Algunos clásicos de la literatura ciberpunk como Neuromante, de William Gibson, ya tenían evidentes ecos de la novela negra. También el abuelo del género, el escritor Philip K. Dick, conjuraba a menudo una especie de revisión pulp y fantástica de esos mundos. Y una de las primeras grandes muestras del cine ciberpunk, Blade runner (inspirada en una novela del mismo Dick), hacía guiños a la mitología del género con su investigador (y sicario) con gabardina que deambulaba por los paisajes lluviosos de una urbe del futuro.
Joy y compañía añaden al conjunto un futuro que conecta con los miedos, o con las predicciones realistas, de nuestro presente de preocupación por el cambio climático. La acción tiene lugar en una Miami asfixiantemente calurosa y parcialmente anegada a causa de la subida del nivel del mar. Sus habitantes suelen vivir de noche para evitar los mayores picos de temperatura.
En los primeros minutos de Reminiscencia, Bannister hace un comentario socarrón sobre las bondades de dedicarse al negocio de la nostalgia porque es algo que nunca pasa de moda. La frase podría ser una referencia bromista al mismo film, que también se alimenta del pasado del noir, o ese Hollywood reciente atrapado en un bucle nostálgico ochentero. Ahora este bucle nostálgico parece estar en proceso de mutación: el pop comienza a pasar página y dirigir la mirada nostálgica a la década siguiente.
Aunque algunos aspectos de Reminiscencia puedan recordar a thrillers de los años noventa como Días extraños o New Rose Hotel y sus respectivas mujeres fatales que viven en tiempos por venir, sus autores echan la vista mucho más atrás. Intentan resucitar algunos espacios y motivos propios de ese cine negro que nunca termina de morir, sino que retorna de una manera u otra, en forma de calcos o actualizaciones. Joy y su equipo no proyectan una intención profundamente revulsiva, sino el intento de llevar a cabo un correctísimo revival especiado por la ambientación futurista y su correspondiente maquinaria avanzada.
El film noir es uno de los géneros establecidos con mayor potencial para abordar los problemas de la sociedad capitalista. Y Joy y compañía aprovechan la oportunidad para anticiparse a un tema posible o probable del futuro: la desigualdad en el acceso a las zonas más secas de unas ciudades costeras parcialmente anegadas. El deseo de revivir los recuerdos porque no se espera nada bueno del presente o del futuro convive con las alusiones a crisis bélicas o ecológicas convertidas en oportunidades exclusivas para oligarcas.
Reminiscencia puede presumir de un bello diseño de producción retrofuturista. Lo más agradable del proyecto es que se aleja de los saturados peajes del espectáculo de acción orientado (o muy apto) para el público juvenil: la película no solo se adhiere a las imágenes del noir de los años cuarenta o cincuenta y sus revivals, sino que se adapta (hasta cierto punto, posmodernidad obliga) a sus códigos narrativos. En este aspecto, el filme da la espalda al blockbuster de las últimas décadas: ni abundan los tiroteos infinitos ni vemos persecuciones espectaculares (esto no es Minority report) o catástrofes cataclísmicas. Estamos ante una investigación detectivesca con romance, apego al pasado y algunos estallidos de violencia por el camino.
El resultado puede verse como una especie de Origen sin acción trepidante, con menos juegos de manos ilusionistas (aunque no faltan los momentos de indeterminación: ¿estamos en el presente narrativo o en un recuerdo?). Entre algunos componentes apreciables, también podemos detectar inercias y modas asumidas acríticamente. Las escenas de felicidad se envuelven, tanto cuando se trata del presente de los personajes como de su recuerdo, del dispositivo estético de un spot hipster de cervezas. Se diría que el lenguaje publicitario ha penetrado tanto en nuestras mentes que Hollywood parece haber asumido que los momentos bellos de las vidas deben tener el aspecto de un anuncio.
Las presencias y los trabajos actorales de Ferguson y Jackman juegan un papel esencial en la película. Con todo, el protagonismo de Jackman y de una Ferguson a la que la cámara de Joy y compañía parece amar con devoción no está evitando el batacazo comercial. Reminiscencia ha comenzado su vida en cines con cifras extremadamente negativas, incluso batiendo algún récord en los Estados Unidos: se ha convertido en el estreno menos lucrativo de la historia para un filme estrenado en más de 3.000 pantallas.
No parece del todo sorprendente: es difícil imaginar un mercado masivo para este producto, que no quiere seducir a través del espectáculo de acción trepidante o abiertamente catastrofista. Sus responsables han invertido alrededor de 65 millones que no se recuperan con facilidad. Y menos aún en un contexto pandémico especialmente adverso para una propuesta orientada a un público maduro no acompañado por niños, que marca distancias con el disfrute juvenil o familiar que parece imponerse en la coyuntura actual.
Quizá con el tiempo, ajustadas las expectativas, Reminiscence irá ganando un espacio como una obra inusual en su contexto. Aunque el principal enemigo para esta potencial revalorización pueda ser su corrección, escasa de mordiente. La tecnología que presenta la película tiene una doble faceta: la inmersión en los recuerdos cuando un sujeto se conecta a la máquina, y la visualización holográfica de estos. Joy y su equipo parecen optar por el revival holográfico de un pasado esquivo de recuperar, evitando una inmersión más visceral.
Se alude a una ola de descontento social en la que el protagonista no se involucra, aunque su investigación termine azuzándola: es solo parte de un decorado bonito pero carente de vida que no afecta en demasía al héroe ofuscado. Incluso el desespero romántico de Bannister, o su acercamiento a espacios conquistados por el crimen organizado, se visualiza con un tono cerebral que encaja problemáticamente con la pasión autodestructiva del personaje. La película podría recordarnos a ficciones futuristas sobre contenciones emocionales como Gattaca, pero su gelidez no está justificada argumentalmente y choca con el romanticismo desatado que desprende la propuesta.
Aunque se plantee algún tema interesante (¿estamos seguros de que interpretamos de manera correcta nuestras percepciones, nuestras vivencias, incluso aunque podamos revisarlas y revisarlas como de una película se tratase?), más de un espectador echará de menos el talante agitado y agitador (dentro de los límites hollywoodienses) de Días extraños. Y este film sobre la memoria y el apego a esta puede caer en un cierto olvido, a pesar del buen hacer de sus estrellas. Puede que en un futuro no muy lejano alguien se pregunte: "¿cómo se llamaba esa película donde Hugh Jackman vendía inmersiones en los recuerdos en una Miami anegada?".