Este periódico ha podido saber que son dos cuadros atribuidos al pintor barroco Felipe Diricksen (San Lorenzo de El Escorial, 1590-Madrid, 1679). Los protagonistas son una dama y un caballero, fechados en los años cuarenta del siglo XVII, con el arte del retrato revolucionado tras la llegada de Velázquez a la corte de Felipe IV, en Madrid. Una de las pinturas de Diricksen decora una pared de uno de los pasillos del antiguo convento franciscano transformado en hotel y la otra preside uno de los salones que se alquilan.
“Mi familia fue expoliada al finalizar la guerra, durante la dictadura. Mientras estábamos en Francia, mis abuelos quedaron al cuidado de la casa hasta que la calle Ferraz, donde vivíamos, se convirtió en frente y tuvieron que marcharse. Llevaron los muebles y los cuadros a un guardamuebles y durante el depósito entró un comando y se lo llevaron todo”, explica Sánchez-Albornoz. Era una práctica habitual. Las fuerzas represoras recibían una delación de algún vecino contrario a las familias republicanas. Avisaban de los bienes escondidos o de una casa con pertenencias importantes que podrían interesar al régimen. Los comandos se desplazaban por la ciudad continuamente realizando inspecciones y saqueos. “De vez en cuando nos llegaban noticias del paradero de los cuadros y los muebles, pero no podíamos reclamarlos”, cuenta. Su padre no era coleccionista, los lienzos llevaban en su familia “al menos desde hacía tres siglos”, dice Sánchez-Albornoz.
La vida del historiador ha sido objeto de adaptaciones cinematográficas, porque tras regresar del exilio en 1940 con sus hermanas a España fue condenado a trabajos forzados en Cuelgamuros, acusado de participar en la Fundación Universitaria Escolar (FUE). Su fuga del Valle de los Caídos fue reconstruida por Fernando Colomo en Los años bárbaros (1998). Luego llegó la democracia, el final del exilio y la falta de información. No sabían dónde estaban sus bienes robados. El país hacía borrón y cuenta nueva, y la familia Sánchez-Albornoz no pudo hacer nada. Ahora, Nicolás ha descubierto sus pertenencias por una casualidad.
Como el resto de instituciones públicas, la empresa pública que gestiona los paradores, Turespaña, no ha revisado sus inventarios para aclarar la dudosa procedencia de todos esos bienes que decoran parte de los hoteles, tal y como ha podido saber este periódico. Al contrario que en Francia y los bienes robados por los nazis, los museos estatales españoles bajo gestión del Ministerio de Cultura no han publicado el inventario con las miles de piezas expoliadas que conservan como parte de sus colecciones. El reencuentro de las víctimas del franquismo con sus propiedades es cuestión de suerte. En este caso ha sido un profesor de historia del arte el que ha avisado de la ubicación de los dos inmensos retratos en el Parador de Almagro.
Felipe Diriksen retrató al personaje desconocido enfundado en una armadura de gala, con sable y puñal, y la cruz de la orden de Calatrava que cuelga de su cuello. El pintor barroco se esmeró mucho más en los detalles de la vestimenta, que en la proporción de la cabeza del desconocido protagonista. El cuadro cuelga en la pared de uno de los pasillos que conducen a la bodega y cantina del Parador, acompañado por candelabros, sillas y arcones de otro tiempo. Un viaje al pasado.
En el retrato de la dama sobre el fondo oscuro, Diriksen vuelve a demostrar su habilidad para que nos detengamos en los minuciosos detalles de la ropa y complementos, como la lechuguilla de encaje plisado en ondas con la que cubre su cuello. Sostiene un puñal con su mano derecha y se apoya en una cómoda con la otra. La mesa de la sala que preside el cuadro está lista para un almuerzo reservado.
Diriksen fue militar y pintor, aunque no pudo formar parte de la corte de artistas del rey, “su obra como retratista muestra una excelente calidad, se considera a caballo entre la que hacen Bartolomé González y Velázquez”, explica el historiador del arte Herbert González en el Diccionario Biográfico Español. Diriksen, que retrató a Felipe III, fue nieto del artista flamenco, nacido en Amberes, Anton Van der Wyngaerde, conocido desde su asiento en España como Antonio de las Viñas. Rodrigo, padre de Felipe, también fue pintor y nació en Oudembrug, aunque con menos de un año residía ya en España. El Museo del Prado conserva un cuadro del desconocido Felipe Diriksen, Cristo con la cruz a cuestas contemplado por María y el alma cristiana (1630-1650).
Sánchez-Albornoz tiene pendientes de rescate casi una decena de cuadros. Sin olvidar todos los muebles que se llevó el comando franquista. La casa quedó al cuidado de sus abuelos cuando la familia marchó a París, en 1936. Alguna de las piezas del mobiliario perdido podría ser una de las que forman parte de la recreación historicista del Parador de Almagro, inaugurado en el año 1979 por la reina Sofía. Hay réplicas de mesas y sillas, pero también asoman escritorios originales que forman parte del producto turístico con casi un siglo de vida.
“Esto no puede ser un golpe de casualidades. Debería existir desde hace años un inventario y un propósito de devolución, que no ha existido. La falta de investigación y de información lo ha impedido en democracia. El Gobierno debe restituir las obras robadas por el franquismo porque es legítimo. En la Revolución Francesa se confiscaron bienes y treinta años después, se devolvieron los bienes o se indemnizó a las víctimas si no se podía resolver. En España a nadie se le ha ocurrido hacer una cosa así, tampoco al rey: Juan Carlos I no ha decretado la restitución de los bienes robados por el franquismo”, explica Nicolás Sánchez-Albornoz, que ha puesto en manos de abogados el caso y está a la espera de la restitución, consciente del largo trayecto que acaba de iniciar y cuya decisión está en manos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, aunque la Secretaría de Estado de Memoria Democrática también está atenta a la evolución del caso.
Hace cuatro meses este apacible Parador fue protagonista de un episodio histórico de restitución de obras de arte. Otros dos importantes retratos se apartaron del interior del edificio para devolvérselos a los herederos del naviero vasco Ramón de la Sota y Llano (1857-1936), al que el franquismo le había arrebatado las casi 300 obras maestras que componían su colección de arte. También le quitaron propiedades inmobiliarias y el Tribunal de Responsabilidades Políticas le condenó en 1940 a pagar una multa de 100 millones de pesetas por haber sido diputado “con significación nacionalista”.
De la Sota tenía cuadros de Goya, El Greco, Divino Morales, entre tantos. Al Parador de Almagro llegaron una obra de Cornelis van der Voort y otra de Luis de la Cruz y Ríos. Después de demostrar la propiedad de los mismos, y gracias a un informe favorable de la Abogacía del Estado que cambió de criterio e inauguró un camino a seguir por los herederos de las víctimas del franquismo, el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo se los entregó a la familia De la Sota.
Hasta ese momento, si el poseedor (Paradores) actuaba como si fuera el dueño, la posesión estaba legitimada. El Código Civil permite que se adquiera por usucapión la propiedad por posesión de la cosa. Pero la decisión extrajudicial que tomó el Ministerio ha sentado un precedente decisivo para el inicio de otras reclamaciones: la Administración reconoció que el depósito era irregular y ello invalida la usucapión.
Los bienes de la familia De la Sota habían desaparecido, pero en 1996 volvieron a salir a la luz cuando sucedió la transferencia del Ministerio de Industria a Paradores, para decorar los edificios. Todavía no se conoce si este ha sido el camino que han llevado los cuadros de Nicolás Sánchez-Albornoz.
Hasta junio, el Parador de Almagro era reconocido por una sobresaliente colección de arte y era propiedad del Estado. Tras el hallazgo de los dos lienzos robados a Ramón de la Sota y los dos de la familia Sánchez-Albornoz, los orígenes de dicho conjunto están en entredicho. La mayoría de las obras que siguen colgando de sus muros podrían proceder de las incautaciones ejecutadas por el franquismo y no devueltas a sus legítimos propietarios, represaliados por la dictadura. Paradores de Turismo deberá revisar su inventario de casi 10.0000 bienes y señalar qué propiedades ilícitas fueron tomadas como propias, para recrear un interiorismo historicista.
Al menos hay constancia de que estas cuatro extraordinarias pinturas proceden del saqueo. Con cruzar los pasillos y salas del Parador de Almagro basta para vaticinar una avalancha de reclamaciones cuando los bienes se divulguen en busca de sus propietarios originales. Entre otros muchos, hay un impresionante grabado calcográfico de La batalla del puente Milvio, firmado por Pietro Aquila (1630-1692), un tenebrista y audaz retrato de un caballero, fechado en el siglo XVII y pendiente de atribución, o una inmensa inmaculada del siglo XVIII, adornando la escalera y también sin firma.
Nunca nadie se ha preguntado de dónde han salido esas joyas que recrean el cuidado hotel de la capital del teatro. Ni siquiera en la investigación que se realizó en 2015, al hilo del montaje de una exposición temporal que sucedió en la antigua sala de Azca de la Fundación Mapfre. Paradores de Turismo mostró un interesante grupo de más de 60 piezas de las joyas artísticas que decoran sus hoteles, gestionados por Turespaña. Francisco Calvo Serraller, María José Rodríguez Pérez, Ana Moreno Garrido y Rocío Herrero Riquelme aportaron el cuerpo histórico a la exposición Paradores de Turismo. La colección artística, pero no se detuvieron en preguntar por la procedencia de las obras.
“La colección artística de Paradores es básicamente de cuadros, aunque haya tapices de relumbrón, una sillería de coro de prestancia, un retablo y una muy antigua lápida con escritura cúfica datada en el siglo X”, escribe Calvo Serraller en el catálogo de la exposición. Apunta que es un conjunto artístico de claro protagonismo español. El historiador del arte destaca de entre los miles de bienes los dos cuadros de Felipe Diricksen, propiedad de Nicolás Sánchez-Albornoz. Este conjunto de bienes artísticos han dado forma a un producto turístico muy característico desde hace más de 90 años.
Ana Moreno Garrido relataba la aparición del Estado en el negocio hotelero como promotor, que cumplía la función de “dar facilidades para poner de manifiesto riquezas y curiosidades casi desconocidas por la dificultad de poder llegar a ellas”. Con una marcada perspectiva nacional: “La cadena estatal apostó por ofrecer una idea de España y lo español”, señala Ana Moreno. Estaban llamados a ser un instrumento de política turística como oferta hotelera.
Y así ha llegado, desde la inauguración en 1929 del Parador de Gredos pasando por Manuel Fraga inaugurando uno tras otro, hasta el siglo XXI con casi un centenar de establecimientos. Paradores es el Disneyland de la España imperial. La invencible, la imposible. Un siglo después es una marca reconocible, impoluta y amable; un producto de calidad basado en patrimonio, historia y cultura. Y, finalmente, una identidad de trampantojo.
La institución pública justificó la exposición temporal como “un escaparate de la riqueza cultural española” que contienen los hoteles. Ángeles Alarcó, presidenta de Paradores de Turismo en 2015, explicaba que en ese escaparate “se han aunado” artesanía, gastronomía, arquitectura y arte. Esos bienes “han creado una imagen atractiva” del país, sostenía la presidenta, que describía los paradores como instrumentos turísticos y políticos que forman parte de “la gran Marca España”. Sin embargo, los bienes artísticos que ofrecen una experiencia única a los clientes, son parte de una operación que arrebató a las familias republicanas sus más preciadas propiedades. Un gran saqueo que representa lo que fue la Marca Franquista.
Este fin de semana, nos explican en recepción, están ocupadas cerca de un 70% de las habitaciones. “Precioso parador en antiguo convento con una decoración estilo castellano con muchas galerías y patios con agua. Ideal para descansar”, escribe un usuario de Tripadvisor en su reseña con máxima puntuación para el Parador de Almagro. A otros clientes, entre las 1.700 opiniones, también les llama la atención lo bien conservado que está el edificio y la historia que se respira. Es la cuna del turismo cultural que se muestra como alternativa al sol y playa. Otro cliente ha escrito en dicha web sobre el valioso patrimonio artístico que conserva el Parador de Almagro y que “ofrece una muy agradable experiencia para las visitas culturales en La Mancha, así como para conocer mejor su paisaje”. El Parador podría pasar por museo gracias a un decorado cultural que oculta un pasado menos agradable.
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