Nacido en un barrio humilde de Londres en 1941, en plena guerra mundial, Charlie Watts procedía de un familia trabajadora. A pesar de las penurias, la madre le regaló una batería cuando su hijo apenas contaba 14 años de edad. Aunque cursó estudios en una academia artística hasta los 19 años, Watts fue un auténtico autodidacta en música y aprendió a tocar a partir de escuchar discos o asistir a conciertos. Ahora bien, el que luego se convertiría en uno de los mejores bateristas de rock, fue en el fondo un auténtico apasionado del jazz. En cualquier caso, un maduro Watts confesó: “Los Rolling Stones son mi vida, el resto han sido pasiones e intereses alternativos”. De hecho se refería a sus periódicas incursiones en el mundo del jazz con una banda propia en las temporadas en que no tocaba con los Rolling.
Watts se incorporó a los Rolling en 1963, muy poco después de que se constituyera el grupo, y fue, junto con el cantante Jagger y el guitarrista Richards, el único miembro que permaneció siempre en la banda. Drogadictos, mujeriegos, estrafalarios e iconoclastas, iconos del rock como rebeldía y en las antípodas del carácter del baterista, los dos elogiaron el papel jugado por Watts a lo largo de décadas. “Charlie era una presencia y, cuando estabas con él, bastaba con eso. No tenía doblez; con él no había trampa ni cartón. Charlie era lo que se veía; o sea, Charlie. El tío más auténtico que he conocido”. Así se manifiesta Richards, que alcanzó una gran complicidad con Watts, en la biografía de Sexton.
Por otro lado, buena parte de la escenografía y del marketing de los Rolling deben su éxito no sólo al muy extrovertido Jagger, sino también al taciturno batería, ya que Watts fue diseñador gráfico y publicista antes que músico. Sin duda alguna, la amistad de este trío significó una de las claves de sus triunfos y de su longevidad como músicos. Don Was, productor de la banda en los años noventa, lo definía de este modo: “Decir que hay cariño y afecto entre esos hombres no creo que exprese ni remotamente lo profunda que es esa relación, que abarca generaciones y matrimonios. Es complicada, pero todas las relaciones profundas lo son”.
El baterista escapó, sin duda alguna, al estereotipo de las estrellas del rock y, salvo una época de crisis a mediados de los ochenta, ni consumió drogas ni se lanzó al frenesí sexual con multitud de 'groupies', como hicieron sus colegas. Casado desde joven con su novia de siempre, Shirley Ann Shepherd, a la que había conocido antes del éxito de la banda, Watts tuvo una vida familiar muy convencional y añoró a su hija y a su nieta durante las larguísimas giras de los Rolling. En opinión del periodista y escritor Manuel López Poy, un experto en las músicas de las últimas décadas, “Watts representó la antítesis de una estrella de rock hasta el punto de que Jagger decía que era alérgico a la fama y siempre discreto y reservado”.
No obstante, Watts sacó a relucir su orgullo y reivindicó su papel en algunas sonadas ocasiones. “Durante una gira en los ochenta”, recuerda Poy, “Jagger no encontraba a Watts y preguntó en tono grosero que dónde estaba su puto baterista. Enterado Watts, se vistió elegantemente en su habitación del hotel, se dirigió a la que ocupaba Jagger y exclamó: Yo no soy tu puto baterista. Tú eres mi puto cantante”. Así las cosas y como argumento para prestigiar la batería, Watts solía decir que la gente no suele bailar al son de otros instrumentos, pero siempre baila con el ritmo de una batería. Mike Edison, escritor y también baterista, señala en su libro: “Charlie Watts moduló el tempo a su antojo, y mientras otros hacían estallar sus baterías en pos de una neurótica pirotecnia más efectista para un público cada vez más esclavo del espectáculo, él se aplicó a su modesto instrumental con suma delicadeza y humildad, y elevó al ritmo a lo más alto del altar; cediendo todo el protagonismo al cantante y al guitarrista”.
Aparte de invertir su cuantiosa fortuna en las giras con su grupo de jazz, Charlie Watts dedicó su dinero a algunas aficiones un tanto curiosas como criador de caballos árabes o coleccionista de automóviles lujosos o antiguos. Aficiones en verdad curiosas porque el músico ni montaba a caballo ni tenía carné de conducir. Los Stones enfilaron el siglo XXI, cuando ya eran unos sesentones, sin publicar un nuevo álbum, pero conscientes de su enorme capacidad para generar beneficios con sus giras. A modo de ejemplo recaudaron unos 300 millones de dólares dando la vuelta al mundo con el recopilatorio Forty Licks, que incluía canciones tan populares como I can´t get no, Jumpin´ Jack Flash o Honk Tonk Women.
Escindido entre sus tendencias caseras y su pasión por la batería, Watts soportaba mal las giras. El músico Chuck Leavell, que colaboró en algunos conciertos con los Rolling, señalaba: “Por supuesto que le gustaba su casa, pero también tocar la batería. Sabía que tenía que llegar a un compromiso y en su cabeza resolvía ese conflicto lo mejor que podía para estar cómodo y hacerlo. Pero nunca creí que fuera a dejar las giras de verdad”. El tiempo le dio la razón a Leavell, ya que Watts participó en todos los tours de los Rolling hasta su fallecimiento en agosto de 2021.
Autor de varios libros, entre ellos Todo blues y Rebeldes del rock, Manuel López Poy, intenta explicar la pervivencia de los Rolling en la cresta de una ola eterna de popularidad y éxito. “Creo”, afirma, “que se trata de un enganche con sus propios personajes, con un estilo de vida, con la adicción que genera que miles de personas te aclamen en un concierto. Los Rolling no tienen ninguna necesidad económica de seguir en los escenarios, pero domina en ellos todavía ese espíritu de rebeldía del rock de los sesenta. La gente hace chistes y burlas sobre los abuelos Jagger o Richards, pero en cualquier fiesta suena una canción de los Rolling y todo el mundo se pone a bailar. Da igual que sean jubilados o veinteañeros. Ahí tenemos la clave de los Rolling”.
No cabe duda de que mientras sus casi octogenarios cuerpos aguanten, los Rolling seguirán en la carretera como gran símbolo de que los viejos rockeros nunca mueren. Pero tendrán que seguir sin el ritmo inolvidable de Charlie Watts en una siempre discreta segunda fila. Por ello, Mick Jagger recuerda la inteligencia y discreción de su colega desaparecido y concluye: “Charlie era una persona muy tranquila, pero tenía un gran sentido del humor y nos reíamos sin parar. Le echo de menos por muchos motivos”.