Como el protagonista de su filme, el realizador Lee Isaac Chung tenía siete años cuando se mudó a Arkansas con toda su familia de ascendencia surcoreana. En aquella tierra extraña, su padre cultivaba un huerto y su madre doblaba turnos en una granja en la que sexaba pollos. Minari es un compendio de los recuerdos de su infancia, retazos de su pasado en busca de una identidad y un lugar en el que echar raíces.
Mejor película de habla no inglesa en los Globos de Oro y los Critics Choice Awards, 6 nominaciones en los BAFTA y los Independent Spirit y gran triunfadora del último Festival de Sundance, Minari llega ahora a nuestros cines tras una temporada de premios espectacular, que la sitúa como una de las favoritas en los Oscar de este año.
La familia coreano-americana de Minari termina en Arkansas por iniciativa —o mejor dicho, orden silenciosa— del pater familias: Jacob tiene una idea muy clara de cómo debería ser su futuro y arrastra a toda su familia con él. Su idea de negocio, esa narrativa del emprendedor que cree que les otorgará la vida que merecen, parece ser lo más importante.
Pero mientras Jacob —al que da vida un estupendo Steven Yeun, con la misma autoridad no buscada que su personaje en Burning, de Lee Chang-Dong— batalla contra las inclemencias del campo, desatiende a una familia que necesita echar raíces más urgentemente que sus hortalizas. No es que se sientan excluidos, es que no se reconocen como parte inseparable de una comunidad. Desclasados y desplazados, todos los integrantes de la familia de Minari se buscan a sí mismos.
El realizador Lee Isaac Chung reescribe la narrativa clásica del sueño americano con sentido crítico y una suerte de visión asiática del asunto. Construye un discurso hábil sobre la figura del padre empecinado en trabajar y triunfar, en ganarse el respeto de los demás, al tiempo que lo contrapone a la figura de la madre —Yeri Han— y especialmente a la abuela materna.
En este rol brilla especialmente Yuh-jung Youn que, desprovista de todo artificio, convierte su personaje en el alivio cómico, para en última instancia hacer valer la sonrisa y la calidez humanas como verdadero latido emocional de la cinta. Una anciana que encarna una generación de mujeres que no quiso ajustarse al rol de madre y esposa obediente encadenada al hogar.
Entre esos dos mundos crece David, al que da vida Alan Kim, que hace nada ganaba el premio a Mejor Intérprete Joven en los Critics Choice Awards, y se deshacía en lágrimas en su tierno discurso de agradecimiento. El niño vive entre el cosmos de un hombre joven que quiere convertirse en un norteamericano exitoso, y el de una mujer mayor arraigada a las costumbres surcoreanas que no entiende la tradición como un peso que dificulta el avanzar, sino como un lugar al que acudir para conocerse mejor a uno mismo. Dos generaciones cuyas contradicciones hicieron crecer al realizador, y aparecen desnudas ante el espectador.
El minari que da nombre a la cinta es una hierba muy utilizada en los platos de cocina coreana tradicional. Es una planta parecida al perejil —de hecho también se la conoce como 'perejil japonés'—, que los personajes no consiguen hacer crecer en la dura tierra de Arkansas. Pero que sea difícil no significa que sea imposible: la planta crecerá en el ambiente que le sea propicio.
Esta hierba, como otros muchos elementos de la trama en apariencia baladíes, se convierte en un objeto de deseo para una familia que no consigue encontrar su lugar en la mal llamada tierra de las oportunidades. A través de pequeños detalles cotidianos como este, relacionados a menudo con los cuidados y el trabajo doméstico, Lee Isaac Chung construye un drama familiar tocado de momentos de singular belleza, cuando no de hilarante comedia.
Minari es una cinta que recoge lo mejor del cine asiático moderno sobre la familia, centro neurálgico de las mayores vicisitudes y alegrías que se afrontan en la vida, al estilo del Hirokazu Koreeda de Still Walking o Kiseki. Al tiempo que se reconoce una sensibilidad estética propia del cine independiente norteamericano y cuyas referencias se pueden rastrear en las imágenes tan dispares del cine de Chloé Zhao o Kelly Reichardt.
"No estoy hecho para el melodrama", escribía el cineasta japonés Yasujiro Ozu en el libro La poética de lo cotidiano: escritos sobre cine (Gallo Nero). "Es un género que aprovecha la teoría de que a la gente le gusta llorar al ver sufrir a otro que está peor que ellos". Y lo cierto es que a la familia de David le pasan no pocas desgracias, pero la fuerza del filme de Lee Isaac Chung reside precisamente en no caer jamás en la lágrima fácil. En optar por la belleza, la honestidad y la esperanza para narrar una historia que, como muchas, tiene sus momentos jodidos. Pero estos no ensombrecen los pequeños instantes de poesía cotidiana.