Desde que pisara La Croissette del festival francés, sus detractores se le echaron encima. La crítica se polarizó, y muchos señalaban que el propio Östlund pertenecía a la misma clase que criticaba, algo que él nunca ha escondido. Es un burgués, blanco y heterosexual dispuesto a clavar el bisturí en la burguesía y en el hombre blanco hererosexual, pero de paso cargarse a todo lo que pase por delante. Cuando ganó la Palma de Oro, chilló e hizo que todos los presentes, con sus trajes y esmóquines carísimos gritarán como idiotas. Todo forma parte de su puesta en escena. Seguramente cuando terminó, apuntó en su libreta o su móvil nuevas ideas para seguir riéndose de todos.
De hecho, tras presentar la película en Cannes, reconocía que le estimula que esos espectadores sean parte de sus propios dardos. Ocurría en su primera Palma de Oro, The Square, que en una de sus escenas más emblemáticas ponía a una audiencia de ricos con sus chaqués a presenciar una performance de arte con un hombre comportándose como un chimpancé que no sabían si era real o no. Y ocurre aquí, con una escena con un vendedor de top manta que podrían encontrar los ricos de Cannes cuando salen del estreno envueltos en joyas de diseño y miles de euros en ropa.
Östlund desprende una seguridad apabullante, la de alguien que no esconde su privilegio pero que lo usa para atacar ese mismo privilegio. Y eso pone muy nervioso a la crítica. Es curioso que una sátira contra los ricos fuera atacada, precisamente, por la crítica más de izquierdas en Cannes, algo que él sabe y que hasta disfruta. Porque todo en él parece planeado para provocar un poco más a sus haters. “Me encanta que a la prensa francesa de izquierdas no le gusten mis películas y que a la prensa francesa de derechas le gusten mis películas”, decía Östlund horas antes de ganar la Palma de Oro.
Hijo de una profesora comunista, el director cree que en Suecia, y probablemente en Europa también, “hay una izquierda que se ha olvidado de Marx”. “Por eso quieren un modelo explicativo del mundo. Quieren explicar el mundo como si todos los pobres fueran simpáticos y tuvieran sentimientos positivos hacia las cosas, mientras que la gente rica es superficial. Quieren esa explicación, pero creo que eso es porque tienen mucho miedo de que les echen de su posición en la jerarquía establecida”, opinaba. En El triángulo de la tristeza es tan carismático el capitán marxista como el oligarca ruso que interpreta Zlatko Buric, porque a Östlund no le “gusta esa dramaturgia de decir que todos los ricos son unos cabrones, porque claro que son simpáticos, ya que su posición en la estructura financiera es la que crea su comportamiento”.
La película, dividida en tres actos claramente diferenciables, culmina dando protagonismo a Abigail, la limpiadora filipina a la que interpreta Dolly DeLeon. Tras el naufragio del yate de lujo, ella será la única que sepa sobrevivir en una isla, mientras que los ricos e influencers dependerán de ella, lo que cambia las estructuras de poder una vez que el dinero ya no sirve de nada. A ella también le pone un dilema en forma de abierto final para que el espectador debata. Un final con el que se pregunta qué ocurriría “cuando alguien ha estado en la parte inferior de la jerarquía toda su vida y de repente se encuentra en la cima y algo amenaza esa nueva posición”.
Una de las críticas más recurrentes hacia Östlund es que es un nihilista, algo que rechaza… en parte. “Puede que mi película lo sea, pero yo definitivamente no lo soy. Tengo una creencia muy positiva en el ser humano. Creo que estamos muy preocupados por la igualdad, y que nos enfadamos cuando vemos desigualdad, y es algo de lo que hablamos e intentamos crear una sociedad que sea buena para todos. Creo que colaboramos y que las cosas han ido mejorando. El capitalismo nos ha ayudado mucho, pero un capitalismo sin regular no es bueno”, dice de su visión económica y social del mundo. Una mirada que solo puede afrontarse desde la sátira en un cine que ha sido definido como una mezcla entre Michael Haneke y Larry David.
Muchas de sus películas parten de una experiencia personal, y aquí esa vivencia se encuentra en una de las primeras escenas, una brillante cena entre una pareja heterosexual donde los roles de género y las estructuras de poder de ambos —son modelos— quedan en evidencia al discutir sobre quién paga la cena. Su mujer, fotógrafa de moda, le contó además muchas historias sobre aquel mundo y le pareció interesante ambientar una película en una industria “donde la belleza es la moneda de cambio”. Eso provoca que “las modelos procedan de todos los sectores de la sociedad”. “En la moda es el aspecto lo que otorga una posibilidad de ascender en la sociedad. No es el dinero ni la educación, sino el simple ‘talento físico’, como lo llaman algunos. Es injusto que la apariencia juegue un papel tan importante, pero luego lo pensé y me di cuenta de que también es justo, porque podemos nacer guapos vengamos de donde vengamos”, analiza.
En su ambición de buscar la ambigüedad, a Östlund le interesó que en este mundo “los modelos masculinos ganan un tercio que las modelos femeninas, es una de las pocas profesiones donde ocurre”. También le interesó el hecho de que en la moda los “jóvenes modelos tienen que lidiar con hombres muy poderosos homosexuales que quieren acostarse con ellos y que les pueden abrir muchas puertas”. “Escribí el guion al mismo tiempo que surgía el Me Too, y me pareció que un modelo masculino era una forma muy eficaz de crear un espejo de la sociedad y hablar de ello no desde el punto de vista del género, sino de la posición dentro de la estructura económica”, añade.
Muchas de las cosas que ocurren en el yate ficticio también ocurrieron en la vida real. Investigaron las excentricidades de los ricos, como dar 250.000 euros de propina o llenar el jacuzzi de champán, “una absurda petición muy habitual”. Otro lo llenó de champán y de peces de colores, provocando que se retiraran los jacuzzis de los dormitorios.
De un barco saltará a un avión. Tiene claro su próximo proyecto. Se llama Entertainment system is down y será, de nuevo, una sátira. En esta ocasión, el punto de partida es la caída del sistema de entretenimiento de un vuelo de larga duración, lo que provocará que todos los pasajeros tengan que interactuar entre ellos. Se masca la tragedia… y la comedia.