El 15 de enero de 1978, Henry Kissinger se encontró con Richard Nixon en el funeral de Hubert Humphrey, el rival demócrata al que ellos dos habían derrotado una década antes con sus primeros trucos sucios en comandita. Ya casi no se hablaban, pero en el funeral les tocó estar cerca. Nixon no perdonaba que Kissinger hubiera contado en público lo “raro”, “desagradable”, “nervioso” y “artificial” que era el dimitido presidente. “¿Sigues tan malo como siempre?”, le preguntó Nixon aquel día. “Sí”, contestó Kissinger. “Pero no tengo tantas oportunidades como antes”.
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