Ahora, con 70 años, catedrática de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y doctora en Historia Contemporánea de España, comenta el suceso y el impacto cultural con el que ha llegado hasta la actualidad. “En este país no había nadie más asentado que Carrero. Era el delfín, el que iba a continuar a Franco y, ¡pum!, sale volando. Es demasiado bonito y, sobre todo, chusco. Es lógico que haya inspirado, y siga inspirando, muchas otras imágenes”, opina en declaraciones a este diario.
Para Peñamarín, Carrero Blanco se convirtió en unos de los primeros chistes del post franquismo por todos los elementos que rodearon al homicidio. “Fue un golpe cinematográfico. El atentado voló por los aires, literalmente, la tapadera del franquismo”, explica para subrayar que forma y fondo confluyeron de una manera tan visual que su impronta llega hasta hoy. “Hay que recordar que, pese a lo terrible que es siempre un asesinato, aquello fue un alivio para la población en general”, añade.
Fue tan cinematográfico que, en efecto, las imágenes con las que se suele ilustrar el suceso pertenecen a una película. La cinta, ‘Operación Ogro’ (1979), es parte del legado de Emilio Ruíz del Río (Madrid,1923-2007), director de arte y uno de los mayores maestros de trucaje y maquetas del cine de su era.
La aportación involuntaria de Carrero al panorama artístico español es ecléctica y, aparentemente, inagotable. En lo musical va desde la famosa e irreverente Carrero Blanco, publicada en el recopilatorio Estado de sitio (2001) de la banda punk-rock gallega Soak, hasta el nombre del grupo gallego de electro-pop, que aunque adaptado denota la alusión, Carrero Bianco; mientras que en el resto de las artes se ha difuminado en forma de bromas, viñetas y cómics.
Su impacto principal, a ojos de Peñamarín —quien es autora del trabajo El humor gráfico del franquismo y la formación de un territorio translocal de identidad democrática—, se puede ver en el chiste y, sobre todo, en el humor gráfico de figuras como Forges, El Roto o Peridis Peridis —que aún no había empezado a dibujar cuando sucedió el atentado—, entre otros. “El humor del franquismo tiene algo de eterno, pero además fue una fuente de muy notables viñetistas, alguno de los cuales sigue dibujando hoy. Humoristas fantásticos que, como no podían decir las cosas a derechas, las decían sin decirlas”, continúa la catedrática para aducir que el humor actual, especialmente el gráfico, bebe “muchísimo” de estas influencias.
Un ejemplo es el de Unbrained Comics, una editorial underground proveedora de servicios de autoedición que lanzará en 2023 el título ¿Quién pensará en el águila de los fieles?, los devaneos con el psicólogo del último gran héroe ibérico: un tal Luis Carreño Branco.
Jota García, Ogre y Jota Medina son los seudónimos de los tres artífices de un superhéroe particular, El águila de los fieles. Un héroe derrotado, cansado de salvar a España y que, en su última sesión con el terapeuta, le dice que lo deja. Que sabe que el S.C.E (Sindicato Criminal Español) planea un atentado y ahora no piensa evitarlo.
Se trata de una parodia que parte de los estereotipos, que pueblan el inconsciente colectivo español, englobados en el personaje del último jefe de Gobierno de la dictadura: “Creo que ha sido siempre un meme antes incluso de la existencia de los memes, una especie de comodín o chascarrillo recurrente pero eclipsado por otras coñas españolas, algunas más bestias, por supuesto”, explica Ogre a este periódico. “Últimamente estaba cayendo en el olvido para las nuevas generaciones del cachondeo histórico y para eso hemos llegado nosotros, para revitalizar dicha figura desde nuestra óptica cáustica y pendenciera, pero llena de cariño y bonhomía”, continúa.
Así, escogieron la figura de Carrero porque, según desarrolla Medina, a nivel popular siempre ha sido parte del archivo del humor negro español ya que, a juicio de los autores, un magnicidio es razón suficiente como para grabar a fuego una figura en la cultura popular. “En España somos grandes para este tipo de humor, otra cosa es que sea aceptado y consumido por todo el mundo”, valora.
“Veníamos de publicar mi anterior cómic Pequeña y Galana, una historia ficticia sobre la virgen de Covadonga. De manera local generamos mucho revuelo. Cuando pruebas la sangre de la controversia ya no puedes parar. Ver a la gente como se ofende puede llegar a resultar muy divertido”, apunta, por su parte, García. Sin embargo, sostienen que el arquetipo protagonista es apenas un punto de partida en una historia que “va más allá”. De Carrero, afirman, “solo tiene las cejas”.
El humor político es una actividad social compartida. Por eso, para tener éxito, necesita la complicidad de una comunidad con unas mismas características —códigos y hábitos culturales, registros lingüísticos, estilos de vida o referencias simbólicas— que le den cohesión y unidad. Es decir, un público que lo entienda y comparta. “Siempre es necesario posicionarse respecto, por un lado, con uno mismo y, por otro, con los grupos sociales que sostienen diferentes visiones del asunto o motivo que es objeto de risa”, expone Jordi Manel Monferrer, profesor de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), miembro del Grupo de Estudios sobre Sociedad y Política.
De este modo, y según Monferrer, cuando la mayoría recurre al humor político lo hace para hablar únicamente de aquello que les hace sonreír. O que creen que hace reír a su grupo social de referencia. Y, al mismo tiempo, ignoran o desprecian aquello que, de forma consciente o inconsciente, no les hace gracia.
Así, para analizar las manifestaciones del humor en torno al franquismo, es importante examinar el contexto sociopolítico subyacente en que se produjeron. “Este refleja la visión y las cuestiones propias de un periodo histórico”, desvela el profesor quien aduce que, habitualmente, se ha considerado que el humor político está asociado, en cierta medida, a grupos sociales que plantean ideas progresistas. “Se argumenta que las personas con esta ideología son más proclives a realizar y aceptar prácticas humorísticas corrosivas o críticas hacia el status quo político, con el objetivo de promover cambios sociales que puedan mejorar las condiciones de una vida democrática”, continúa.
En la misma línea, los grupos ubicados en el espectro ideológico más conservador serían más reacios al recurso de prácticas humorísticas porque suponen un contrasentido peligroso para la continuidad, mantenimiento del orden y de los valores tradicionales. “Esta hipótesis se sustenta en la experiencia de los movimientos de oposición a las dictaduras y países autoritarios y represivos, donde el desarrollo del humor político contra el régimen puede considerarse un acto de heroicidad en la lucha por las libertades públicas y los derechos civiles”, argumenta Monferrer.
Eso es lo que pasó en España, el humor político contra el régimen se convirtió, progresivamente, en una manifestación más de la contienda política que compartieron los movimientos sociales y políticos de la oposición. Sin embargo, en la actualidad, la pervivencia de ciertos códigos humorísticos pasados, a ojos de Monferrer, se debe en primer lugar al hecho de pertenecer a una cultura común aprehendida y a que, con respecto de los años ochenta, ha aumentado la diversidad de ideologías y de opciones políticas existentes en la sociedad española, con sus respectivos discursos y pluralidad de valores, que mantienen diferencias sustanciales sobre ideas, actitudes e incluso sobre el propio valor del humor. “Y no hay que olvidar que algunas de estas opciones políticas realizan un proselitismo de la dictadura franquista”, matiza.
Cassandra Vera, César Strawerry, los titiriteros del ‘Gora Alka-Eta’. Tres ejemplos de de humoristas que se han sentado en el banquillo en los últimos años por la ejecución del artículo 578 del actual código penal. Los tres, tras procesos mediáticos, quedaron absueltos por el Tribunal Constitucional. Según Carlos Sánchez Almeida, abogado del bufete Almeida y actual director legal de la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI), “tenemos un código penal pensado para cuando ETA mataba”.
“Hay una propuesta de ley para derogar todos los delitos de opinión, incluyendo las injurias a la corona, las ofensas a los sentimientos religiosos, las injurias contra España, las comunidades autónomas y sus símbolos, etc, pero está durmiendo el sueño de los justos en el Congreso”, ironiza Almeida para subrayar que se ha prolongado la fase de enmiendas “desde hace varios años” y, de momento, ocurre “lo mismo que con la Ley Mordaza”: “se prometió derogarla y ahí está”, sentencia.
Todo esto viene desde 2015 y el endurecimiento del citado artículo 578, el referente al delito del enaltecimiento del terrorismo. “Ese año se hizo la última y más exagerada modificación del texto, que aumentaba la pena si se producía a través de internet”, explica Almeida. Entonces comenzaron las denominadas Operaciones Araña (2014-2016), una investigación prospectiva de los cuerpos y fuerzas del Estado, que buscaban palabras clave como “Carrero” en las redes sociales, sobre todo en Facebook e Instagram, y que se saldó con más de 70 detenidos, refiere el letrado. “La persecución comenzó en serio en los momentos más fuertes de la crisis, cuando la gente se estaba manifestando en internet. Tenía una clara intencionalidad política”, critica Almeida.
Entre esos detenidos hubo más de 40 condenas, entre las que destaca la aplicada al rapero Valtonyc en 2018 por delitos de enaltecimiento del terrorismo, calumnias e injurias graves a la Corona, y amenazas no condicionales en sus canciones. Un hito que hizo que la propia Cassandra Vera —entonces estudiante de 22 años— pensara que era imposible que la absolvieran por sus 12 tuits de humor negro. “Son chistes, que pueden ser de peor o mejor gusto, pero que simplemente son eso”, defendía en declaraciones a este periódico cuando conoció que el Tribunal Supremo fallaba a su favor.
Es internet, la viralidad de las redes sociales, el poder difundir cualquier mensaje en cuestión de minutos lo que avivó la ristra de detenciones y juicios. Eso cuenta Daniel Canales, portavoz de Amnistía Internacional (AI), “El delito de enaltecimiento del terrorismo, que se introduce en el código penal a principios de los 2000, es una respuesta a actos de homenaje a presos de ETA que salían de prisión”, explica para continuar que con la entrada en juego de las redes sociales observaron una reforma del código penal “centrado en internet”. Así, Canales insiste en que en España se aplicó la legislación antiterrorista a personas que, de manera pública, difundían este tipo de chistes. “Y es ahí donde Amnistía Internacional vimos un elemento de denuncia claro”, subraya.
“La primera jurisprudencia que empieza a generarse por parte de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo consideraba enaltecimiento del terrorismo y humillación para las víctimas absolutamente todo; la clave de humor, expresiones artísticas, todo”, continúa el portavoz de AI. Del mismo modo, Canales señala que han observado como, tras el pico de aquellos años, las sentencias se han reducido considerablemente, “ha habido una delimitación mucho más clara de su aplicación”, comenta. Aseveración que refrenda el informe de la Fiscalía, publicado en septiembre de 2022 (pág, 428), en el que se explica que desisten de formular acusaciones de enaltecimiento del terrorismo cuando tienen que ver con estos grupos inactivos, como ETA o los GRAPO, puesto que “ha devenido en un delito de casi imposible condena ante las exigencias jurisprudenciales de riesgo”. “El problema es que ese artículo, antidemocrático, sigue ahí y puede volver a aplicarse en cualquier momento”, finaliza Canales.
Se puede no estar de acuerdo con un chiste, que sea feo, de mal gusto o, simple, malo. Todo es susceptible de crítica legítima, asegura el total de los entrevistados. “El humor, para serlo, debe atentar contra cualquier cuestión porque está por encima de la realidad. Aunque, evidentemente, no todo valga”, opina Ogre, a lo que añade su compañero, Jota Medina, que reírse de una figura pública del siglo pasado no es algo malo, “meterse con su familia y su vida privada es otra cosa totalmente distinta”, apunta para continuar con que “el moralismo y la autocensura siempre han existido”. “Lo que difiere”, explica, “es que en estos tiempos tienes un sector en internet que bombardea tu trabajo o vida privada simplemente porque está en desacuerdo. Miles de personas que tienen poco que hacer y su mayor problema es que le acepten en la red o conseguir que alguien diferente sea expulsado de su trabajo o consiga ser rechazado popularmente”. Un fenómeno que ha ocurrido siempre, pero al que la vastedad de internet da un mayor alcance. Sobre todo, si se trata de algún tema de calado político.
“La diferencia actual entre grupos y colectivos ideológicamente opuestos muestra como el humor político es una construcción social (re)elaborada con una finalidad política y, en suma, que la percepción del humor político, especialmente contra el franquismo, ha dejado de ser igual para todo el mundo”, zanja, al respecto, Monferrer. El debate sobre quién puede decir qué, hasta la fecha, sigue siendo eterno.