Las servidumbres de esta nueva Pixar estaban más que claras, y le abocaban a la producción de dos nuevas entregas de Toy Story y Cars, de una precuela de Monstruos S.A., y de una segunda parte de Buscando a Nemo y Los increíbles. Más allá de la calidad de estas obras, lo interesante era la labor de autocompensación que el estudio desarrollaba entonces: por cada nueva película de los coches parlantes, Pixar lanzaba un Del revés. O, como ha ocurrido recientemente, un Soul.
La última película de Pixar no es en absoluto ajena a estas tensiones industriales. De hecho, nace tanto de las descritas como de otras propias de 2020. Contra los deseos de sus responsables, Soul se ha estrenado directamente en Disney+ sin haber pasado por los cines debido a la crisis del coronavirus. La Casa del Ratón, por su parte, ya ha dejado claro que su prioridad a partir de ahora será el streaming y, por tanto, también lo será la de Pixar.
Es decir que Soul no es solo otra ocurrencia de su director, Pete Docter, sino el último episodio de un pulso extendido durante década y media. Uno que, mientras busca transgredir los límites en lo artístico y lo conceptual, sigue estando coartado por designios superiores. Y es por eso que, semanas antes del estreno de Soul, se anunció que Pixar iba a producir una futura película titulada Lightyear.
La ingente ambición de Pixar no responde a que su público original —ese que pudo identificarse plenamente con Andy en la primera Toy Story— haya crecido y el estudio prefiera despreocuparse de si las nuevas generaciones entienden o no sus filmes. Obedece, en cambio, al desesperado mantenimiento de una identidad artística. La persecución del 'más difícil todavía' de la que Soul es un vehículo tan estimulante como, hasta cierto punto, ingrato.
Hay ocasiones en que los memes son una buena forma de comprender y sintetizar qué está ocurriendo con determinado agente cultural. En el caso de Pixar se ha dado un chiste recurrente en torno a cómo cada una de sus películas se levanta sobre una 'pregunta-molde': qué pasaría si X tuviera sentimientos o alma. En Del revés y Soul esto ha derivado en "qué pasaría si los sentimientos tuvieran sentimientos, y las almas tuvieran alma".
¿Suena estúpido? Quizá, pero estas generalizaciones no dejan de hacer referencia a una realidad tangible: el afán de Pixar por superarse a cada película sin variar el planteamiento puede conducir a extremos grotescos, que brillan con luz propia entre secuelas.
La competición de Pixar contra sí misma ha de entenderse mediada según las injerencias de Disney, y sus resultados también. De la imposición de estrenarse en Disney+ se extrae que la maravillosa animación de la que siempre ha presumido el estudio deba ser experimentada en un formato distinto al planteado inicialmente, mientras que de los años donde se combinó la secuelitis con las alabanzas desmedidas surge una ansiedad por que cada obra se plantee objetivos más y más arriesgados.
Sobre la evolución del lenguaje animado no cabe echarle nada en cara a Soul; al contrario de lo que ocurría en Los increíbles 2 o Toy Story 4, donde estos avances malentendían el hiperrealismo como la mejor forma de impulsar el medio, lo nuevo de Pixar sabe compartimentar. Las calles otoñales de Nueva York, la prodigiosa iluminación de los conciertos de jazz, o el segmento de la barbería demuestran que lo meramente figurativo está controlado… pero que no es la única preocupación del estudio.
Y es que todo lo relativo al mundo extraterrenal hace gala de una animación exuberante, que no teme ni combinar formatos —¿veremos algún día un largometraje de Pixar íntegramente en 2D?— ni coquetear con imaginarios en principio ajenos a la obra del estudio, ya sean el cubismo o los estilemas de Don Hertzfeldt. Solo entristece, dentro de esta imprevisible realidad, que la estructura que la rige vuelva a caer en los escenarios de inspiración burocrática que ya dieran forma a Del revés o Monstruos S.A..
Lo que nos lleva a otro lugar desagradable, pero también útil, a la hora de valorar Soul: que todo parezca tan calculado, tan sobreescrito, tan carente de espontaneidad. El film de Docter y Powers se fija propósitos amplísimos, pero también se niega a variar los modos fórmula de Pixar —esos trucos que tan bien le han funcionado en el pasado y que aquí pueden hacerlo igualmente, con el distanciamiento adecuado—, y a que la espontaneidad tenga algo que decir en su entramado.
Algo que resulta especialmente contradictorio si el objetivo último de la película es nada menos que discernir el sentido de la vida, y apartarlo de las dinámicas neoliberales que la organización del propio Gran Antes, con sus departamentos y mentorazgos, parece suscribir.
Soul tiene la ambición suficiente como para generar lecturas enriquecedoras y de lo más variadas —es tentador relacionar su retrato del jazz como ejercicio improductivo con el tratamiento que este sufre en el cine de Damien Chazelle—, pero dando por sentado que esta ambición es algo positivo y que no hay nada desdeñable en la actitud de Docter y los suyos, conviene examinar si llega a buen puerto. Si Soul, por sí misma y ajena a su procedencia, consigue ser tan trascendente como Pixar quiere que sea.
La respuesta es complicada porque Soul se zambulle de lleno en el existencialismo y, como siempre ha de ocurrir en este ámbito, la experiencia de cada cual puede tanto desbaratar como confirmar sus tesis. Al contrario de lo que ocurría en Del revés, con la que tanto se le ha comparado, aquí lo mostrado tiene una aspiración totalizadora: Soul quiere analizar al completo la experiencia humana, y consciente de lo intimidatorio sabe a quién recurrir.
Así, parte de los postulados de Soul replican el pensamiento y obra de David Foster Wallace. Este escritor estadounidense considerado tótem de la posmodernidad es el autor de la fábula de los peces que es parafraseada inequívocamente por uno de los personajes de la película. Foster Wallace contó esta fábula en un discurso de graduación, como una enseñanza vital para los estudiantes, y Soul la replica para ensamblar su moraleja.
Un pez le pregunta a un pez más viejo donde puede encontrar el océano. El pez anciano contesta, sorprendido, que ambos se encuentran en él ahora mismo. El joven replica: "No, esto es agua. Lo que yo quiero es el océano".
El sentido original del relato es respetado y encaja en el discurso de este filme —uno que anima a disfrutar de los pequeños placeres, más importantes que los objetivos que nos fijamos y nos distraen de lo esencial—, pero no está exento de cierta problemática. Foster Wallace, al contrario que Soul, no contó esta fábula como una enseñanza que él tuviera clara y que hubiera sabido aplicar a su día a día. La contó como un ideal. Algo que a él le gustaría interiorizar a pesar de que aún no hubiera podido hacerlo. Puede que no lo consiguiera nunca.
La obra de este escritor fue prolija en los elementos que dificultaban esta comprensión: la clase, el género estudiado en torno a una asfixiante masculinidad, el creciente poder de la imagen como evasión, el capitalismo transmutado en neoliberalismo, canalizado en un mundo individualista cuyos habitantes se sentían cada vez más y más solos...
Soul no se preocupa por estudiar estos elementos. De hecho, solo puede justificar la fábula de los peces con una serie de imágenes idílicas y supuestamente cotidianas, inseparables de Nueva York y de una subjetividad que nace del privilegio. Y, en la jugada más atolondrada que se ha marcado nunca Pixar, asociar la indolencia ante este privilegio con la depresión. Despachando las enfermedades mentales como una suerte de ceguera que se cura leyendo El principito.
La última película de Pixar es una constatación, por tanto, del callejón sin salida en el que se ha metido el estudio. Una suerte de cumbre desafortunada que certifica su necesidad de replantearse cuál ha de ser la dirección ahora, adónde quiere llegar. De que entienda, por último, qué quiere ser más allá de Disney.
Lo bueno es que, una vez se ha querido hablar de la existencia en grandes letras mayúsculas, lo único que se puede hacer es volver atrás y centrarse en fragmentos de vida más pequeños y particulares. Los mismos que Soul, por otra parte, sabe que siempre han sido la clave de todo.