Pato ha publicado Grada popular (Panenka), un libro en el que ocho clubes de fútbol y sus respectivas ciudades le valen para analizar cómo este deporte es reflejo del contexto social y político en el que se enmarcan. También es una reivindicación del fútbol como "juego de la gente" y sí, el Mundial de Qatar está inevitablemente presente. "Los futboleros somos a veces demasiado condescendientes", reconoce a este periódico.
¿Está viendo el Mundial?
Sí, aunque tuve dudas. El cuestionamiento que hubo a última hora de hacer boicot al mundial como espectadores da la clave de uno de los problemas que hay alrededor del fútbol, que es el rol pasivo que tenemos los aficionados. Y que a su vez es reflejo del rol pasivo que tenemos en la sociedad para luchar en colectivo por causas justas. El contexto que tiene este mundial es, siendo suave, bastante problemático.
Y sin serlo, es un mundial que hay que ver casi con la nariz tapada por los 6.500 trabajadores muertos en la construcción de los estadios. Por eso y por celebrarse en un país que no cumple con derechos humanos de los más básicos. El mundial no es un evento deportivo, es un evento cultural. Decimos que el fútbol es un deporte, y lo es, pero es una manifestación cultural universal que está más cerca de la música y de la gastronomía que del tenis.
¿Por qué?
En otros deportes lo importante es lo que pasa durante el juego, quién es mejor o peor deportista, más competitivo, etc. No soy objetivo porque me gusta demasiado el fútbol, pero siento que se le queda corto. El fútbol habla de cómo puede ser una sociedad, nos ordena. Además es un deporte de equipo, casi político. La unión de varias personas en pro de un objetivo, con unos líderes marcados. El fútbol es muy rico, facilita construir metáforas sociales o políticas. En otros deportes, a mi por lo menos, me cuesta. Especialmente los individuales, en los que lo único que tenemos, lo hemos visto por ejemplo en el tenis con Nadal, es el relato del héroe. A mí eso es algo que me aburre. Me veo más reflejado en identidades colectivas.
La imagen del fútbol como negocio, de fuente de masculinidad tóxica, ¿es merecida?
Es muy contradictorio porque el fútbol es muchas cosas: un juego, un deporte, una industria, una cultura. Los aficionados, especialmente los hombres, tenemos que afrontar el hecho de que el fútbol ha sido casi siempre un reflejo de la sociedad patriarcal. La imagen más clara de esto está en los patios de colegio. Personalmente tengo muy buen recuerdo de la infancia en ellos, pero es verdad que se despejaban a balonazos. Los que mandábamos éramos los chicos jugando al fútbol, las chicas se tenían que ir a un rincón. A las personas y a las cosas que queremos y apreciamos les tenemos que exigir. A veces los aficionados al fútbol somos demasiado condescendientes o nos gusta tanto el fútbol que pasamos cosas por alto que no deberíamos.
Comenta en el libro que la extrema derecha ha sabido sacar partido al fútbol para su interés, al contrario que la izquierda. ¿Por qué?
No tengo una respuesta. Es algo que lleva muchos años flotando en el aire y no sé si tiene que ver con que los fascismos siempre han hecho menos ascos a los aspectos emocionales del ser humano. Y el fútbol tiene un aspecto emocional clarísimo, de sentido de pertenencia a un club, una ciudad, un país. Ahí es muy fácil ver la posible unión de una ideología fascista y con una identidad colectiva excluyente muy fuerte; con el amor también excluyente por los colores en los clubes y los equipos. La izquierda ha pecado de no saber o de parecerle tarde para entrarle al fútbol y hacerlo suyo. O al menos reconocer que es parte de la cultura de la clase trabajadora, aunque eso cada vez es más difícil decirlo.
¿Consigue un evento como el mundial olvidar las diferencias ideológicas a la hora de apoyar a la selección?
A veces sí y a veces no. En la época de la selección española entre 2008 y 2012, que ganaron dos eurocopas y un mundial, sí que hubo un repunte aunque solo sea a nivel de simbología. Se veían muchas banderas por la calle. En ese momento sí que fue un especie de salida del armario nacionalista. El fútbol se juega en un contexto social, no en el vacío. Las selecciones están jugando con una bandera, en representación de un país que tiene una historia y un contexto concretos. Es muy difícil que una selección lo cambie. Lo puede suavizar o endurecer.
¿Le sorprendió que todas las selecciones aceptaran jugar el mundial en Qatar?
No. Un futbolista es alguien que desde muy pequeño ya está dentro de unas estructuras en las que no solo gana cada vez más dinero, sino que también es consciente de que su carrera es corta. Están desde el principio en burbujas de gente que les aconseja que no se metan en líos, que tienen que darlo todo y centrarse en lo que pasa en el campo, ser competitivos, basar toda su cabeza y día a día en el mero juego. Por eso no me sorprende por el lado de los futbolistas, aparte de que se arriesgan a perder contratos millonarios y a ponerse en el ojo del huracán.
Además, tendría que haber sido algo colectivo, que en el fútbol es muy difícil. Si fueran uno o dos quienes dieran el paso, se vería como un suicidio laboral. Tendría que ser equipos enteros. Pero ahí ya estamos hablando de federaciones, equipos técnicos, de un mecanismo de complicidades y de incluso posibles presiones por parte de sponsors. Era muy difícil esperar un boicot. Ningún aficionado esperábamos que de repente una selección entera o incluso un jugador dijera que no iba. Otra cosa es que si eso hubiera pasado fantaseáramos con una especie de efecto dominó. Ahí está la complejidad del fútbol, que desde fuera nos parece algo obvio que no puedes ir ahí a blanquear tal régimen; pero desde dentro lo que se ve súper claro es lo contrario. El yo simplemente voy a jugar y no estoy participando en nada malo. Simplemente es mi trabajo.
¿Se les debería haber exigido más?
Este sol pasivo es reflejo de la sociedad. Sabemos qué problemas tenemos, que son muchos, vamos acumulando crisis climática, laboral, vital, de salud mental... Pero no sabemos cómo articularlo colectivamente. No tenemos fuerzas. Aparte que el activismo en el fútbol va por detrás del resto de activismos, porque obviamente tiene que ir antes la vivienda que devolver el fútbol a los aficionados. También tiene que ver con las culturas políticas de cada país. En España, en parte porque el fútbol siempre ha sido tan grande e importante, ha estado tan de la mano del poder que sigue estando demasiado separado de la sociedad.
Defiende que el fútbol es una herramienta que puede servir para crear una sociedad mejor. ¿Qué dice de todos los participantes y aficionados que el mundial se haya celebrado igualmente en Qatar?
La gente no tiene la culpa. Se ha dicho de manera injusta que al futbolero le quita el sueño que su equipo baje o cosas así. Y no es verdad. Lo que le quita el sueño es no cobrar ni mil euros, no poder dormir, que no le de la vida para estar con su gente, los alquileres, la crisis climática. Me encanta el fútbol, pero tampoco le podemos pedir ser vanguardia de ningún cambio. Salvo excepciones, nunca lo ha sido. En las primaveras árabes los estadios de Egipto sí eran un lugar en el que la oposición podía reunirse, pero es un caso muy concreto. Tiene que pasar algo así para que el fútbol sea catalizador de un descontento.
De hecho, lo que a veces hace es lo contrario. Y más en esta sociedad del "no puedo más" y "no me da la vida", que hace que cuando la gente llega del trabajo se ponga el partido, lo disfrute, tome algo. Es una vía de escape momentánea para los quebraderos de cabeza del día a día. No creo que el fútbol embrutezca a la gente, ni que vaya a ser el elemento de cambio de nada, sino que en todo caso es reflejo de lo que nos pasa.
Entiendien el fútbol como reflejo de la sociedad, ¿cree que llegará el día en el que no parezca que es solo para hombres?
El fútbol jugado por mujeres lleva ya unos años luchando muy seriamente por estar ahí. No sé qué futuro cercano nos espera. Hace entre cuatro y cinco años parecía que iba a tener un impulso más rápido en cuanto a los equipos medios, que son los que van a hacer que el tirón sea más homogéneo, y no solo en grandes ciudades.
Llevamos siglo y medio de fútbol jugado por hombres, ya hay una cultura muy establecida. Ahí está la eterna pregunta de por qué no salen jugadores gais, que es entre otras cosas porque hay un siglo y medio de cultura patriarcal muy pesada sobre el fútbol. Estas dinámicas bastante tóxicas de individualismo, de gradas con insultos racistas, homófobos y machistas es una cosa que en el fútbol jugado por mujeres ha venido también a limpiar. Son ambientes más sanos.
¿Añadiría un nuevo capítulo al libro dedicado solo a Qatar?
Me costaría porque no tengo previsto ir. Hay otros clubes que me interesan mucho mas. El mundial de Qatar ha marcado un declive muy claro de la FIFA como patronal del fútbol que está por encima del bien y del mal, que hace y deshace. Es como un estado paralelo. Me interesa ver hasta donde llegan los dirigentes del fútbol, que son quienes mandan, lo tienen secuestrado y lo están alejando cada vez más del aficionado. Porque el fútbol necesita de la emoción y la implicación del aficionado y sin la mirada del aficionado no es absolutamente nada. Es un rasgo contemporáneo. Vivimos en la sociedad de ser vistos, el fútbol necesita ser visto y no como ruido de fondo, con implicación. Si el fútbol se va separando de la sociedad y se va haciendo un negocio al margen de todo, lo va a pasar mal.
¿La tendencia es a que se una o se separe?
No lo sé. Pasa por la acción colectiva de grupos de presión de aficionados. Los hay que sí se están moviendo. Va a depender mucho de cómo vayamos como sociedad y de cómo se enganche la lucha por traer de vuelta el fútbol al aficionado con otras luchas que van a tener que venir. No vamos a poder vivir en una sociedad cada vez más deprimida, cansada y casi distópica, y que de repente recuperemos el fútbol. Pasará si caminamos hacia una sociedad mucho más justa.