El quechua —en realidad, las lenguas quechuas, pues tiene variedades dialectales muy diferenciadas— es una lengua originaria de América, de los Andes centrales, que actualmente hablan unos ocho millones de personas, casi la mitad de ellas en el Perú. El resto, en Bolivia, Ecuador, Argentina, Colombia y Chile. El quechua fue clave en la evangelización colonial en esas zonas. Los misioneros españoles de los siglos XVI y XVII aprendieron el idioma para acercarse mejor a las comunidades locales, y el misionero agustino estadounidense Robert Francis Prevost Martínez, hoy León XIV, hizo algo similar cuando en los años ochenta del siglo pasado fue destinado por su orden a Chulucanas (Perú).
Detrás de cada lengua hay una cultura, una parte de la civilización. Dominar o desempeñarse en varias lenguas es una excelente manera de estar en el mundo, de ponerse en el lugar del otro, de mirar todo con cierta transversalidad, con mayor tolerancia, con menos dogmatismos. A Prevost, hasta ahora unos le llamaban Robert; otros, Bob; muchos, Roberto. Pasar a llamarse León, por decisión propia, y que todos pasen a llamarle “Santidad” tiene también su intríngulis lingüístico y psicológico. Debe de ser lo más parecido a un reseteo general, a una reencarnación.
El Espíritu Santo que inspira el cónclave, y que como casi todos sabemos es en realidad la suma de un puñado de cardenales influyentes, ha estado esta vez ciertamente inspirado como director de casting o como headhunter divino. Prevost apenas aparecía en las quinielas previas, pero visto ahora su perfil todo cuadra: bergogliano, pero con matices; de la Curia, pero antes misionero; estadounidense, pero antitrumpista; de Chicago, pero de los barrios humildes del sur; del primer mundo de nacimiento, pero del tercer mundo de vida y trayectoria. Y políglota, con un prisma muy variado de miradas.
Dice así Mario Benedetti en la tercera de las seis estrofas de su conocido poema El Sur también existe:
“con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de Chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena“
Y se contesta así el uruguayo en la siguiente estrofa, la cuarta:
“pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe“.
Cuentan los vaticanólogos que el nuevo Papa ha optado por llamarse León XIV por tres razones. La primera, por homenajear a León I, el Magno, el que paró a Atila, un Trump del siglo V. La segunda, por homenajear a León XIII, el de la encíclica Rerum novarum, con la primera doctrina social de la Iglesia. La tercera, porque no quería irritar al ala más conservadora de los cardenales y de la Iglesia adoptando el nombre de Francisco II.
Tenemos, parece, un Papa del sur del norte. Dará pasos adelante en la actualización de la Iglesia y de su doctrina, pero con prudencia, con cuidado, con cautela.