Fue solo una de las consecuencias de la Gran Recesión de 2008, cuya onda expansiva afectó a los sistemas financieros de prácticamente todo el mundo y a casi todos los sectores. En este contexto se ambienta la película Nomadland dirigida por Chloé Zhao, que tras triunfar en los Globos de Oro parte como una de las favoritas a los Oscar con 5 nominaciones entre las que se encuentran las de Mejor película o Mejor actriz.
Cuenta la historia de Fern (interpretada por una sobresaliente Frances McDormand), que a sus 60 años se ve obligada a llevar una vida como nómada tras el fallecimiento de su esposo y la desaparición de su pueblo. No tiene casa, el dinero de la jubilación anticipada es insuficiente y buscar trabajo a su edad no parece fácil. "No estoy segura de para qué te pueden contratar", le dicen en la oficina de empleo. Ante esta situación solo le queda una opción: convertir una vieja furgoneta en su nuevo hogar.
La película está inspirada en el libro País nómada: supervivientes del siglo XXI (Capitán Swing) de la periodista Jessica Bruder, que pasó tres años acompañando a una comunidad nómada buscando trabajo por todo EEUU. No es una adaptación como tal, pero Chloé Zhao se basa en muchos de los personajes presentados y compone un relato a caballo entre el documental y la ficción en el que los verdaderos nómadas interpretan un papel de sí mismos en pantalla. Es el caso de Bob Wells, una especie de gurú entre la comunidad que simboliza la fusión del grupo ante la amenaza colectiva que él mismo llama "la tiranía del dólar".
En cambio, tener una forma de vida libre de posesiones o hipotecas se presenta como un signo de libertad. Es lo que se respira en esas escenas donde vemos a Fern mirando el atardecer en el horizonte, bañándose desnuda en ríos o mirando el planeta Júpiter por un telescopio, actividades simples pero inauditas para quienes tienen su vida en la metrópoli. Ellos están en medio del desierto, casi evocando a los primeros colonos que cruzaron EEUU en busca de prosperidad sin ningún tipo de ancla material. "No soy una vagabunda, solo es que no tengo casa", dice el personaje de McDormand en una escena. Está en esa situación por verse forzada a ella, pero también por haberla elegido.
Al igual que antaño hicieron las bandas en el Viejo Oeste, los aficionados a la llamada Van Life se reúnen en torno a fogatas para hablar de cómo reparar pinchazos en las ruedas, de cuál es el tamaño ideal de un cubo para defecar o del valor que puede tener un objeto tan sencillo como un plato cuando este se rompe y no hay ninguna tienda cerca para reemplazarlo.
Pero es aquí cuando la película de Zhao presenta una dicotomía: sus personajes siguen sin poder escapar del sistema. Esa tiranía que mencionaba Bob Wells es la que les sigue obligando a vagar en busca de trabajos temporales y mal pagados, ya sea en las cocinas de restaurantes o limpiando baños en zonas de estacionamiento.
Es lo que lleva a Fern a depender de uno de los mayores tiburones del capitalismo de nuestra era: Amazon. La compañía de Jeff Bezos cuenta con un programa de trabajo llamado CamperForce orientado precisamente para personas de la tercera edad (o cercanas a ella) que viven en furgonetas y están desempleados. En Nomadland aparece uno de estos almacenes con logo empresarial incluido, algo que según reveló McDormand a The Hollywood Reporter consiguieron después de enviar un email pidiendo permiso para grabar.
Como señalan en Vulture, resulta cuanto menos extraño que la película apenas ahonde en las consecuencias de una campaña laboral que se aprovecha de unos de los colectivos más vulnerables del país. En cambio, se ve a Fern paseando por el almacén mientras sonríe a sus compañeras o charlando con su supervisor mientras este le muestra los tatuajes de su brazo. La única valoración que hacen de esta actividad en la cinta es que "se gana mucho dinero", pero como se puede leer en el libro de Jessica Bruder no todo es color de rosa (o del dólar).
La periodista, en el libro en el que se inspira el filme, habla de cómo los empleados de un almacén en Breinigsville (Pensilvania) trabajaron con temperaturas por encima de los 37º. ¿El motivo? Que los encargados no abrieron las puertas por temor a posibles robos. También de Laura Graham, dedicada a preparar pedidos en el almacén de Coffeyville (Kansas), que explica cómo Amazon realiza un seguimiento de la productividad en tiempo real mediante los lectores de códigos de barras. Cada vez que se escanea un producto aparece en una pantalla una cuenta regresiva que indica cuántos segundos le quedan al empleado para localizar el siguiente.
Entre otras cosas, Graham lamenta cómo tiene que recorrer entre 15 y 30 kilómetros diarios por unas instalaciones de 85.000 metros cuadrados. Este esfuerzo físico a veces desemboca en enfermedades como la fascitis plantar, que produce inflamación y dolor en los pies. Además, cuenta que para aguantar la jornada tiene que tomar Ibuprofenos en mitad del turno de noche, que dura desde las 17:30 hasta las 3:30 de la madrugada, y que los días libres procura no usar los pies salvo para ir al baño o ducharse. Nada de esto aparece en Nomadland.
De hecho, el propio director de fotografía, Joshua James Richards, defendió en una entrevista a The Wrap el clásico argumento de que "no querían hacer política": "Simplemente mostramos a Fern trabajando allí. También mostramos una furgoneta Ford Econoline, pero no creo que estemos haciendo una gran declaración crítica sobre Ford. Obviamente, se puede encontrar política en cualquier cosa".
Puede que se eche en falta algo más sobre las corporaciones y fuerzas económicas que justo son responsables del colapso de sus personajes, pero esto no evita que brille en otros planos ni que deje de tener valor como retrato fílmico de la Norteamérica moderna. Si Cowboy de medianoche (1969) ya incidía en la mentira del llamado "sueño americano" hace más de 50 años, Nomadland readapta ese discurso a nuestros días para constatar que la prosperidad no solo depende de lo que uno quiera, sino de lo que el sistema le permita.
La cinta de Zhao es también un canto a esas personas que se desvían del orden establecido y redefinen el concepto tradicional de un "hogar" que no siempre está construido con ladrillos. A aquellos que viven al margen, se desprenden de cargas innecesarias y en lugar de despedirse diciendo "adiós" lo hacen con un "nos vemos en la carretera".