La elección de ese vecindario abigarrado y multicultural encaja a la perfección con su visión y defensa de una España culta, mestiza y tolerante. Tras dedicarse durante más de medio siglo a investigar y escribir sobre aquellas personalidades de la cultura española, Ian Gibson ha creído llegado el momento de convertirse en protagonista de un libro. Así las cosas, acaba de publicar Un carmen en Granada. Memorias de un hispanista dublinés (Tusquets) que ganó el prestigioso premio Comillas que convoca esta editorial.
Este antiguo profesor de francés y español, que llegó a Granada en los años sesenta para estudiar las obras literarias de juventud de Federico García Lorca, quedó ya atrapado para siempre en los misterios de la vida y muerte del poeta español más universal. Gibson sabe que forma parte de una rica tradición de hispanistas anglosajones que abarcan desde viajeros del siglo XIX como Richard Ford a historiadores como Hugh Thomas, Gabriel Jackson o Paul Preston sin olvidar a un Gerald Brenan, autor de un libro imprescindible: El laberinto español.
En este sentido, conviene ser precisos y hablar de autores anglosajones porque la pregunta que más odia Ian Gibson, como buen irlandés, es cuando alguien le aborda con la siguiente frase: ¿Es usted Gibson, el famoso hispanista inglés? Ríe y asiente para añadir a continuación que, en ocasiones, también lo confunden con su amigo Preston. En cualquier caso, estas anécdotas ofrecen una clara medida del peso que han tenido los hispanistas anglosajones en el estudio de la historia contemporánea de este país. No obstante, Gibson cree que se exagera un poco esa influencia. “No pienso”, señala, “que exista más interés o se publiquen más libros sobre España que sobre Italia en los países anglosajones. Quizá los hispanistas han sido o hemos sido más exhibicionistas o hemos tenido más repercusión en los medios”.
Apasionado de las biografías y autor de libros esenciales sobre Federico García Lorca (1987), Salvador Dalí (1998), Antonio Machado (2006) y Luis Buñuel (2013), Gibson no acierta a explicar las carencias de la literatura española en los géneros memorialistas. Acude a su admirado Brenan, que opinaba que los españoles eran muy puritanos y solían guardar los secretos de familia; pero añade otros puntos de vista.
“La historia de España”, avanza Gibson, “es muy conflictiva, marcada por muchas guerras y dictaduras y no resulta fácil de abordar. Por otra parte, escribir una buena biografía cuesta mucho dinero y requiere de unos grandes anticipos de las editoriales o de subvenciones. Mi biografía de Dalí costó una fortuna, tuve que viajar mucho y me ocupó durante 10 años. Hay que considerar también que un historiador no tiene por qué ser un buen biógrafo porque debe ser a la vez un autor con un estilo ágil y ameno”. Como conclusión de estas distintas actitudes ante el género biográfico, según los países, Gibson recuerda una frase que le dijo el escritor Antonio Muñoz Molina: “Pocos españoles, por no decir ninguno, se ocuparían durante varios años en estudiar la vida de otro”.
Las peripecias de este hispanista dublinés regresan una y otra vez a Granada y a Federico García Lorca. En esa línea, Gibson evoca en sus memorias el enorme miedo de la gente en Granada en los años 60, en plena dictadura; la losa de silencio sobre el autor de Bodas de sangre y El romancero gitano; la suerte de encontrar a un círculo de antiguos republicanos en el famoso Café Suizo de esa capital andaluza; su ardid para pasar por profesor de inglés de una hija de José María Nestares, uno de los militares que dirigió la represión brutal en la zona, incluida la muerte de Lorca; el tabú sobre la homosexualidad del poeta entre su familia; o, en suma, sus infinitas pesquisas, todavía sin resultado, para hallar, identificar y desenterrar el cadáver de un mito universal.
Ian Gibson tiene muy claro que Lorca significa un símbolo de los desaparecidos en todo el mundo. “Es el más famoso y el más amado de todos ellos. Por eso no comprendo las reticencias de la familia para saber la verdad. No supone una actitud morbosa saber, por ejemplo, si fue torturado, como creo que ocurrió. Como investigador solo busco la verdad”. Como tantos otros, Gibson confía en que aparezcan los restos algún día en un empeño judicial en el que persisten los familiares del maestro republicano Dióscoro Galindo y de los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, fusilados junto al escritor.
De Lorca pasó Gibson a otros dos gigantes artísticos, como Dalí y Buñuel, compañeros los tres en la mítica Residencia de Estudiantes de los años 20 y 30. Al tiempo que califica a aquella residencia, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, como “uno de los más importantes centros educativos de Europa en la época”, el sabio irlandés afirma que aquellos tres artistas demostraron que la vida y la obra siempre caminan unidas, no pueden desligarse una de la otra.
Tal vez esa reflexión sirva también para la propia trayectoria de Gibson. En Un carmen en Granada narra de un modo sincero y valiente sus orígenes en una familia metodista y puritana, su gran necesidad de amor y atención, sus celos hacia su hermana pequeña a la que intentó matar, su rebeldía de adolescente entre una madre amargada y un padre tímido y acomplejado. Gibson cierra el prólogo de sus memorias con una confesión reveladora del papel de España en su vida y en su obra. “He tratado de relatar con honestidad cómo fueron mi niñez y adolescencia (…) y sin ocultar mi lado atormentado y cobarde. Lado que España, su luz, sus gentes y sus culturas, así como mi apasionante quehacer como biógrafo, me han ayudado sin duda alguna a sobrellevar algo mejor”.
Aquel amor que Gibson añoró de pequeño lo ha recibido con creces en España y de ahí una gratitud que manifiesta a las primeras de cambio. Ha sido un autor no solo elogiado por la crítica, sino que ha tenido y tiene el apoyo de miles de lectores que han valorado sus trabajos, la mayoría de ellos escritos en español. El Gobierno socialista le otorgó la nacionalidad española en 1984 y después ha recibido premios tan relevantes como las medallas de Andalucía y de Bellas Artes.
Intelectual de izquierdas y defensor de muchas causas progresistas, no es ajeno a los mensajes de odio desde algunos sectores de la ultraderecha. “El otro día un tipo en un bar”, cuenta Gibson, “me dijo que los ingleses [sic] que veníamos a España, odiábamos este país. En fin, son hechos aislados porque siempre he sentido el cariño de la mayoría de la gente”.
Confiesa que lo pasó mal durante los meses más duros de la pandemia porque no podía pasear ni viajar, dos constantes en su vida cotidiana. Pero ahora está feliz porque sus memorias, que abarcan hasta la llegada de la democracia (“quizá habrá una segunda parte”), han supuesto de alguna manera un desahogo vital. Tenía que 'vomitar' algunos recuerdos y ya lo ha hecho. Agradecido a su mujer y a sus hijos por haberle permitido dedicarse en cuerpo y alma a las biografías, ya está pensando en nuevo libro, un ensayo sobre la influencia celta en la península Ibérica. Un proyecto que uniría su Irlanda natal con su España de adopción.