Para ello, se metió en los estudios Musigrama y grabó "Quien no corre vuela", un trabajo donde el rock, el pop, la salsa y la melodía italiana se dejaban sentir sobre la base flamenca. Con su disco, Ray Heredia cumplió con la misión revolucionaria de poner patas arriba la música de origen. Lo consiguió con un puñado de buenos músicos, artistas cuyo epicentro sería el Rastro de Madrid y que verían su música grabada en acetatos de la factoría Nuevos Medios.  

Mario Pacheco puso etiqueta, precio y código de barras al sabroso movimiento que él mismo bautizó como Los jóvenes Flamencos. Fue la última movida o, mejor, la única movida legítima, pues nació en las calles, lejos de los despachos y de las instituciones, teniendo a un impulsor de genio como lo es Antonio Benamargo. Por decirlo de alguna manera, Antonio Benamargo activó la corriente y Mario Pacheco puso la pasta, el parné, los jurdeles, así como el gusto exquisito a la hora de producir y presentar la mercancía. Esto último es algo a tener en cuenta, pues Pacheco andaba muy por encima de la chabacanería de la industria musical de nuestro país. Fue el productor más fino y, por ello, más internacional de la cochambre fonográfica de los tiempos.  

Volviendo a lo personal, confieso que hay muchas cosas que le debo a la vida, entre otras el haber estado cerca de todo aquello; tan cerca como que hace 30 años yo andaba por Musigrama, sentado en la mesa de sonido junto al técnico Juan Miguel Cobos, mientras al otro lado de la pecera Ray Heredia completaba su disco, metiendo palmas, bajo eléctrico, guitarras, percusiones y cualquier cosa que se le pusiera por delante. Porque Ray Heredia era un músico de verdad. Completo y genuino como el solo.  

Cogía cualquier melodía y se la llevaba a su terreno, expresándola como nadie lo había hecho hasta el momento. Con el disco "Quien no corre vuela" cumplió con su misión en la vida. Un puñado de buenas canciones, sin desperdicio, con un homenaje final a sus mayores; un fandango de Caracol en la voz de su padre con el toque de su cuñado Enrique de Melchor. 

Fue una época irrepetible en la que Madrid se quedó chica para muchos de nosotros. Nos comíamos la vida a puñaos y de aquel tiempo queda una bella memoria de ratos intensos en los estudios Musigrama, en los bares de la calle Echegaray o en el Villa Rosa que el otro día echó su cierre, culpa de esta pandemia que está arrasando con todo lo bueno ante la mirada esquiva del personal que trabaja, o hace que trabaja, en nuestras instituciones. Si 20 años son nada, 30 años son todavía menos. A veces echo la mano atrás y puedo tocar aquellos tiempos de porro y rosas que hoy toca traer hasta aquí con un disco que sigue vigente; un disco que por muchos años que pasen, siempre sonará fresco, como recién grabado. ¡Ese Ray!