Johnson se centró en realizar una película que, como todas sus obras, tiene un envoltorio de filme popular pero con mucha enjundia en su interior. Puñales por la espalda cogía la forma de una novela de Agatha Christie y la actualizaba para realizar una crítica mordaz al racismo en Estados Unidos. Lo mismo que hizo Jordan Peele en Déjame salir con el terror, Johnson lo desarrollaba en forma de whodunit, palabra con la que se define a aquellas películas cuyo objetivo es resolver quién es el asesino. Una partida de Cluedo moderna, ágil y muy actual que logró nominaciones en los Globos de Oro, arrasó en taquilla y siguió barriendo cuando llegó a plataformas digitales.
Fue ahí cuando Netflix lo tuvo claro. Ahí había potencial para una franquicia. Si la fuente original eran las novelas de Agatha Christie, por qué no ofrecerle a Johnson un cheque (enorme) para desarrollar películas en forma de franquicia. Cada una tendría su propio misterio y todas en común al investigador Blanc, ese dandy con el rostro de un Daniel Craig que se lo pasaba pipa sin estar envarado en el esmoquin de James Bond. Johnson aceptó el reto y el cheque y ahora llega la segunda entrega de lo que se presupone será una exitosa franquicia. Su estrategia de estreno también es extraña. Johnson ha logrado estrenar una semana en cines en exclusiva y dentro de un mes, en plena Navidad, llegará al streaming.
Puñales por la espalda: El misterio de Glass Onion es la enésima prueba de la mente brillante de Johnson. Sabe que el factor sorpresa está perdido, así que simplemente fuerza la maquinaria un poco para tender a la sátira y al exceso. Es una película menos sutil y fina, que recurre a los cameos para sorprender, pero que en el fondo sigue siendo un filme divertido en el que uno no puede ni parpadear. Glass Onion es una matrioska que poco a poco va revelando sus diferentes capas y giros.
Conviene saber poco de la trama, basta con decir que Blanc acudirá a una fiesta organizada por un magnate que posee una empresa tecnológica y que ha invitado a sus amigos a una estancia de lujo en su isla privada donde jugarán a un Cluedo en el que el misterio es su propio asesinato. La novedad aquí es que el crimen no se ha cometido, o al menos de momento, por lo que el inicio coloca la trama de forma confusa, investigar algo que todavía no ha ocurrido. Esto le sirve a Johnson para tratar uno de los temas hacia los que lanza sus dardos: las fake news.
Esta nueva entrega se desvela como una crítica mordaz y despiadada a la sociedad post COVID, esa que iba a salir mejor y más solidaria pero que ha creado un estado casi mental de conservadurismo, negacionismo e ira que se ha solidificado en victorias de la ultraderecha y ataques al Congreso de los Estados Unidos. Es brillante que el guionista y director coloque como centro del misterio algo que no ha ocurrido. Todos dan por hecho y hablan de un asesinato que no se ha materializado, y lo saben, pero siguen el juego a su amigo rico que les paga las vacaciones.
Pero si a alguien atiza Johnson es a los incels y sus ídolos, extendedores de mensajes machistas, misóginos y xenófobos. El organizador de la fiesta, un brillante Edward Norton, no es otra cosa que un trampantojo de Elon Musk. Lo es de forma frontal y clara, en sus declaraciones, en su elogio de la ignorancia y en cómo cree que todo es objeto de ser comprado. Por si fuera poca referencia, en una escena maravillosa que mira al pasado de sus protagonistas, el personaje de Norton aparece caracterizado en diferentes momentos como: Tom Cruise en Magnolia, Steve Jobs y Mark Zuckerberg, tras personajes que fueron en diferentes momentos de las últimas décadas iconos y referentes de esos incels, jóvenes extremistas que desatan su ira por internet y empiezan a pasar a la acción. Entre los personajes que le acompañan, un negacionista que tiene un canal de YouTube, un científico ambicioso y una política ‘independiente’ con muchas cuentas pendientes. También el personaje misterioso, el de una Janelle Monáe que es todo carisma.
Aunque no sea tan redonda como la primera, esta secuela de Glass Onion demuestra esa capacidad de Johnson de radiografiar la sociedad —increíble cómo en una escena las mascarillas de cada uno de ellos definen su personalidad y su posición ante la pandemia— sin renunciar al puro entretenimiento. La gente se reirá, se divertirá y tratará de descubrir al asesino. El que quiera también disfrutará con una crítica social afilada e inteligente. Si todas las secuelas de Puñales por la espalda son así, bienvenidas sean.