En todo caso, el daño ya estaba hecho. Con el objetivo de enviarlos a Londres, los mármoles habían sido arrancados del edificio sin demasiado cuidado, cortados en trocitos para facilitar su traslado. Durante el desmontaje, algunas de las piezas se precipitaron al suelo y se rompieron en mil pedazos. Y en el proceso de transporte, uno de los barcos naufragó, llevándose consigo para siempre una parte del cargamento, que quedaría sepultada en las entrañas del fondo marino. El resto terminaría expuesto en el Museo Británico. “Como tenían la idea de que el mármol era blanco, los ingleses se dedicaron a limpiar las esculturas, raspando la superficie, hasta obtener ese color; sin embargo, aquel mármol –que procedía del Pentélico, monte situado a las afueras de Atenas– presentaba un característico tono rojizo debido al alto contenido en óxido”. La puntualización de la profesora Amor López Jimeno añade una desdicha más a la obra: las piezas del British nunca serían iguales a las esculturas hermanas que habían permanecido en Grecia.
De ahí que el expolio practicado por el conde de Elgin causara unos daños equiparables al mayor desastre sufrido en el edificio de la Acrópolis de Atenas: la explosión que los ataques venecianos habían causado un siglo atrás, en el XVII. Por si fuera poco, el traslado del conjunto a Londres provocaría el mayor conflicto cultural de la historia entre Grecia y Reino Unido, todavía hoy no resuelto. Un agravio de difícil solución. Si los medios internacionales desvelaban recientes contactos entre el British Museum y el Gobierno griego para un retorno inminente del conjunto, la ministra de Cultura británica, Michelle Donelan, se ha encargado de zanjar de un plumazo las enormes expectativas que se habían generado, insistiendo una vez más en que Reino Unido es el legítimo propietario, tras negar incluso que el acercamiento entre ambos países –anunciado a bombo y platillo por los medios internacionales– hubiera tenido siquiera lugar.
Las declaraciones de la ministra Donelan han supuesto un jarro de agua fría para los griegos, tras una infructuosa batalla de décadas. La ansiada restitución sería “el triunfo póstumo de Melina Mercouri”, afirma Amor López, helenista, profesora en la Universidad de Valladolid y acérrima admiradora de la lucha de la actriz y ministra de Cultura griega en los años ochenta. “La campaña de Melina Mercouri no fue la primera, pero sí la más importante, gracias a su popularidad en el mundo del espectáculo y también a la labor de su marido, el cineasta Jules Dassin”, sostiene la filóloga. De hecho, cuando Mercouri murió en 1994, Dassin impulsó una fundación con el nombre de su esposa que tenía como principal objetivo la restitución de los mármoles. “Jules Dassin llegó incluso a poner dinero de su bolsillo para impulsar la construcción de un nuevo museo de la Acrópolis que pudiera acoger las esculturas”, valora Amor López, coordinadora de un libro-homenaje sobre el cineasta y filántropo en 2009, proyecto que le valió aquel año el título honorífico de Embajadora del Helenismo.
En aquellas mismas fechas abrió sus puertas el nuevo museo de la Acrópolis, un moderno edificio acristalado situado junto al Partenón, cuya tercera planta ha reservado espacio para acoger los mármoles exiliados que, a diferencia del British, se exhibirán en su posición natural, mirando hacia afuera. La infraestructura venía a callar la retahíla histórica de los británicos, que negaban el retorno de la obra promovida por Pericles hace 2.500 años, bajo el argumento de que los griegos no sabrían cuidarla. “Que los británicos acusen a los griegos de no haber sabido cuidar el conjunto, con todo el daño que llegó a causar Elgin, es, cuando menos, paradójico”, puntualiza la profesora López Jimeno.
Y es que, tras un acercamiento esperanzador entre los gobiernos, la ministra de Cultura británica ha despachado el asunto acudiendo una vez más a los otros dos pilares de la negativa inamovible de Reino Unido: la legalidad de la operación de compra y, por tanto, la propiedad legítima de los 75 metros de los 160 totales del friso original, las 15 metopas de un total de 92 y la veintena de figuras de los frontispicios que se exhiben en el British. La profesora Amor López –como otros expertos, incluidos algunos británicos– niega la mayor. La operación fue ilegal porque la salida de las piezas se produjo durante la ocupación otomana del territorio griego, que peleaba entonces por una independencia que llegaría en 1821. La clave de bóveda es un documento, un permiso del sultán turco que habría habilitado a Elgin a hacer lo que hizo. Un papel que –oh, casualidad– nunca llegó a aparecer por lado alguno.
Es decir, el Imperio Otomano no tenía potestad para deshacerse del patrimonio de Grecia, país que ocuparía durante cuatro siglos. En suma, la condición musulmana de los turcos les impedía valorar aquello de lo que se estaban desprendiendo, pues la figuración humana está prohibida en el islam. “Incluso aunque hubiera recibido un permiso auténtico del sultán, Elgin era embajador en Estambul y no podía valerse de su cargo diplomático para hacer negocios”, matiza la filóloga, en referencia a una operación que califica de “ilegal” y “amoral”. Precisiones hasta ahora desoídas por Gran Bretaña, que históricamente se ha apoyado en otro llamativo argumento: en el British Museum, las esculturas se ven más. En este punto, Amor López Jimeno rescata la irónica respuesta que solía esgrimir el fallecido cineasta Dassin a este mismo razonamiento: “Si es por que lo vea más gente, que lleven los mármoles a China”.
La devolución “abriría la puerta a cuestionar todo el contenido de nuestros museos”, es otra de las razones con las que el Gobierno de Rishi Sunak ha dado, de momento, portazo al retorno. En todo caso, de regresar los mármoles a Atenas, ¿habría una cascada de reclamaciones de otros países? “Muchos pueden pensarlo, pero es absolutamente necesario analizar cada caso particular y las circunstancias que motivaron el desplazamiento de las obras, así como las condiciones históricas, políticas, culturales o sociales”, reflexiona María José Martínez Ruiz, una de las mayores expertas españolas en arte desplazado. “No hay que caer en el error fácil de englobar todas las obras de arte descontextualizadas en el mismo saco, arguyendo el excesivamente recurrido concepto de expolio”, añade la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid.
Aun así, el vértigo en los grandes museos internacionales está ahí. El British Museum –cuyo emblema son, precisamente, los relieves atenienses– atesora piezas clave en la historia de la humanidad, como la Piedra de Rosetta, un fragmento que resultó fundamental para descifrar la escritura jeroglífica de los egipcios. En París, el Louvre recibe al visitante con una escalinata presidida por la Victoria de Samotracia, también de origen griego, y expone en sus salas un importante legado egipcio. Entretanto, la Isla de los Museos de Berlín atesora conjuntos tan espectaculares como el Altar de Pérgamo, procedente de Turquía, la impresionante Puerta de Ishtar (Irak) o el icónico busto egipcio de Nefertiti, una de las esculturas más populares del planeta.
“No todos los casos son iguales”, coincide Albert Velasco, profesor en la Universidad de Lleida y especialista en museos. “Que una obra de arte no esté en su lugar de origen no es sinónimo, automáticamente, de que merezca repatriarse”, argumenta, y explica: “Hay guerras, saqueos y expolios, pero también hay ventas legales”. El único punto en común entre el Partenón y otras obras de arte que figuran en los museos más importantes del mundo es precisamente eso, que ya no están en su lugar de origen.
De ahí que conocer la verdadera historia que está detrás de una pieza desplazada –una información que escapa a los limitados datos de una cartela– resulte vital para evitar que el visitante de un museo se marche con la idea equivocada de que esta o aquella obra “se la llevaron”, sin más. En este error incide la profesora Martínez Ruiz. “Tal vez, habría que acercar al público cómo ciertas obras llegaron cual botín de guerra a grandes museos internacionales, otras a resultas de ventas de sus propietarios, quienes deseaban lucrarse con tal operación y otras, merced al abandono y el desinterés de la propia sociedad que las había heredado”. Conocer estas circunstancias, por tanto, resulta vital para juzgar de una forma u otra una hipotética reclamación.
A lo largo de décadas, la posible restitución de los mármoles ha encallado en la batalla por la propiedad, un conflicto de solución compleja. “Aunque los relieves regresen a Atenas seguirán perteneciendo a Reino Unido”, sostiene tajante Albert Velasco. De ahí que “la única opción” sea, en su opinión, un “depósito de larga duración”. Porque la alternativa sería la vía judicial. “En el caso hispano, la situación es equiparable a la de Sijena y el arte de la Franja: Aragón nunca renunció a la propiedad, finalmente acudió a los tribunales y se ha salido con la suya, pero esto no siempre es así”, ejemplifica. No deja de ser paradójico que, para enviar de vuelta las esculturas, Reino Unido tendría que infringir su propia ley… Sí, aquella que dice que la colección del British Museum es inalienable, subraya el especialista.
El de Sijena no es el único paralelo español con el caso griego. María José Martínez Ruiz precisa que los acuerdos de restitución entre países “no han sido gratuitos, generalmente ha mediado una compensación para paliar la pérdida de una obra del catálogo”. La historiadora cita el evidente caso de la pieza recuperada durante la II República por el Museo Arqueológico Nacional –un sepulcro del monasterio de San Benito en Sahagún (León)–, con la mediación clave de Ricardo Orueta, por entonces director general de Bellas Artes: el Fogg Art Museum norteamericano, propietario del monumento funerario, recibió varias piezas españolas a cambio de la devolución.
Lo que no es discutible es que la causa griega cuenta a sus espaldas con una legión de adeptos, que siguen los pasos marcados por la ministra Mercouri en los años ochenta. “La devolución sería un reconocimiento para Grecia; hay que pensar que los griegos han sido menospreciados en los dos últimos siglos y que es en Atenas donde los mármoles deben estar”, opina Amor López Jimeno, quien añade que el regreso, de llevarse a cabo, “sería un gran éxito para el Gobierno griego, donde todos los partidos políticos han ido a una”. Por su parte, la profesora Martínez Ruiz valora las negociaciones entre ambos países –puestas ahora en cuestión por la ministra de Cultura británica–, que han supuesto “un gran paso”.
Mayor distancia toma el profesor de la Universidad de Lleida Albert Velasco, quien ve con buenos ojos “la gestión de un depósito por la vía diplomática”, pero igualmente cree que “si los mármoles se quedaran en el British" le parecería "perfecto porque allí son un emblema; es como si al Louvre le quitaras la Gioconda”. El experto reflexiona desde un profundo apoyo a la labor de los museos. “Que no estén llenos de gente cada día no quiere decir que debamos atentar contra la integridad de las colecciones: para que una obra salga debe existir una justificación total”, apunta el historiador. “En España, de no ser por la acción de los museos, muchas obras se habrían quemado durante la Guerra Civil o terminado en manos de anticuarios; el papel que han jugado en la conservación de los conjuntos forma parte de la historia de estas instituciones y la hemos de valorar”, concluye. Sin duda, el relato de la devolución de los mármoles del Partenón a su lugar natal aún no ha escrito su último episodio.