiovisual”, las librerías seguirán presentando la historia de esta familia en distintos formatos. A partir del 2 de abril, la primera entrega de la saga, Una madre, se publicará como novela gráfica de la mano de Lunwerg Editores. “El proyecto es sacar un volumen cada año o año y medio, con material totalmente nuevo y siendo una especie de Mafalda, donde Amalia es una señora mayor muy desatada, divertida y tierna”, explica el autor. El libro estará ilustrado por Carolina de Prada.

Alejandro Palomas espera que, tras el viaje que propone, los lectores “salgan acompañados” y “no se sientan solos”, terminando “consolados”. Al fin y al cabo, busca que su literatura sea un “lugar seguro” para quienes se embarcan en la misma. “Los seis meses por los que tuve que pasar cuidando a mi madre junto a mis hermanas han sido los seis meses más heavies pero más hermosos que yo he pasado con ella”, cuenta con retrospectiva reflejándolo en la obra. Tanto para él como para el protagonista de la historia “la vida es una fiesta maravillosa”.

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