El álbum fue elegido Mejor disco nacional de 2012 por la revista Rockdelux. Ahora se reedita en cedé y por primera vez se publica en vinilo. El origen está en una exposición que se iba a celebrar en Sevilla en el centenario del nacimiento de Alan Turing, a la que les invitaron a participar. “Pensamos hacer una especie de sintetizador-máquina que fuese generando canciones, una cosa de Inteligencia Artificial", recuerdan ambos músicos a dúo. "Queríamos hacer unas canciones muy binarias, todo el rato el cero y el uno. Cuando teníamos pensado el proyecto, la exposición se canceló. Nos quedamos con las ideas en la cabeza y con una melodía ya avanzada y dijimos: esto es chulísimo. Habíamos leído mucho y estábamos muy metidos, yasí que decidimos hacer un disco. Como nos parecía un tema desconocido y difícil, se nos ocurrió ir explicando las canciones a medida que íbamos haciéndolas. Íbamos publicando unos pequeños post en nuestra web, como un diario del proceso de creación”.
Esos informes, que llamaron Turing bits, permanecen en su sitio web y cuentan, por ejemplo, que a Alan Turing se le murió su mejor amigo del colegio y eso le hizo pensar, siendo niño, si con las matemáticas habría una manera de reproducir a su compañero artificialmente para poder hablar con él. “Turing escribió estas ideas en cartas que le mandó a la madre de su amigo, quería poder conversar con él una última vez, ya que le conocía tan bien. Sin querer, estaba imaginando cosas que no existían y puede que ahora existan. Nosotros juntábamos esto con cosas pop, como un subgénero muy bizarro de canciones que había en los 50 y los 60, en el que una persona habla con un muerto y el muerto se comunica con el vivo. Hay una que se hizo superfamosa en Inglaterra en la que hace una ouija para hablar con su novia muerta y en mitad de la canción la novia le contesta. John Waters es muy fan de esas canciones”, explican Carlos y Genís. Ahora, con la reedición del disco, han decidido imprimir la web en un facsímil en papel para que se conserve cuando desaparezca internet.
Carlos y Genís recuerdan como el nombre del grupo es fruto de una confusión que llevaron hasta el final: a Carlos una amiga le habló de un tipo muy guay que hacía grupos con todo el mundo y se llamaba Genís. Carlos tenía un gel de baño en casa llamado Hidrogenesse y pensó que el nombre del chico se escribiría así: Genesse. Cuando se aclaró el malentendido, el nombre artístico se quedó. “Yo no sabía si era un apodo o un nombre catalán poco común. Decíamos que nosotros dos juntos éramos Hidrogenesse y desde entonces arrastramos el nombre”, explica Carlos.
Hidrogenesse tiene el humor como brújula. Ambos desconfían de la gente que no se ríe. Aunque no se consideran humoristas ni les interesa ese lenguaje, utilizan la ironía y el surrealismo en sus letras y en sus puestas en escena; a veces, desternillantes, otras, tragicómicas, “como la vida". "Nosotros nos enfrentamos en el día a día a cosas muy divertidas y a cosas muy patéticas, y eso en las canciones sale. No entendemos que haya cantantes que solo estén como desesperados, que solo hablen del desamor o solo hablen desde la gravedad, porque eso es mentira, lo natural es combinarlo todo, todos nos reímos y todos tenemos sentido del humor. Cuando veo una persona que siempre que se presenta en público está serio, que no deja nunca salir su sentido del humor, que toda su producción es triste o dramática o reivindicativa, me hace sospechar. Es raro, todos nos reímos de todo, hasta de lo triste, hasta de nosotros mismos, nos podemos reír de nuestros ídolos también, no pasa nada. A nosotros nos encantan los artistas, los escritores o los cineastas que usan el humor de la manera que sea, para aligerar, para hacerte reír o para criticar”, explica Genís.
Los directos de Hidrogenesse se acercan a la performance, con un cuidado de la estética, la ropa y la coreografía. Carlos y Genís a menudo se visten y se peinan igual y juegan al equívoco de quién es quién. “Somos un grupo electrónico, no nos dedicamos a dominar un instrumento y con eso dar un recital. Lo que hacemos nosotros es representar las canciones más que interpretarlas y, a veces, exagerar los gestos. Somos una compañía de teatro malo, también muy precaria. Es teatro malo porque no ensayamos, no controlamos nuestro cuerpo al nivel de un actor o un bailarín. Lo nuestro es el teatro malo, que es disfrutable también y que nos sale bien”, cuentan a dúo los dos músicos. Y añaden que quieren hacer feliz a la gente con su trabajo: “El mal ya está, eso se lo leía a Álvaro Pombo hace poco. Y hay que ser originales, porque el mal está demasiado presente, es lo que más se hace” , coinciden ambos.
La carrera de Hidrogenesse comenzó en los 90, cuando en Barcelona la escena musical estaba copada por la electrónica de dj´s y el Sónar era un evento tan brillante que amenazaba con eclipsar todo lo demás. Genís y Carlos empezaron a hacer música como reacción a ello, desconfiando sistemáticamente de lo moderno.
“Era el momento del auge de la electrónica instrumental, con el Sónar, que era algo supermoderno, superinteresante, único a nivel europeo... y se comió Barcelona. Parecía que todo el mundo quería imitar al Sónar, las fiestas tenían que parecerse al Sónar, todos los grupos querían parecerse a los grupos que tocaban en el Sónar. Nosotros decíamos: todo no puede ser así, esto es muy aburrido. ¿Dónde están los grupos que cantan? ¿Dónde están las canciones que tienen letras? Solo había una persona detrás de una mesa, todo oscuro y un ordenador. Y siempre eran hombres”, recuerdan los dos músicos.
Frente a esa incipiente y pujante escena, montaron el Sonajero en 1997, un pequeño festival alternativo al Sónar en el que se juntó mucha gente que quería hacer canciones electrónicas. Ahí estaba Hidrogenesse, Les Biscuits Salés, Nautilus o Astrud (dúo en el que también tocaba Genís Segarra). Eran fiestas en las que el público podía traer sus propios discos para que fueran pinchados y en lugar de discjockeys habría grupos tocando. Pero como no conocían a grupos así, los formaron. “Era el rollo del do it yourself . Esa es la revolución de la electrónica, que cada uno pueda montárselo todo en su casa, un grupo de tecno, de reggae, de pop sesentero o de baladas italianas, lo que a ti te guste, los samplers te permitían crear lo que tenías en la imaginación. Nos inventábamos grupos para tocar en esas fiestas, no teníamos ni discos ni nada pero hacíamos canciones. Sonajero era eso”, rememoran Genís y Carlos.
En la edición de Sonajero de 1998, sonó No hay nada más triste que lo tuyo, el primer tema parecido a un hit de Hidrogenesse, en el que hablaban de las tiendas de animales, de los caballitos ponys o de la dureza de una cadena de montaje, recogiendo la experiencia de Carlos trabajando en una fábrica. “Cada año en Sonajero había repertorio nuevo. No hay nada más triste nació para cantarla en ese Sonajero, aunque no la grabamos hasta cuatro o cinco años después. Las cosas son muy lentas”, explican entre risas.