Palahniuk y su novela han sido empujados periódicamente al debate público, y por mucho que se haya intentado alejar, hay una pulsión inequívoca en su trayectoria que lo precipita a la contemporaneidad. Algo que puede relacionarse con las entrevistas que ha concedido al hilo de su nuevo libro El día del ajuste (Random House), donde ha contestado lacónicamente al modo en que su reciente novela “profetizó” el asalto al Capitolio del 6 de enero.
¿Persigue la actualidad sociopolítica a Chuck Palahniuk? Es una pregunta interesante, que se difumina en las primeras páginas de El día del ajuste. Cuando éstas demuestran que la persecución, esta vez, se ha desarrollado a la inversa.
“El día del ajuste es a El club de la lucha lo que La rebelión de Atlas fue a El manantial”, dice Palahniuk sobre su última novela. En esta declaración no sorprende tanto el vínculo con la obra de Ayn Rand, tan criticada en ciertos círculos —de lo que Palahniuk es perfectamente consciente—, como que sea el propio autor quien establezca el puente, apuntando unas líneas maestras para la narrativa mediática. Una que ha sido especialmente bondadosa, incluso apartando el Capitolio de la ecuación.
La última novela de Palahniuk ha sido saludada como uno de esos títulos que “no dejan a nadie sin ofender”, arremetiendo contra las llamadas “políticas de identidad”. El propósito parece ser el mismo que el de El club de la lucha, pero ampliando el campo de batalla a las neuras que asaltan hoy el clima político de EE.UU., que El día del ajuste se propone satirizar.
El argumento es similar: solo cambia el alcance de los objetivos. Tyler Durden es ahora Talbott Reynolds, liderando una rebelión que ansía cambiar el orden social de Estados Unidos y solucionar los conflictos identitarios de la nación subdividiéndola en tres: Negrotopia, Caucasia y Gaysia. Sus nombres ilustran qué colectivo han de alojar, y su fundación depende de que un número lo bastante amplio de políticos e intelectuales sea asesinado.
El plan es más sofisticado que el confuso proyecto Mayhem pero está impulsado por un grupo parecido: hombres. En este caso no solo heterosexuales, sino también gays. Y negros. Todos han llegado a la conclusión, gracias a Reynolds, de que EE.UU. estará mejor así: con una división justa que canalice la diferencia y ahogue el conflicto.
Que el plan sea más sofisticado no implica, claro, que sea más practicable. La segunda mitad de El día del ajuste corresponde a los nuevos problemas a los que esto empuja a los Estados Desunidos, y es cuando Palahniuk saca más partido del humor. Funciona muy bien en lo relativo a Caucasia, donde los hombres blancos heterosexulaes impulsan un sistema aristocrático que bebe de la mitología nórdica y se topan con el vacío de la insatisfacción.
En Caucasia, por supuesto, las mujeres son relegadas a concubinas y esclavas; rol que no se diferencia demasiado del que desempeñan en toda la novela. Como en El club de la lucha Palahniuk las concibe como testigos sufrientes de la psicosis masculina, y es aquí donde se pueden empezar a vislumbrar las carencias de su planteamiento.
El día del ajuste no está comprometida con una ficción al uso, sino con una serie de ocurrencias cuyo objetivo fundamental es la provocación. Su carácter de sátira blinda este planteamiento —aunque buena parte de la crítica estadounidense haya criticado sus inconsistencias argumentales, acaso suponiendo algunas de las actitudes de las que Palahniuk se mofa—, y es en tanto a sátira como se tiene que analizar.
Por ello se debe tener en mente cuáles son los objetivos de Palahniuk. Ahora no cuesta tanto resistirse a la seducción de Tyler Durden, porque la ridiculez de los promotores del Día del Ajuste es subrayada desde el primer momento. No solo por lo peregrino del plan, sino por cómo el escritor vincula sus actitudes con filias habituales del supremacismo blanco, ya sea la pureza de la raza o los peligros del marxismo cultural.
Como sátiro Palahniuk quiere ser ecuánime, y enmarcar la dialéctica supremacista en un agitado contexto donde relaciona la actual polarización de EE.UU. con las políticas identitarias que habrían desplazado el eje de izquierda/derecha al de privilegiados/oprimidos.
Es un planteamiento que ha traspasado las fronteras del país y que en absoluto es novedoso; de hecho, llama la atención que obedezca punto por punto a la evolución discursiva del politólogo estadounidense Francis Fukuyama.
Si El club de la lucha y su extrañamiento ante la sociedad de consumo parecía beber de las ideas de El fin de la historia y el último hombre, publicado en el 92, El día del ajuste haría lo propio con Identidad: la demanda de dignidad y las políticas del resentimiento, que Fukuyama escribió hace un par de años incidiendo en sus mismas problemáticas. Parte, así, de un debate legítimo. De un conflicto visible que muchos asocian tanto a la crisis de la izquierda como al resurgimiento del fascismo.
Ahora bien, ¿aporta algo El día del ajuste a la discusión? No mucho, y es algo que no tendría por qué ser malo si la novela ofreciera una panorámica de la cuestión lo suficientemente lúcida. Ese, sin duda, sí es el objetivo de El día del ajuste, y uno que se le escapa entre los dedos por la estrechez de miras, o el probable desinterés, del escritor.
Sí, El día del ajuste señala con tino ciertos síntomas que pudieran conducir a un futuro distópico. Su utilización de Internet como plataforma del movimiento, donde el gusto por las listas y el tráfico de odio son vitales para impulsarlo, es apropiada. Su caricatura del hombre blanco hetero, embargado por la nostalgia hacia tiempos más sencillos, erige los pasajes de Caucasia como los más divertidos, con mucha diferencia.
Otro cantar es lo sucedido con Negrotopia y Gaysia. En el primer caso, su desapego de la opresión blanca determina un estallido tecnológico que abraza el afrofuturismo, dándole al colectivo una condición mítica que ahora puede impulsar una nueva y avanzada civilización. El elemento exotizante es irónico, claro, pero esencialmente parece obedecer a una burla sobre la recepción de Black Panther en 2018.
El caso de Gaysia es incluso más problemático. Teóricamente ha de cobijar al colectivo LGTB por entero, pero la realidad trans está completamente ausente en sus descripciones y personajes, limitado a las desventuras de heteros que han de camuflarse en sus filas por culpa del caudal de contradicciones al que ha dado pie esta división. Porque, evidentemente, estos Estados Desunidos son insostenibles, y Palahniuk lo sabe.
En sus últimas páginas, El día del ajuste atribuye lo fallido del experimento a la fluidez de las identidades y a la inevitabilidad de que estas se desvirtúen si no cuentan con otras aledañas con las que establecer diálogo y puedan entenderse cómo son. En tanto a conciliación no es mala salida, pero carece de la misma pegada de la que carece toda la novela.
El día del ajuste es solo un exabrupto que cierra filas cercano el final al entender la identidad como un sustrato inevitable de cualquier sociedad. No pretende alertar de lo lejos que sus políticas pudieran estar llegando o, al menos, no pretende hacerlo más allá de donde haya podido avanzar la conversación hasta ahora. Es decir, que El día del ajuste depende de un zeitgeist tan inmediato que es incapaz de desarrollar una provocación realmente incómoda.
Donde El club de la lucha anticipaba —muchas veces a su pesar—, El día del ajuste recoge. Depende demasiado del presente inmediato, de la discusión de la semana y del trending topic. Así, de todos modos, es como parece discurrir actualmente el pensamiento de Palahniuk. A través de tuits o de respuestas breves y altisonantes. Sus últimas entrevistas son la prueba.
Asumir que el autor de El club de la lucha, una obra imprescindible de nuestro tiempo, no tiene un pensamiento articulado y se limita a circular por coordenadas preestablecidas, quizá sería lo mejor que pudiéramos hacer hoy en día con su obra. Quizá habría que asumir tranquilamente esa muerte del autor, vaya, y ver qué de aprovechable hay en su producción. En El día del ajuste no hay mucho, salvo las risas. Y eso, a veces, es suficiente.