Víctor acaba de publicar un triple cedé, que incluye 59 canciones y un libro. El 16 de diciembre ha iniciado en Valencia una gira, La vida en canciones, que lo llevará a 14 ciudades hasta el próximo mes de abril.
Después de más de 30 álbumes publicados y de medio siglo de giras multitudinarias por España y América Latina, todavía tiene ganas de escenario. ¿Por qué? ¿Adrenalina, ego, nostalgia?
Como dice el subtítulo de la gira, el escenario lo cura todo. Cuando pude reanudar los conciertos tras la pandemia, en junio de 2021, experimenté un subidón enorme. Además, agradecía a la gente que saliera de casa y viniera a verme todavía con sus mascarillas. Siempre me gustó mucho cantar y nunca sufrí ningún trauma por subir a un escenario. Por otra parte, con el paso de los años no te apetece dejar pasar propuestas interesantes para actuar.
Algunas de sus canciones pueden tararearlas tanto jóvenes como personas ancianas en cualquier ciudad española. ¿Dónde está el secreto para atraer a un público tan diverso? ¿Qué tienen esos temas para pervivir?
Creo que la clave reside en que cuando esas canciones tuvieron vida no eran fruto de la moda o de un fenómeno pasajero. La importancia de esas canciones se basa en que mantienen algún tipo de utilidad, por llamarlo de algún modo. La gente que aplaude hoy Sólo pienso en ti, un tema sobre los discapacitados psíquicos, lo hace por los mismos motivos que el público de 1979, cuando di a conocer la canción. Cabe decir también que las canciones de amor suelen abarcar a un público intergeneracional. En cualquier caso, intento estar al día en la música, en las novedades, y a la vez procuro rodearme de buen sonido, de buenos arreglistas y músicos. De todos modos, hoy casi no quedan prescriptores de calidad o publicaciones de referencia para seguir la actualidad musical. De hecho, se funciona por el gusto de cada cual a machamartillo.
¿Qué música escucha? ¿Cuáles son los compositores o cantantes que le gustan e inspiran?
Escucho de todo, desde clásica a músicos brasileños o cubanos, a Stevie Wonder o James Taylor, a anglosajones, a franceses o italianos. Ahora bien, me gusta sobre todo la música de Brasil porque creo que en aquel país-continente está toda la música, no busques más, allí encuentras la mejor música.
Da la impresión en los últimos años de que, a pesar de las inmensas facilidades actuales para escuchar música, se ha perdido diversidad.
Estoy de acuerdo. La diversidad musical se ha perdido y en todo el mundo se escucha lo mismo. Por supuesto, el acceso cada día resulta más fácil, pero el tubo es más estrecho. Es decir, si vemos las grandes descargas en distintos países encontramos que, salvo las músicas étnicas, todo lo demás suena igual. Hay una emisora en Internet en la que puedes recorrer el planeta y observar qué músicas escuchan. Así te das cuenta de la absoluta uniformidad musical. En fin, aquellas radio-fórmulas de los años setenta y ochenta, donde podían convivir Pink Floyd y Paco de Lucía, ya no existen. Por poner otro ejemplo, los programas musicales casi han desaparecido de las televisiones. También se da un cierto adanismo entre la gente joven que no quiere saber nada de la música de hace 30 años. Ya nadie escucha a Jacques Brel, ni siquiera saben quién es. Quizá todas las generaciones caen en el adanismo, pero resulta fundamental aprender de los maestros.
¿Ha desaparecido la figura del cantautor? ¿Fue un fenómeno del antifranquismo y la Transición con fecha de caducidad?
No han desaparecido, pero tienen muchas dificultades para ser visibles en el mercado musical de hoy. Un ejemplo: Jorge Drexler acaba de recibir nada menos que seis grammys latinos y la noticia no ha tenido apenas repercusión en los medios de comunicación. Digamos que a ese estilo de cantantes no se les ofrece mucha cancha. Pero claro que siguen surgiendo. Ahí están, en lo que se refiere a nuestro país, músicos de nuevas generaciones como Pedro Guerra, Ismael Serrano o Rozalén, entre muchos otros.
Usted es cantante y compositor. ¿En qué faceta se encuentra más a gusto? ¿Son complementarias?
Si no compusiese, no cantaría. O sea, que me apoyo en mis propias composiciones para cantar. Ahora bien, tengo que confesar que el acto íntimo de componer en un folio en blanco o en una partitura, no es comparable con nada. Pero también genera una sensación peligrosa de pensar que has escrito la canción de tu vida cuando en realidad la mayoría de temas acaba en la papelera. He compuesto sobre todo para mí y en ocasiones para Ana, pero pocas veces para otros colegas. Lo que sí me ha gustado hacer se refiere al apoyo a músicos jóvenes como productor o como impulsor de sus carreras.
A propósito de esa vertiente de productor, se dedicó a la producción de películas entre los años ochenta y noventa. Pero la experiencia resultó fallida y usted confesó que se había arruinado. ¿Por qué se lanzó a esa aventura cinematográfica?
Me gustaba esa faceta y en 1987 entramos Ana y yo en la producción de Divinas palabras, un filme dirigido por José Luis García Sánchez e interpretado por ella. A partir de aquella película ya me había invadido el veneno ese y tenía ganas de desarrollar ese trabajo. Lo cierto es que produje 11 largometrajes, algunos muy estimables como El vuelo de la paloma, realizado por García Sánchez y con guion de Rafael Azcona, o Bajarse al moro, de Fernando Colomo. Pero el cine, en un 90% de los casos, conduce a la ruina y a un productor lo suelen financiar con unos intereses abusivos. Quizá ahora sea un poco más viable desde el punto de vista económico a través de las plataformas. En definitiva, si las películas diesen dinero, los bancos ya habrían entrado en el negocio.
Tras una trayectoria de defensa de causas progresistas, que incluyó la militancia en el PCE durante años, ¿sigue siendo de izquierdas?
Soy de izquierdas y no creo que todos los partidos sean iguales, como dicen algunos. Los partidos de uno en uno y en fila india. Tengo en el fondo las mismas ideas que tenía de joven, aunque por supuesto todos evolucionamos. Cuando me preguntan por mi etapa en el PCE siempre digo que entre comunistas encontré gente maravillosa y personas horribles. Pero en ningún caso condeno aquella etapa. Probablemente hoy no encabezaría, como en 1986, una campaña contra la OTAN por la guerra de Ucrania porque las épocas y las circunstancias son muy distintas. Pero tampoco compro las ideas de Estados Unidos o de la OTAN.
Casi todos sus colegas hablan bien de usted, como una persona noble, honesta y seria. ¿Cómo lo ha logrado en un sector tan cainita y competitivo?
Creo sinceramente que la mayoría de mis colegas no deben tener quejas de mí. He procurado tener buenas relaciones con todo el mundo y si con alguien podía llevarme mal, me he dado la vuelta y he pasado a otra cosa. Cuando he podido, he echado una mano. Esta actitud la aprendí de mis padres porque esas actitudes las aprendes en la familia. Mi padre era ferroviario en la taquilla de la estación de Mieres y nunca dejó de hacer un favor a nadie. Todavía me lo recuerdan algunas personas mayores de Mieres.
Al hilo de su tierra, ¿qué siente cuando miles de personas corean Asturias, una canción que se ha convertido ya en un himno?
Pues siento que la canción ya no es mía, sino de ellos, que se canta tanto para celebrar una romería en un prado como en una manifestación de trabajadores en Oviedo o en Gijón. Es una canción multiusos y estoy muy contento de que sea así. Con los años se perderá la huella y nadie sabrá que la compuse yo. Es más, mucha gente joven ignora hoy el origen de la canción porque la considera suya, se la ha apropiado. Es algo muy bonito que pasa a veces con algunas canciones.
¿Dónde están las claves de su larga relación personal y profesional con Ana Belén, una pareja que ha sido vista con admiración, envidia y reticencia a partes iguales?
Bueno, conviene entender que la convivencia significa renuncia y donde no se puede imponer nada. Mucho menos a una mujer fuerte como Ana. Se trata de hablar, de compartir, de admirarse mutuamente. Hay que buscar equilibrio, pero con un cierto sentido de provisionalidad, de no tener nunca nada seguro. Es decir, que una relación o se cuida todos los días o se va a la mierda. En nuestro caso, ayuda que nos dedicamos a la misma profesión y nos hemos ayudado el uno al otro, hemos sido cómplices.
Sus hijos David y Marina se dedican también a profesiones artísticas. ¿Está orgulloso? ¿Han influido Ana y usted en ellos?
Por supuesto estoy orgulloso de que David se dedique a la música y Marina, a la interpretación. Pero de lo que estoy más contento es de que sean personas respetadas en su profesión. Creo que hemos influido porque siempre vieron que nos gustaba nuestro trabajo y lo hacíamos con cariño y amor. Vivieron desde niños las alegrías y también los sinsabores de la música, el cine y el teatro. De hecho, recuerdo siempre a Marina, de pequeña, entre bastidores de un teatro. Ahora también me encuentro muy a gusto en mi papel de abuelo con dos nietos, Olivia y León, de 14 y 9 años. Puede decirse que ahora soy el abuelo Víctor por derecho propio.