Eran las tres de la madrugada cuando Vladímir Putin se sentó frente a una cámara para anunciar lo que tantos temían pero pocos llegaban a creer: Rusia iniciaba la invasión de Ucrania. Alina y sus hijos dormían, cuando empezaron a escuchar demasiado cerca unas explosiones que les empujaron a permanecer en el sótano durante 42 días en Járkov. Vladímir corrió a asomarse por la ventana y observó varios helicópteros sobrevolando Bucha. Igor se tomó un tranquilizante, cogió una mochila pequeña y, sin aún entender nada, optó por refugiarse en el metro de Kiev hasta encontrar otra solución.