Cuando Inés Fernández-Ordóñez —filóloga hispánica, profesora de universidad y académica de la Real Academia Española— empezó a dar clases de dialectología en la Universidad Autónoma de Madrid, se encontró con muchas preguntas que los manuales no eran capaces de responder, así que decidió investigar por su cuenta: inventó unas nuevas prácticas para la asignatura y se llevó a sus alumnos de viaje por los pueblos de España a comprobar cómo hablan las personas mayores de la zona rural. La primera salida fue en 1988, y desde entonces hasta hoy el proyecto continúa: así nace el COSER —Corpus Oral y Sonoro del Español Rural—, un inmenso estudio de 31 años de encuestas regulares, 52 campañas de encuesta y más de 1.130 encuestadores que responde a muchas de las cuestiones sobre el léxico español y que conduce hacia el nacimiento del libro que ahora publican tres de sus antiguas alumnas.
El objetivo ahora, dice Beatriz Martín a elDiario.es en una conversación telefónica, es el de "hacer un libro de divulgación para todos, no solo para lingüistas". Además de las tres editoras y de la creadora del estudio Inés Fernández-Ordóñez, también participan Enrique Pato Maldonado, Cristina Matute, Javier Rodríguez, Jorge Agulló, Andrés Enrique-Arias, Mónica Castillo Lluch, Cristina Peña Rueda y Michiel de Vaan, un total de doce investigadores y divulgadores de la lengua que, eso sí, mantienen ciertos lazos con el proyecto inicial porque así lo quisieron las editoras: todos ellos, en algún momento, fueron también encuestadores.
“La historia de un proyecto de estas características es también la historia reciente de España”, escriben las editoras en la introducción. Viajaron con mapas y atlas porque no existía el GPS, grabaron las voces con grabadoras analógicas, hicieron manualmente las transcripciones de las entrevistas y se adentraron en el País Vasco cuando el terrorismo mantenía a sus vecinos reacios a los desconocidos. Las formas de desarrollar el corpus han cambiado con las nuevas tecnologías, las facilidades técnicas y la proyección de las nuevas generaciones, pero consigue mantener el mismo foco que hace cuatro décadas: la esencia de la ruralidad, ahora cada vez más vacía y olvidada.
“Vas por ahí con el coche… ‘le’ ves a tres o cuatro corzos, y ya… Si vas en el coche, pues ‘les’ ves, pero si vas andando… ver y no ver”. Así queda registrado en las grabaciones del corpus —que pueden escucharse en su web y filtrarse por zonas geográficas— el habla de un paisano de Zarimutz, en Guipúzcoa; lo curioso es que utiliza el mismo pronombre al hablar de ovejas, que a diferencia del ejemplo anterior, es femenino: “Igual ‘le’ quieren más a la que ha nacido al principio que a la otra, a una ‘le’ quiere y a la otra, no”. Dice Fernández-Ordóñez que "este leísmo no es propio solo del ambiente rural” y, de hecho, promete habérselo oído “a periodistas tan importantes como Iñaki Gabilondo o a intelectuales como Jon Juaristi”.
Vecino de Zarimutz (Guipúzcoa), en una conversación para el COSER
La miembro de la RAE dedica un capítulo entero a la cuestión de estos pronombres, cuyos usos específicos están altamente extendidos por todo el país con una fuerte variabilidad y diferencias según la zona de la que se trate y, sobre todo, con una larga historia que acabó por culminar la determinación de las instituciones de la lengua. “Da igual de donde seas: todos pensamos que hablamos mal”, dice Ana Estrada, también en una conversación con este medio. Acomplejarse de ‘inculto’ por ser leísta, laísta o loísta es de lo más común en España, pero lo cierto es que ninguna forma de hablar debería ser incorrecta, según la tesis de las investigadoras.
“Hemos constatado que vascos y cántabros son leístas”, dice Fernández-Ordóñez, “pero cuando cruzamos la cordillera cantábrica aparecen, por primera vez en nuestro relato, el laísmo y el loísmo”. La explicación que ofrece la filóloga es que copiando al ‘le’ como pronombre único para referirse a los objetos masculinos, “se creó un modelo que se extendió a los objetos femeninos” y de esta manera ‘la’ se generalizó para todos ellos: “Había nacido el laísmo”. Quizás los ejemplos más conocidos estén en Palencia o en Valladolid. “‘La’ di más besos que de pelos tiene”, dijo un vecino del pueblo palentino de Astudillo para el estudio del corpus.
Un vecino del pueblo de Astudillo (Palencia), en una conversación para el COSER
El loísmo plural es más típico "de abulenses, salmantinos, cacereños y toledanos, además de frecuente en el habla castiza de Madrid”. “Cuando iban aquí al colegio, pues claro, yo a los tres no podía ‘darlos’ una carrera, imposible”, pronunció una mujer de Narros del Puerto, en Ávila. De Benito desvela en la entrevista que el sistema castellano “parece surgir” del contacto “entre el sistema del País Vasco y el de Cantabria y Asturias”.
Una vecina de Narros del Puerto (Ávila), en una conversación para el COSER
Cuando la Real Academia se encarga de elegir qué variedades “son las recomendables”, dice De Benito, “se basa en el habla culta, que es, por generalizar, la que encontramos en los escritores de mayor prestigio y también en las personas de mayor nivel educativo”. Esto quiere decir que en las instituciones de la lengua se produjo en algún momento un gran cambio, porque “en los Siglos de Oro —y luego también en el siglo XVIII— estas formas eran totalmente prestigiosas” asegura la filóloga, hasta tal punto que incluso “autores que no eran de la zona castellana” se volvieron leístas o laístas porque “era la forma prestigiosa” de hablar y escribir. “La Academia, en su primera gramática, fue leísta”, sostiene.
Los motivos del cambio serían varios: desde la buscada "proximidad con el latín” —o “purismo etimologista”, como lo llaman en el libro—, hasta el hecho de que estos pronombres fueran desconocidos "por muchos hispanohablantes en la península ibérica y por todos los canarios y americanos” y por tanto no ganaran en mayoría.
Más de uno habrá escuchado, en palabras de ancianos, de sus vecinos del pueblo o de escritores de otra época la palabra ‘asín’ y otras variaciones similares: el mismo Pío Baroja tituló El mundo es ansí a una de sus novelas más conocidas, publicada en 1912. Estas formas son comunes en todo el marco del mapa andaluz, especialmente en Sevilla, Córdoba, Cádiz, Huelva y Málaga, y también tienen una explicación.
Vecino de Santaella (Córdoba), en una conversación para el COSER
Javier Rodríguez Molina, autor del capítulo, cuenta que la suma de la ‘n’ no es un caso único: esa letra es la misma que aparece en ‘invierno’, que etimológicamente tampoco la tenía porque procede del latín ‘hibernum’ y que, sin embargo, se da por válida. Variaciones como ‘asín’ o ‘ansí’ son, pues, tan lejanas de su origen como lo es ‘así’, porque todas provienen de la palabra latina ‘sic’. “No hay una forma de hablar peor o mejor: todas las formas de hablar tienen una motivación, tienen un sistema detrás y podrían haber triunfado igual, pero por azar triunfaron unas y no otras”, cuenta Carlota de Benito en la conversación.
Lo que Rodríguez Molina quiere decir con esto es que “somos nosotros, los hablantes, los que les otorgamos prestigio o las condenamos a los leones”, pero las palabras no tienen nada “que de manera inherente las predisponga a la gloria o al abismo”. En la última edición de 2014, la Real Academia Española catalogó como ‘vulgar’ a la variante ‘asín’ y como ‘rural’ o ‘desusada’ a la forma ‘ansí’; son estas determinaciones institucionales, basadas en los usos mayoritarios de los hablantes, las que hacen que ciertas palabras se estigmaticen y caiga así el prejuicio clasista sobre los hablantes que todavía las usan.
Una Lola Flores abrumada por la cantidad de gente que no dejaba paso a su hija en el día de su boda pronunciaba la famosa frase “¡Si me queréis, irse!”, que pasaría rápidamente a formar parte de la memoria de anécdotas y recuerdos de la historia reciente de España. Aunque el pronombre ‘se’ se utiliza normalmente para la tercera persona, Carlota de Benito explica que hay casos, como ocurre en Andalucía o Murcia, en los que el pronombre se encuentra también en contextos de primera persona plural. A partir de allí, ocurren muchas cosas más que quizás justifican la peculiar manera de suplicar de la gaditana Lola Flores.
Vecino de Lucena del Cid (Castellón), en una conversación para el COSER
Pueden existir desde motivaciones universales que ofrecen hipótesis tan interesantes como el vínculo entre el ruso y el español y catalán hasta motivaciones locales, que reflexionan sobre la posible confusión de los pronombres ‘vosotros’ y ‘ustedes’ en la Andalucía occidental y otras derivaciones. También existen motivaciones externas —que no tienen que ver con el sistema lingüístico y sí con lo social— que, en muchas ocasiones, explican factores importantísimos del habla.
Los capítulos de Como dicen en mi pueblo recogen muchas particularidades más: desde por qué suena mejor ‘pringao’ que ‘pringado’ pero no ‘estao’ que ‘estado’ hasta el viral ‘Hòstia, pilotes! Oh, que són de bones!’, del niño mallorquín al que llegaron a plasmarle la frase en una bolsa de albóndigas del Ikea, y que sirve de ejemplo para descubrir el origen de expresiones como ‘¡que es de guapa!’.
Vecino del pueblo mallorquín de San Macià (Manacor), en una conversación para el COSER
“En el momento en el que la gente migra de los pueblos se comienza a desprestigiar a los habitantes de la zona rural por considerar que tienen menos estudios que los de la ciudad y, en consecuencia, comienza a desprestigiarse también su forma de hablar”. Aunque las causas que legitiman una forma de hablar en vez de otra son muchas, lo que sí señalan las autoras es que la marca social que define a los pueblos desde hace varios siglos es una de las grandes responsables de que la Academia y las instituciones de la lengua consideren como incorrectas sus señas lingüísticas, tan válidas en realidad como las otras.
“Lo que ocurre es que la diferenciación social que existe se traslada a la lengua, y luego, lo peor que tiene, es que se prolonga en la enseñanza”, indica De Benito. “Allí es donde se dice que hablar de una forma u otra es de paletos”. Pero el estudio no se limita solo a los pueblos: Ana Estrada explica en la conversación que el estudio y el libro se enfoca a la lengua rural porque es donde hay más estigma, pero lo cierto es que "las peculiaridades están en todas partes" y también existen, por supuesto, en las ciudades. “No hay ninguna zona de España en la que se hable mejor: todas tienen rasgos propios”, concluye la filóloga.
A la pregunta de si existe una posible solución para salvar las formas casi perdidas de la lengua española, Carlota de Benito responde con seguridad: “Comprender la diversidad”. Aunque las instituciones tengan un papel importante en el cometido, la autora y editora sostiene que "como sociedad debemos desarrollar una conciencia social que deje claro que la variedad no es problemática”: pone el país de Suiza como ejemplo de convivencia lingüística donde “hay muchos dialectos diferentes entre sí” y, sin embargo, “ninguno es visto peor que otro”.
“La gente debería entender por qué esta estigmatización está injustificada y por qué no tiene ninguna lógica”, explica la filóloga. Las escuelas deben ser las otras grandes protagonistas de la lucha por la lengua española porque “desde allí se insiste fuertemente en las actitudes”, justifica De Benito. “Tendrían que hacer una labor muy importante”. Beatriz Martín señala, además, la importancia que tienen las particularidades de la lengua española para la investigación: "No se puede perder la riqueza lingüística, ofrece mucha información a los lingüistas".
Quizás la publicación del libro y la divulgación del COSER se constituyen también como los primeros pasos de un camino que se dirige ya hacia la normalización de las formas lingüísticas de los pueblos, de las zonas periféricas, de las ciudades y hasta de las capitales; quizás con este volumen la gente se acerque sin miedo al habla de sus antepasados, a la ruralidad, al presente y a la larga vida de una historia cultural que, por su valor, por su identidad y por su lejanía, no debe morir nunca.