También las ficciones han ayudado a crear esos patrones de comportamiento. Por eso, cuando algún libro o alguna película apela a lo contrario, a la travesura, a la alegría y hasta a la rebelión, los niños lo aceptan con alborozo. Nos gustaba de Daniel el travieso que se atreviera a hacer lo que no nos dejaban; reíamos a carcajadas con Macaulay Culkin en Solo en casa porque sin el control paterno la liaba y era capaz de acabar con unos ladrones haciendo perrerías que nunca le hubieran permitido. Pero, por encima de todos estaba ella, Matilda, la niña que daba nombre a la creación de Roald Dahl y que iniciaba una revolución contra el orden establecido en un colegio comandado por la dictadora señora Trunchbull.
Matilda leía, jugaba, reía y decía basta. No a las normas estúpidas, al control, a atar en corto. El resultado fue que la novela se convirtió en un éxito que ha pasado de generación en generación. Ayudó la divertidísima adaptación que dirigió Danny DeVito, y en los últimos años ha hecho lo propio el musical que llevaba una década triunfando en Londres. Un éxito de crítica, público y premios que desde hace dos temporadas se puede ver también en Madrid. Era cuestión de tiempo que un fenómeno tan aplastante saltara al cine. Lo hace de la mano de Matthew Warchus, la persona que ha dirigido la versión escénica y un experto en musicales como Follies. También un director que saltó al foco cinematográfico gracias a otra película que apelaba a la revolución en las calles. Se trataba de Pride, un encantador filme que mostraba la unión de la lucha minera y el colectivo LGTBI en Reino Unido en 1984 durante el Gobierno de Margaret Thatcher.
El musical de Matilda llega a Netflix el día de navidad. Una decisión nada inocente. La película tiene mimbres de convertirse en un auténtico fenómeno. En Reino Unido pudo pasar por cines, y su resultado fue excelente, 15 millones de dólares. En el resto del mundo se verá en la plataforma, que ya se frota las manos de tener un pelotazo navideño como este. El musical mantiene aquello que hizo que el libro enamorara a millones de niños, y potencia lo importante, especialmente ese canto a la rebelión.
Matilda es una película que gira sobre la chispa que enciende una revolución y cuyo clímax es, precisamente, ese momento. En el musical llega, además, con el mejor número de todos, una delicia de nombre Revolting children de puesta en escena apabullante y donde los niños bailan y cantan una canción que apela a romper las normas. “Nunca más me quitará mi libertad”, comienza el número que contiene frases como “los derechos que hoy ganamos han sido gracias a intentar romper las normas” o “no habrá evolución sin revolución”. Un número que culmina con los niños derribando la estatua de su particular dictadora, la señora Trunchbull.
El propio Wachus describía así lo que le atrajo cuando le ofrecieron dirigir el musical en Londres: “El corazón moral de la historia era la posibilidad de corregir las injusticias, hablaba del poder de los desvalidos y de cómo cualquiera de nosotros podríamos abordar las cosas que nos oprimen. Es realmente emocionante encontrar un proyecto que combine el entretenimiento con la sustancia”.
Todos los números ambientados en el colegio son la mejor parte de una película que cumple con lo que se le pide a la adaptación de un musical, que sume algo a la versión teatral. Muchas versiones palidecen frente al original, pero Warchus consigue aportar espectáculo y una mirada cinematográfica para ser fiel y distanciarse lo justo para cumplir. Hay, además, una carta de amor al poder de contar historias. Matilda lee para sobrevivir, y cuenta historias para modificar la realidad. Para ella lo real está en la ficción, y lo que vive se transforma en cuentos e historias para los demás.
No todas las partes de este musical funcionan al mismo nivel. Mientras que todo lo que ocurre en el colegio, o incluso las ensoñaciones de Matilda cuando cuenta sus historias, está a un gran nivel, la parte doméstica cae en el error de llevar al exceso y la parodia sin gracia las relaciones de ella con sus padres. Dos chavs como los definiría Owen Jones, o dos canis como se podría decir en España, que solo piensan en el dinero y que están descritos con todos los tópicos y lugares comunes que han hecho que se demonice a la clase obrera desde la ficción.
Una película familiar estupenda, con ritmo, gracia, con un mensaje revolucionario y de unión que escapa a propuestas hechas con piloto automático que llegan constantemente. Una pena que Netflix no la haya estrenado fuera de Reino Unido en cines, porque esta adaptación y estos números musicales pedían pantalla grande para ser disfrutados mejor, y más en un sitio como España, donde la versión teatral sigue llenando todos los días.