El segundo redescubrimiento tardó más en consumarse, y lo hizo asentado en ese mismo mercado que ya había absorbido a la contracultura. Peter Jackson estrenó La comunidad del anillo, Las dos torres y El retorno del rey entre 2001 y 2003, haciendo presa a Hollywood de unas inercias que se prolongaron en las siguientes décadas. Con el reciente reestreno en España de la trilogía —que replica estrategias de otros países para enderezar la recaudación pandémica y se ha saldado con números 1—, ¿es legítimo pensar que nos encontramos ante un tercer renacer, con otra adaptación por parte de Amazon a la vuelta de la esquina? ¿O el fervor por El señor de los anillos nunca ha llegado a apagarse?
Algo que define esta sucesión de reubicaciones de Tolkien en la cultura pop es una retroalimentación constante. A la hora de afrontar el desarrollo de sus películas Jackson partía de dos elementos fundamentales: por un lado la explosión del rol en los años 80, y por otro la primera gran adaptación cinematográfica de su novela más conocida. Son múltiples los diseños y decisiones que su trilogía hereda de El señor de los anillos de Ralph Bakshi, película animada de 1978, como también es palpable la influencia de todas las expresiones transmedia nacidas a rebufo del juego Dragones y mazmorras.
Para Gerardo Vilches, crítico e historiador, aquí reside una de las primeras claves de la génesis de El señor de los anillos y de su elemental distancia con la obra de Tolkien. "Se perdieron elementos esenciales en cuanto a la simbología y el trasfondo reflexivo de la novela", defiende. "Su poso psicológico y arquetípico fue eliminado de la lectura de Jackson; supongo que porque su visión era la de un friki jugador de rol que interpretó los libros en un contexto muy determinado y en una época, los años 80 y 90, donde las obras que el propio Señor de los anillos inspiró la habían fagocitado. El mejor ejemplo es su visión de los enanos y orcos, más propia de un juego de rol que de los libros originales".
Así las cosas, y por mucho que hicieran de la fidelidad a Tolkien su bandera, tanto Jackson como las coguionistas Fran Walsh y Phillippa Boyens partían de un imaginario muy intoxicado por las distintas traducciones que ya había experimentado El señor de los anillos. Pablo Fluiters, crítico cultural, insiste en el caótico entramado de influencias que tenían a sus espaldas. "El señor de los anillos siempre había sido popular, y su impacto como origen de uno de los primeros fandoms lo había convertido en algo canónico: una base que siempre tenemos asumida cuando queremos escribir o leer sobre mundos fantásticos".
Con un colosal presupuesto entre manos, El señor de los anillos también debía adoptar dócilmente las coordenadas del blockbuster: ese quintaesencial taquillazo cuyo nacimiento se puede rastrear a La guerra de las galaxias y que también había recogido la semilla tolkieniana en tanto a la afición del público por las fantasías escapistas. De ahí su preocupación por las localizaciones infartantes de Nueva Zelanda, la banda sonora épica a cargo de Howard Shore o el avance de la técnica, que gracias a Weta Digital y a la afortunadísima creación de Gollum, creó escuela. Con todos estos designios de superproducción, ¿se quedó la lealtad a la fuente original por el camino?
Vilches no lo cree del todo. "Si algo hizo bien Jackson fue jugar con la fidelidad de manera inteligente: usarla cuando interesaba, enarbolarla como bandera legitimadora y saltársela cuando convenía". Bárbara García, vicepresidenta de la Sociedad Tolkien Española, llega a defender la conveniencia de los cambios que sufrió la obra en su traslado a la pantalla, al hilo de personajes desaparecidos como Glorfindel, Tom Bombadil o Ghân-buri-ghân. "No sé hasta qué punto las películas hubieran funcionado mejor o peor de ser más fieles, pero lo cierto es que hay mucha gente que deja de leer La comunidad del anillo por lo lento que es el inicio. Jackson, sin embargo, lo despacha en unos minutos".
El señor de los anillos: La comunidad del anillo llegó a los cines en las Navidades de 2001, logrando unos aplausos de crítica y público que estallaban en un contexto excepcional para la industria hollywoodiense. Por muy problemática que fuera su recepción, el estreno dos años antes de La amenaza fantasma había vuelto a situar el blockbuster de fantasía como líder de la taquilla, y de hecho Las dos torres vería la luz con meses de diferencia de El ataque de los clones, en 2002. A lo que había que sumar, claro, el éxito paralelo de las primeras adaptaciones cinematográficas de Harry Potter.
"La trilogía se estrenó en un momento muy concreto, principios de siglo, y entre dos grandes sagas como Harry Potter y las precuelas de Star Wars", recuerda Fluiters. "Creo que la presencia simultánea en salas de Harry Potter ayudó a que El señor de los anillos se constituyera como una alternativa más adulta o seria a las adaptaciones de Rowling, y eso provocó que los espectadores casuales perdieran el miedo o la vergüenza de ir a ver una cosa con elfos y enanos". Efectivamente, las cifras de La comunidad del anillo denotaban que no solo habían pasado por caja los lectores de la obra de Tolkien, sino también espectadores con un conocimiento tangencial del fenómeno.
"Las películas consiguieron llegar a un público muy amplio. No atrajeron solo a gente que estuviera interesada en Tolkien; también consiguieron seducir por sí mismas", señala García. A la hora de examinar la huella que dejó en estos espectadores, Vilches considera que la trilogía "cumplió para una generación el mismo papel que Star Wars décadas antes: una saga fantástica que seguir año a año, con gran presupuesto, que sería explotada calculadamente a través de todo tipo de productos derivados: videojuegos, ropa, juegos de mesa…".
El señor de los anillos se confirmó velozmente como una obsesión generacional, proclive a suscitar intensas nostalgias con el paso del tiempo. La saga de Jackson dejó una impronta tan sencilla de rastrear como difícil a la hora de permitirnos extraer una tesis concreta, pero lo que más llamó la atención —nada más estrenarse La comunidad del anillo— fue que el respaldo crítico fuera suficiente como para que el film jugara un gran papel en la carrera de premios. Más allá de las categorías técnicas donde estas producciones acostumbraban a arrasar —empezando por La guerra de las galaxias—, nunca había ocurrido nada parecido.
Pero ahí se plantó la trilogía, con 17 Oscar en total y El retorno del rey empatando a número de estatuillas con Ben-Hur y Titanic. Era fácil deducir entonces que la llamada "cultura friki" había obtenido tanto una legitimación académica como la incipiente posibilidad de devorar el mainstream, y el hecho de que esta diera paso en años siguientes a hits como The Big Bang Theory o Ready Player One —cuyos protagonistas pretendían ser reflejos de una audiencia enorme, aunque paradójicamente autoconvencida de su distinción frente a la masa— invita a tomarse la etiqueta ‘friki’ con cierta suspicacia.
Es lo que hace Vilches. "La cultura friki es un concepto algo tramposo", asegura. "Tiende a nutrirse de productos culturales que no son para nada elitistas o de culto, sino puro mainstream: cultura popular masiva". Es lo que pretendía ser El señor de los anillos de Jackson, y el deslumbrante rédito económico que obtuvo no tardaría en generar todo tipo de imitaciones: tanto adscritas al género de fantasía épica, lleno de libros por adaptar —Eragon, Las crónicas de Narnia—, como limitándose a replicar algunas de sus características básicas en tanto a la plasmación de encuentros bélicos —Troya, El reino de los cielos— o simplemente la escala de producción.
A partir de ella tuvimos en 2009 una nueva película más taquillera de la historia a cargo de James Cameron —Avatar— y una obscena proliferación de franquicias. "El señor de los anillos es el equivalente a Star Wars algunos años después no solo por el abrazo del público sino por sus efectos en la industria", señala Fluiters. "George Lucas y Peter Jackson demostraron que se podía invertir a largo plazo en sagas completas, algo imprescindible en el panorama hollywoodiense que manejamos hoy en día, con Marvel Studios a la cabeza".
"Es indudable que la generación que vivió su infancia en los 80 está ahora en los puestos adecuados para que esta supuesta cultura friki sea la hegemónica, y hayamos vuelto recurrentemente tanto a Star Wars como a El señor de los anillos", deduce Vilches. Así, diez años después de La venganza de los Sith tuvimos El despertar de la Fuerza. Solo hizo falta otra década para que el propio Jackson volviera a la Tierra Media con El hobbit, y una década más para que Amazon anunciara la producción de su propia serie de El señor de los anillos.
La obra de J.R.R. Tolkien, claro está, nunca permaneció ajena a esta atención mediática. "Fue un revival comparable, si no superior, al que vivió en los años 60 y 70 cuando toda una generación redescubrió los libros y los leyó en clave hippie, antimilitarista, ecologista… un contenido que quedó oculto a la luz de las películas, más centradas en la épica guerrera, pero no cabe duda de que la trilogía ha vuelto a leerse muchísimo", declara Vilches.
Todo mientras la industria audiovisual sigue exprimiendo el fenómeno, y series como Juego de tronos o The Witcher logran tener entidad propia pese a su pertenencia a un género común. Justo lo que al parecer no consiguió la trilogía de El hobbit, con la que Jackson hubo de dinamitar su prestigio como traductor de Tolkien. "El hobbit se ha quedado vieja", afirma Fluiters. "Jackson no tenía nada nuevo que aportar, y las películas intentaban imitar tanto a la saga previa que acabó pareciendo uno de tantos plagios de El señor de los anillos".
"Si te quedas dormido viendo El hobbit y te despiertas viendo Eragon o Warcraft: El origen es muy posible que no te des ni cuenta". Despachando El hobbit como una fallida prolongación de nuestro idilio con la Tierra Media, y encontrándonos en una tesitura donde Amazon se dispone a insuflarle nueva vida mientras el público vuelve entusiasta a las salas para revisar las películas, no está de más examinar qué ha hecho el paso del tiempo con ellas. ¿Conservan su magia? ¿Han envejecido de algún modo?
"Hay muchos diálogos que vistos veinte años más tarde parecen un tanto sobreactuados", opina Vilches. "También sucede que hoy, por propia evolución de la sociedad, chirriaría mucho un plantel íntegro de protagonistas blancos. Algo que estaba en el libro original, pero que podría "molestar" a un espectador actual. En los años de la trilogía el feminismo ya pudo permitir que se ampliaran los papeles de Éowyn y Arwen, pero para los estándares actuales tanto este como el aspecto racial se revisarían".
"A nivel visual le favorece haber puesto mucho mimo en lo artesanal (maquetas, maquillajes), paralelamente a una inversión descomunal en exteriores, vestuario y caracterización", explica Fluiters. "Las películas saben muy bien cuando les van a beneficiar ser modestas, y al mismo tiempo Jackson confía mucho más en el lenguaje cinematográfico que otros directores que esperan que el mero despliegue de CGI sea suficiente para epatar al público".
Fluiters se prodiga en las alabanzas de Jackson. "Creo que no se puede discutir que la película sería muy distinta si la hubiera dirigido otra persona y es difícil imaginar que pudiera haber sido mejor", concluye, aunque se muestra ambivalente sobre cómo le han sentado los años a otros aspectos de la trilogía. "Ya en la publicación de los libros, a nivel sociopolítico, estos tenían aspectos muy cuestionables, y las películas los heredan casi todos: la presencia femenina, la escasa variedad étnica, el conservadurismo de Tolkien…".
En lo relativo a los valores de El señor de los anillos, García destaca a cambio que "Tolkien no quiso predicar su catolicismo de un modo tan exagerado como quiso hacer su colega C.S. Lewis con Las crónicas de Narnia". De hecho, se muestra convencida de que si las películas conservan su conexión con el público se debe a los valores que promulga, y que ya promulgaban las novelas. "La valentía, el altruismo, la fraternidad, la amistad, el amor, la añoranza por el hogar… sentimientos muy terrenales que todos experimentamos en algún momento".
¿Qué es lo que El señor de los anillos le ha dado al público, finalmente y al margen de todas sus derivas comerciales? García lo tiene claro: inspiración. "Cuando las circunstancias te superan, y ahora más que nunca con la pandemia, es fácil que pienses 'esto es un suplicio, necesito estar junto a mi familia, necesito salir de esto'... y entonces recuerdas la amistad interracial de Aragorn, Legolas y Gimli. Recuerdas a Frodo y a Sam, sobre todo recuerdas a Sam… subiendo el Monte del Destino y sacando fuerza de las dificultades".
"Tolkien, que siempre se identificó con los hobbits, creía que si nos centrábamos más en los amigos, la comida y la música, el mundo sería un lugar mejor", concluye García. "Y ahí es donde, nos dice, está la felicidad. En estar con tu familia y amigos, en una mesa con comida y bebida, hablando y riendo." De hecho, la última frase de El retorno del rey, tanto del libro como de la película, le pertenece a Sam y es "estoy en casa". Quizá ahí esté la clave de todo.