Con 25 años Jewher Ilham ha recogido el testigo de su padre, el intelectual Ilham Tohti, condenado a cadena perpetua en China por defender los derechos de los uigures, y es hoy la voz más visible de este pueblo musulmán, discriminado y que actualmente sufre una campaña masiva de reeducación.

Exiliada en Estados Unidos desde 2013, Ilham estuvo esta semana en Ginebra para participar en la Cumbre de Derechos Humanos, un encuentro anual de disidentes de todo el mundo, y en entrevista a Efe aseguró que batallará incansablemente por la libertad de su padre, al que no ve desde que dejó China.

"Estoy dispuesta a sacrificarlo todo si supiera que con ello puede ser liberado, y espero poder verle un día a él, a mi madre y a mis hermanos", señala la activista, a la que un vuelo a Estados Unidos hace siete años le dio la libertad pero la condenó a estar separada de su familia.

Debía tomar aquel avión junto a su padre para viajar a la Universidad de Indiana, donde él iba a trabajar como profesor, pero la policía detuvo a Tohti en el aeropuerto, éste rogó a su hija que fuera sola a EEUU, y ella tomó en ese momento la difícil decisión de hacerlo, sin apenas saber inglés.

Siete años después, Ilham ha cursado en ese estado del Medio Oeste estudios de ciencias políticas, árabe y sobre Asia Central, que ha tenido que compaginar con un creciente activismo para el que, según ella misma, "no le quedó alternativa".

"Tenía que apoyar económicamente a mi familia, sacar notas lo suficientemente buenas para lograr becas, y ser activista... durante cinco años dormía sólo cuatro horas diarias", relata Ilham, quien ha decidido tomarse un año de descanso académico para consagrarse completamente a los derechos humanos.

En los últimos meses la joven ha denunciado la persecución de su pueblo en el Congreso de los EEUU, en la Casa Blanca ante el presidente Donald Trump, en la ONU y en el Parlamento Europeo, donde recogió en nombre de su padre el Premio Sájarov el pasado diciembre.

"Creo que él desconoce que lo ha recibido, no sé nada de él desde 2017 e ignoro si ha sido trasladado a otra prisión, si le han transferido a un campo de reeducación... ni siquiera sé si sigue con vida", admite.

"Muchos dicen que estoy siguiendo su camino, pero no estoy segura de si podría ser tan valiente como él", asegura Ilham, quien subraya que para ella es más fácil expresarse en EEUU, mientras su padre, dentro de China, sufrió años de amenazas de muerte, detenciones y arrestos domiciliarios antes de ser condenado a prisión de por vida.

En sus intervenciones Ilham no sólo recuerda a su progenitor, sino la discriminación contra los uigures que se ha hecho más patente en los últimos años con el encierro de muchos de ellos (hasta un millón según organizaciones de derechos humanos) en campos de reeducación en Xijiang (noroeste de China), la región que habitan.

Pekín argumenta que sus "talleres de reeducación" (campos de concentración para el exilio uigur) intentan frenar el avance del separatismo o el yihadismo en Xinjiang, pero Ilham considera que otras razones se esconden tras esta agresiva política hacia unos uigures que el régimen siempre consideró "ciudadanos de segunda".

"Xinjiang posee importantes reservas de uranio, oro, gas natural, es una sexta parte del territorio chino, y ha sido tradicionalmente usada por China para resolver sus problemas de superpoblación", señala Ilham de una región en la que sus 11 millones de uigures van camino de ser minoría.

La persecución generalizada de los uigures en los últimos años, que incluye estrecha vigilancia a aquellos que contactan con el extranjero, obliga a Ilham a reducir al máximo la comunicación con su familia en China, un país al que por ahora "no puede regresar", pues teme que sufriría el mismo destino que su padre.

"Mis parientes me han bloqueado en redes sociales hace ya cuatro o cinco años, y lo entiendo, deben estar bajo mucha presión", confiesa.

Ilham trabaja actualmente en un documental sobre las dificultades del pueblo uigur, que espera poder presentar en el Festival de Berlín el próximo año, y sigue con preocupación la actual situación que vive China con el coronavirus, que ha motivado también el encierro de millones de personas, ahora por motivos sanitarios.

"La forma en la que se trata a los pacientes e incluso a la gente que no está infectada recuerda a lo que han sufrido los uigures, y veo que muchos chinos ahora se dan cuenta de que los derechos fundamentales de todos están en riesgo, aunque es triste que lo hayan tenido que saber de esta manera", afirma.

También muestra sus dudas sobre el verdadero alcance de la epidemia en Xinjiang (oficialmente hay menos de un centenar de casos en la capital regional, Urumqi), y expresa temor ante lo que podría pasar si el coronavirus llegara a los campos de reeducación de los uigures, "debido al hacinamiento y la escasa higiene de éstos".

Antonio Broto