Los judíos estadounidenses son poco más del 2% de la población del país, pero se les achaca una habilidad casi milagrosa para poner a su país del lado de Israel. Cada vez que se incendia Oriente Medio, algún analista nos habla de su riqueza y su supuesta influencia en los medios de comunicación para citar “el tremendo poder del lobby judío en la política norteamericana”. La teoría, sin embargo, tiene un problema fundamental: ni los judíos estadounidenses son ciegos seguidores del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, ni a este le faltan otros aliados en Washington que no son judíos.