Michka Seld es la protagonista de Las gratitudes, la última novela de Delphine De Vigan, ocho años después de Nada se opone a la noche, que la consagró internacionalmente. La gratitudes se publicó originalmente en Francia en 2019, pero acaba de llegar a nuestro país en castellano de la mano de Anagrama con traducción de Pablo Martín Sánchez, y en catalán con Edicions 62 traducida por Jordi Martin Lloret.
Ocurre que en el tiempo que ha tardado en llegar a las librerías españolas, el escenario y la protagonista de la novela se leen de otra forma: ha adquirido involuntariamente otra dimensión. Lo que era una novela sobre la gratitud se ha convertido en un viaje comprensivo a la vejez y la vida en las residencias de ancianos, uno de los sectores más golpeados por el coronavirus.
"La pandemia ha provocado muchos cambios en nosotros, pero hay uno del que no podemos escapar: nos hemos descubierto mucho más vulnerables de lo que creíamos que éramos", cuenta Delphine De Vigan en la presentación virtual de Las gratitudes en España.
"Es muy posible que ahora el libro se lea de forma distinta a como yo lo escribí. La pandemia ha puesto en evidencia carencias en el trato a la tercera edad y el agradecimiento que para con ellos deberíamos tener", sigue la escritora. "En Francia tenemos mucho trabajo por delante en temas de, por ejemplo, regulación de empresas privadas que se están lucrando en residencias privadas, que hacen muy rentable la soledad".
En nuestro país, leer ahora mismo una novela que se desarrolla casi íntegramente en una residencia, puede doler más de lo esperado. Al menos 29.000 personas que vivían en residencias de mayores y centros residenciales de servicios sociales fallecieron durante la crisis del coronavirus en 2020. Representan más del 9% de los ancianos que vivían en residencias de 14 comunidades autónomas, según los datos de las consejerías de Sanidad y Servicios Sociales. Es decir, que uno de cada diez murieron el año pasado.
Sin embargo, De Vigan cuenta que "no quería hacer una novela moralista". Las gratitudes se publicó hace más de dos años en Francia. Nada de lo ocurrido debido al coronavirus pudo tener ninguna influencia sobre el relato. "A título individual lucho por acercarme a las personas mayores y escuchar lo que tienen que decir, pero con Las gratitudes tuve cuidado de no caer en el moralismo ni en el sentimentalismo".
En cierto sentido, esta última novela reflexiona sobre ese sentimiento de saberse vulnerables. Michka, la protagonista, descubre capítulo tras capítulo una nueva indisposición, otra pieza rota de un motor que se apaga. Solo consigue sentirse vital y en plena posesión de sus facultades cuando duerme: en sus sueños habla perfectamente y baila con un cuerpo que no siente los achaques.
Debido a la afasia que sufre, el lenguaje se convierte en su peor enemigo: cada día le cuesta más hacerse entender. Cada día confunde más palabras y las pronuncia peor. De Vigan cuenta que tuvo que investigar a fondo el trabajo diario de logopedas que combaten esta y otras dolencias del habla. "Era muy interesante construir un lenguaje propio para Michka, pero debía hacerlo creíble así que me asesoré con profesionales en el campo".
El trastorno, sin embargo, va erosionando lentamente la moral de la protagonista. "Ella quiere utilizar el lenguaje para cerrar heridas, para transmitir lo que siente. Por eso se resiste a aceptar su degradación: porque si le falla la palabra, le falla lo único que la conecta con los demás".
Muchos años antes de terminar en la residencia de ancianos, Michka acompañó a su madre hasta una casa alejada de todo en una zona rural alemana. Su madre era una mujer judía perseguida por los nazis, y tuvo que dejar a la niña en un hogar donde la cuidaron un par de granjeros.
Aquel matrimonio salvó a Michka de morir en un campo de exterminio, la acogieron y la criaron como a una más. Terminada la guerra, un familiar de Michka se la llevó con ella y la niña perdió todo contacto con las personas que le habían salvado la vida. Antes de morir, la anciana quiere encontrar a esas personas y agradecerles lo que hicieron por ella.
"Decimos 'gracias' con mucha facilidad. Damos las gracias unas treinta veces al día pero es como cumplir con un protocolo: no sentimos nada cuando lo decimos", explica De Vigan. "No es lo mismo dar las gracias que agradecer, porque esto implica reconocer la deuda que tenemos con los demás. Agradecer de corazón, mostrar gratitud por lo que los demás han aportado a tu vida es algo mucho más esencial".
Según De Vigan, durante estos últimos meses hemos asistido a una ola de gratitud un tanto vacua: "En Francia salíamos a los balcones a aplaudir a los sanitarios, por ejemplo. Pero al cabo de unas semanas dejamos de hacerlo. ¿Les hemos mostrado verdadera gratitud a los que estuvieron en primera fila combatiendo la pandemia?".
Decía la escritora y periodista Mar Abad que en el español apenas existen sinónimos: "Son palabras que se hacen pasar por otras, sucedáneos, dobles, suplentes ¡e incluso impostores!". En francés, el idioma de De Vigan, se suele usar "merci" cotidianamente pero se reserva para ocasiones especiales el "Grâce à Dieu". Puede que nosotros no tengamos muchas palabras para dar las gracias, pero sí muchas formas de agradecer. Aunque tal vez no seamos capaces de recordarlas.
Sobre esos tres vértices se construye Las gratitudes: lenguaje, agradecimiento y memoria. Para tejer con ellos una novela sencilla y bella, que agita sentimientos muchas veces olvidados.