De una u otra manera, su obra llega ahora y hasta el 8 de agosto al Museo Thyssen de Madrid en forma de retrospectiva y también en forma de deuda saldada. Es la primera vez que España acoge una exposición tan numerosa de la artista: 90 lienzos ordenados cronológicamente, aunque en ocasiones la muestra transgrede esa premisa para aunar algunos cuadros temáticamente. Es también una de las exposiciones con las que el museo intenta responder a la evidente desigualdad de género que aún atraviesa las principales instituciones culturales del país. En los últimos años son ya muchas voces las que señalan la desproporción entre obras de hombres y mujeres en los fondos de los museos, en sus colecciones permanentes y en sus exposiciones temporales.
O'Keeffe nació en los EEUU profundos y se formó en arte desde pequeña. Más tarde, su familia pudo –y quiso– pagarle los estudios en Chicago y Nueva York, aunque no durante todos los años necesarios para completar su formación superior. Así que la artista trabajó como profesora de dibujo y haciendo ilustraciones comerciales. Los años de estudio le habían supuesto mucha frustración: aprender arte, se quejaba, parecía ser solo aprender a copiar lo que otros habían hecho antes. Ella quería encontrar su propia voz, lejos de copias o de estándares que la limitaran. Fue así como sus dibujos al carboncillo llamaron la atención. Sistemática, metódica. O'Keeffe quería primero encontrar qué y cómo quería pintar sin importar el color. Eso llegaría más tarde.
Esa primera fase de dibujos, a comienzos del siglo XX, es la que hace que O'Keeffe sea pionera de la abstracción. "El dibujo es muy importante, quiere tener claro el esquema, saber bien lo que quiere hacer y luego ya introducir el color. Es una abstracción orgánica", explica la comisaria de la exposición, Marta Ruíz del Árbol. Esos dibujos llegaron a manos del fotógrafo y galerista Alfred Stieglitz, que en 1918 apadrinó a la artista y sufragó su traslado y estancia en Nueva York para que pudiera dedicarse al arte.
"Al fin una mujer sobre el papel" es la frase que se atribuye a Stieglitz cuando contempló la obra de Georgia O'Keeffe. Precisamente ella intentaba huir de valoraciones que insistían en ligarla con "lo femenino", no tanto porque renegara de su experiencia como mujer como por desear que a su obra se la valorara por su calidad artística sin necesidad de añadir ningún atributo 'femenino'. Lo que es innegable es que una de las partes más conocidas de su obra –las series sobre flores– sugieren formas y trazos que recuerdan a vulvas abiertas, a labios y a clítoris. Ella se apartó de esa interpretación, en esos tiempos tan ligada a Freud y sus teorías, para reivindicar tanto su mirada como la libertad de quien mira para llegar a sus propias conclusiones.
Y para reivindicar su propia libertad, la de una mujer que posó desnuda para Stieglitz en varias ocasiones. Sus retratos fueron expuestos y eso, sumado a su emancipación como artista –también de Stieglitz– y como mujer –viajó sola o acompañada de amigas o de amigos y discípulos hombres, algo muy mal visto entonces– la convirtió en un caso atípico para la época. Protagonizó portadas de medios relevantes y manejó su imagen a sabiendas de que empezaba a ser el escaparte de un artista.
Volviendo a las flores, O'Keeffe habló de ellas y de las ampliaciones que plasmaba en los lienzos como una manera de obligar a los urbanitas a pararse y mirar. "La mayor parte de la gente en la ciudad corre tanto, que no tiene tiempo de mirar flores. Quiero que las miren, lo quieran o no". Uno de sus más célebres cuadros sobre flores –Estramonio. Flor blanca– y que puede verse en la exposición es la obra de una artista por la que más se ha pagado en una subasta: fue en 2014, y la compró el Museo de Arte Americano Crystal Bridgers por 44 millones de dólares, una cifra alejada de las que alcanzan sus compañeros hombres con las obras más cotizadas.
De las flores pasamos a los edificios y a los paisajes naturales. La pintora pasó de la abstracción a ser 'madre' del modernismo estadounidense, aunque nunca renunció del todo a la expresión abstracta. Nueva York fascinó a O'Keeffe, que retrató algunos de sus incipientes rascacielos. La ciudad parece sola, la mirada, fruto del paseo de una caminante furtiva o nocturna. La influencia de la fotografía es clara en algunos de estos lienzos, que llegan a reflejar las manchas de luz que encontraría un objetivo que enfoca una torre deslumbrada.
Y de Nueva York al campo, los dos lugares entre los que dividía su residencia durante el año. Esos paseos campestres son capitales para su pintura. Marta Ruíz del Árbol la define como una "artista recolectora" a la que le gustaba caminar e ir recogiendo elementos naturales que encontraba: hojas, plumas, piedras, raíces. "Caminar, explorar es para ella parte del proceso creativo", apunta del Árbol. Por algo sus amistades decían de ella que Georgia siempre quería ver qué había más allá de la siguiente colina.
En 1929 Georgia O'Keeffe descubre Nuevo México y ese descubrimiento será fundamental para su trayectoria. Hasta allí viaja con su amiga Rebecca Strand para visitar a una mecenas que apoyaba a las aristas. "Se fascinó por el lugar. En ese momento ella hablaba de que o seguía su propio camino o abandonaba la pintura. Nuevo México la ayudó a seguir forjando ese camino", explica la comisaria. Los paisajes de Nuevo México, sus descubrimientos, aparecen en los lienzos, pero también huesos de pelvis retratados muy de cerca, como sus flores, en medio de la tierra polvorienta del lugar.
Ese fue el primer viaje de muchos, porque desde entonces la artista volvió recurrentemente hasta que su marido –el Alfred Stieglitz mencionado en este texto– murió. Entonces se instaló definitivamente en Nuevo México. Allí compró la que sería su última casa y se dedicó a pintar obsesivamente uno de sus detalles: la puerta del patio. "Esta puerta es la razón por la que compré esta casa", decía. En gran o pequeño formato, ocre o colorida, la puerta es la musa de O'Keeffe.
En esos últimos años, la artista, ya mayor, se dedicó a viajar por el mundo. Quería visitar nuevos lugar, explorar otras inspiraciones, otros colores. Encontró experiencias pero nada que le conmoviera tanto como Nuevo México. Solo dos de esos lugares de los muchos que visitó quedaron plasmados en dos cuadros: el monte Fuji, en Japón, y el volcán Misti, en Perú. El resto de cuadros de sus viajes muestran a una artista interesada por las perspectivas que ofrecen los viajes en avión: tierras surcadas por trazos que son ríos o requiebros de tierra.
En 1986 Georgia O'Keeffe fallecía en Nuevo México. Su excepción histórica, la de una pintora reconocida en vida por su obra y por su contribución al arte contemporáneo, quedaba ya para la historia. La pregunta, que surge con más fuerza después de visitar la exposición, es cómo es posible que esa historia, con el tiempo, haya minusvalorado, en museos, libros de texto o subastas, su talento durante tanto tiempo.