Ha sido un final prematuro –tenía 64 años- pero lleno de dignidad, para un luchador que empezó trabajando a los 14 años como botones, algo que siempre recordaba con orgullo.
Venía de una familia trabajadora, pero supo muy pronto cuál era su vocación: el periodismo, contar noticias. Pero no cualquier noticia: meterse en los avisperos más peligrosos era su pasión y su especialidad. La corresponsalía de guerra fue por eso un primer destino: Nicaragua, Bolivia, Chile, Yugoslavia, Irak, fueron algunos de sus destinos con o sin respaldo de medios. En 2013 y sin ninguna cabecera que le apoyara, fue capaz de calzarse una mochila a la espalda, coger su cámara e irse a Kiev a retratar y a contarnos el Euromaidán, las protestas que a finales del 2013 incendiaron la capital ucrania.
Su otra salida natural fue el periodismo de investigación. En estos tiempos, en los que con frecuencia llamamos así, “periodismo de investigación” a lo que con más exactitud deberíamos llamar “periodismo de filtraciones interesadas”, convendría poner como texto de lectura obligatoria en las facultades para futuros comunicadores Los cómplices de Mario Conde, el libro que escribió Miguel Ángel junto con otra gran periodista, Encarna Pérez. Los dos montaron una auténtica investigación, a golpe de búsquedas minuciosas por registros y archivos, uniendo datos, entrevistando a cientos de personas y retratando de manera inmisericorde las vergüenzas que había detrás de quien era en aquel momento el personaje más poderoso de nuestro país. Y todo además en una trama que se lee como un thriller apasionante y que contribuyó a precipitar el final de ese engominado tiburón de las finanzas.
Su carrera tuvo además otra rama en los documentales para televisión, donde también cosechó muchos premios con obras como El último sefardí.
Miguel no era solo un periodista: era un tipo complicado y adorable, una inteligencia brillante y un carácter en ocasiones agrio, del que él era la primera víctima, y que posiblemente explica por qué alguien tan excepcional no haya tenido una carrera más acorde a sus méritos. Pero a sus salidas duras, unía también la capacidad de ser el más amoroso de los amigos.
Y ahí queda toda una larga historia de afectos y enamoramientos profundos: Montse, Ana, Fran, César, Almudena, Rosa, su hermano José y muchísimos otros son algunos de los muchos hitos de afecto que ha dejado en su camino.
Y ahí queda la ternura inmensa por sus cuatro hijos –Pablo, con su bebé, su única nieta, Álex, Benja, Cata-, la niña con la que cada año nos felicitaba la navidad en un nuevo Catacrismas en los que unía el humor y el orgullo indisimulado por su hija.
Y ahí nos queda la herida inmensa, el vacío de un amigo tan querido, que se nos ha ido demasiado pronto, con el consuelo, eso sí, de saber que por fin descansa, porque ha terminado la lucha tenaz de este último mohicano.