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Alemania busca la reinvención económica bajo otra ‘gran coalición’ que irradia desconfianza

Alemania busca la reinvención económica bajo otra ‘gran coalición’ que irradia desconfianza

La entente de democristianos y socialdemócratas afronta el reto de acelerar el despegue económico y abanderar la resistencia de la UE frente a Trump, con una polarización desconocida desde la reunificación

Trump amenaza con penalizar también a la UE por sus reglas sobre inversiones sostenibles

Nunca en los últimos 35 años, desde la Caída del Muro de Berlín, la sociedad civil alemana había manifestado una polarización tan profunda: con los neonazis de la AfD, último fenómeno electoral de extrema derecha en Europa, convertidos en segunda fuerza política, y en una etapa aciaga para la principal de economía del euro.

 

El bastión productivo europeo del último cuarto de siglo transita por una larga y tortuosa senda de recesión. Y hay dudas razonables sobre la estabilidad de la gran coalición entre los democristianos de la CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD que, en el subconsciente colectivo alemán, es sinónimo de eficiencia en la gestión económica y en la armonía social.

Berlín no conocía los números rojos desde la ya alejada crisis de las punto-com de 2003. Y no había registrado tanta desafección entre sus conciudadanos desde el ejemplo de solidaridad tributaria y concordia cívica que permitió integrar a sus länder orientales. En la nación que acuñó la legendaria fiabilidad de la ingeniería alemana, indiscutible emblema industrial europeo, el empresariado alerta de la necesidad de reinventar el modelo productivo para reconducir al país al liderazgo competitivo de la UE, una vez quedó atrás la energía barata procedente de Rusia. 

La gran coalición se daba por descontada tras el escrutinio de las urnas como el único acuerdo político que puede evitar gobiernos tripartitos como el que acabó con el Ejecutivo de Olaf Scholz. Pero no ha emprendido sus rondas de negociación bajo un clima de optimismo. El SPD ve en Friedrich Merz, ganador en las elecciones, a un adversario demasiado arrogante y con escasa predisposición al consenso.

Lanzan la idea de que puede decir una cosa y la contraria sin rubor ni solución de continuidad. El conservador coqueteó durante la campaña con la AfD, lo que le valió la reprimenda pública de su otrora rival en la CDU, Angela Merkel, por intentar saltarse el cordón sanitario que la ex canciller ha defendido a capa y espada. De ahí pasó a proclamar a los cuatro vientos una coalición negra y roja entre conservadores y socialdemócratas, después de asumir las tesis inmigratorias de los dirigentes neonazis. 

O a airear su asombrosa proclama de que Europa “debe lograr autonomía e independencia plena de EEUU” nada más conocer su triunfo electoral, cuando siempre ha sido un contumaz atlantista, dando a entender que, en esta ocasión, Alemania tendrá que reinventar su modelo económico y su estatus geopolítico sin el apoyo de la Casa Blanca, su aliado histórico.

Cheque milmillonario

Es probable que sus palabras estuvieran condicionadas por la aparición en la escena europea de JD Vance. El número dos de la Administración Trump acudió días antes de la cita con las urnas a la Conferencia de Seguridad de Múnich y, desafiando los principios democráticos europeos, dio pábulo a la idea de una brecha transatlántica que requerirá a la UE pasos decididos y urgentes para configurar un ejército propio y nuevos e ingentes recursos financieros.

Según cálculos de Bloomberg Intelligence, el cheque para abordar la reconversión industrial, tecnológica y sostenible y ganar competitividad frente a EEUU y China será de nada menos que de 750.000 millones de euros, y eso solo para iniciar su andadura. Deutsche Bank considera que una primera aportación procedente de las arcas nacionales, a través de la nueva prórroga que el Ecofin trata de acordar, alcanzaría casi la mitad de esa cantidad: unos 450.000 millones. 

Merz será el canciller germano que deba lidiar con una de las administraciones americanas más beligerantes con Europa. Y lo hará con la locomotora europea en recesión y sin visos de despegue en 2025, como anticipa el consenso del mercado, analistas de institutos como el Ifo y el Bundesbank o el propio gobierno saliente. 

El archienemigo de Merkel en la CDU confía ciegamente en su convicción neoliberal. Autor de un ensayo que lleva el elocuente título de Atrévete a ser más capitalista, ocupó cargos de dirección en BlackRock entre 2016 y 2020, durante su caída a los infiernos tras su duelo político con la ex canciller conservadora. En esos años posibilitó la entrada en las carteras de inversión de la mayor gestora del mundo de valores de numerosas empresas alemanas, y acuño la proclama de “lograr el urgente renacimiento de una Alemania de la que podamos sentirnos nuevamente orgullosos”. Toda una oda al trumpismo made in Germany.    

Apuesta al negro y al rojo

En los mercados hay cierto desasosiego ante la colisión transatlántica, la dialéctica armamentística que Europa ha importado de las primeras embestidas del líder republicano estadounidense, y la posibilidad, al margen de que sea más real o ficticia, de que Berlín alumbre un rápido gobierno para asumir sus retos económicos y desafíos europeos. En este contexto, el DAX, el selectivo alemán, ha superado en más de un 12% al estadounidense S&P 500 en el intervalo entre la cita con las urnas en EEUU de noviembre y los comicios germanos del pasado 23F. 

Gran parte de este repunte bursátil se debió al impulso de los activos vinculados a Defensa. John Authers, columnista de Bloomberg, lo achaca al firme compromiso de Merz de recaudar 200.000 millones en gastos militares de emergencia, pese a que esta prioridad contenga varios contratiempos de calado. En esencia, dos: la complejidad de cerrar el acuerdo de gobierno y otro, de Estado, la prohibición de incurrir en un déficit estructural superior al 0,35% del PIB sin motivos de emergencia federal sin contar con el apoyo de dos tercios del Bundestag. 

Es la norma que se conoce como “freno de la deuda”, según una enmienda constitucional introducida por el tripartito de Sholz, que exigirá el respaldo expreso de terceros partidos, ajenos a la CDU-CSU y el SPD, en caso de que formalicen su concordato negro y rojo.   

El espaldarazo de los mercados a Alemania también se sostiene en la escalada bursátil de las empresas europeas de pequeña y mediana capitalización, en el castigo a las tecnológicas de DeepSeek, el rival chino de ChatGPT, o en la incertidumbre que reina entre los inversores por los daños colaterales y la indefinición de las represalias arancelarias de EEUU. Una ensalada a la que se suman los bruscos recortes de los gastos federales que modela a su antojo Elon Musk y que están reconfigurando la diplomacia económica y política de la mayor potencia del planeta. 

El analista de Bloomberg lo explica de manera descriptiva: Rheinmetall, el mayor fabricante de armas de alemán (dueño de la española Expal) “ha mostrado un auge creciente en el DAX, a medida que la retórica trumpista exigía más desembolsos militares a sus socios transatlánticos” y, mientras el DOGE, la oficina que dirige el hombre más rico del mundo, “se descontrolaba”, el grupo alemán de la vieja industria de armas rebasaba a Tesla en las preferencias bursátiles. A su juicio, Vance, en su viaje relámpago a Múnich, también contribuyó a esta eclosión de los valores alemanes y europeos de Defensa. 

Acostumbrarse a la recesión

Sin embargo, el problema de fondo es la atonía industrial y económica alemana. Carsten Brzeski, responsable de Investigación Macroeconómica en ING, destaca que el mayor PIB del euro lleva dos ejercicios en números rojos y que el indicador de confianza del prestigioso instituto Ifo del país “no ofrece ningún aliciente inicial” al futuro gobierno. Su última lectura habla de “actividad estancada”. El consenso de los analistas privados sitúa el retorno a la senda del vigor económico de Alemania en 2026, a pesar de que, pese a las divergencias entre Metz y Scholz en materia fiscal, energética, inversora o financiera, “la emergencia por estimular el dinamismo invita a una formación rápida de gobierno y la adopción de reformas estructurales inmediatas”.

Incluso saltándose algunos viejos tabúes, como su sempiterno rechazo a la mutualización de la deuda entre los socios monetarios. Los eurobonos que Mario Draghi sugiere para avalar gastos extraordinarios en innovación, reconversión industrial y Defensa, podrían ser una realidad bajo un gabinete conservador. Timo Lochocki, investigador del European Council on Foreign Relations (ECFR), lo considera “factible si se incluyera en ellos fondos vinculados a la carrera tecnológica” y a la Inteligencia Artificial, a la que Berlín califica como palanca esencial para el despegue de su productividad y la adquisición de un mayor músculo competitivo global. 

Otro tanto ocurre con la “redoblada apuesta” de Mertz por la vuelta a “una Europa de dos velocidades” que seleccione a los socios que deseen avanzar con celeridad en la “modernización económica” del club. Sería otro acelerador para combatir el “freno constitucional de la deuda”, añadido a las recomendaciones de Draghi de perfeccionar el mercado interior, reducir la factura energética y unificar los mercados de capitales con cadenas de valor industriales y empresariales capaces de rivalizar con EEUU y China.  

Joachim Nagel, presidente del Bundesbank, comparte el diagnóstico sobre la productividad. “Es una paradoja” tratándose de la locomotora europea, pero “Alemania se enfrenta a persistentes vientos en contra”, en alusión a los aranceles estadounidenses, que castigarán especialmente al sector exterior germano y a su industria automovilística, y necesita “urgentes reformas de gran calibre” en su mercado laboral, su mapa fiscal, su modelo energético y su patrón de crecimiento. 

Roland Berger, del Instituto Germano-Americano, pone el dedo en la llaga: Alemania depende todavía de industrias mecánicas, ingenierías y empresas químicas de hace más de un siglo, sin haber logrado una transición digital, biotecnológica o de IA. Ha quedado relegada en la carrera tecnológica respecto a las bigtechs americanas -Apple, Microsoft, Alphabet, Nvidia, Amazon, Meta o Tesla, las denominadas Siete Magníficas-, o chinas (Tencent, Alibaba, Baidu, Didi o Huawei, entre otras), sin fomentar startups o unicornios -compañías que superan los 1.000 millones de valoración sin acudir al mercado bursátil- al mismo ritmo que EEUU o China. 

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