No es la primera vez que toca este tema en sus libros, tanto en los de ficción como en los de no ficción. “Por ejemplo, en Falsa calma (Alpha Decay, 2016) habló de qué les pasa a los personajes cuando se les acaba el trabajo que les organizaba la vida, pero nunca había sido el asunto central como ocurre en Derroche”, comenta a este medio sentada en una terraza de Barcelona, poco antes de su presentación en la ciudad. Viene de hacer lo mismo en Madrid y seguirá en el resto de lugares a los que le lleve la gira de promoción, pero cualquier atisbo de cansancio queda sepultado por la satisfacción de saber que no tendrá que volver a enviar currículums. De hecho, tres meses después de ganar el premio, presentó su carta de renuncia en la universidad donde era profesora. Todo un acto de liberación.
Esta última novela tiene varios protagonistas. Por un lado está Vita, una mujer que deja en herencia a su sobrina nieta Lucrecia una fortuna enterrada en el jardín de su casa. La explicación acerca de esta decisión está en una carta que escribe antes de morir. Su sobrina nieta la lee con fastidio, porque ha tenido que desplazarse a la provincia argentina de La Pampa para resolver este asunto y la situación está haciendo que su trabajo se vea afectado. Es editora en el departamento de comunicación de una universidad y, aunque se ha tomado algunos días de vacaciones, sus compañeros y superiores la reclaman sin parar. Ambos personajes comparten la voz cantante –contra toda lógica– con un jabalí llamado Bardo, cantante de un grupo de música llamado Más Chancho Serás Vos.
El propósito de Vita es dotar a su familiar de la posibilidad de decir adiós a ese trabajo que le está comiendo la vida como en su momento hizo ella. La paradoja es que la libertad solo se puede comprar: para conseguirla se necesita dinero y para ello hay que trabajar. “La novela plantea que esto solo se resuelve con dinero, porque vivimos en un mundo regido por él. Aunque a la vez está el juego de que Lucrecia quede a cargo de generar alguna liberación en la que el dinero no sea moneda de cambio”, sostiene. Pero el único de todos los personajes que puede conseguir esa la utopía es el jabalí, que por su condición de animal puede vivir al margen de las reglas de los humanos (o más bien, escapando de ellas).
“Ese lugar en el que decidí situar el 80% de la novela pasó de ser una provincia en la que hubo una comuna anarquista a ser, a día de hoy, una provincia que vive en gran parte de ser un coto de caza”, explica Cristoff. Se supone que todas las prácticas relacionadas con dicha actividad respetan una legalidad que protege a las víctimas del sufrimiento pero, según la escritora, no es así. Durante el proceso de documentación que llevó a cabo para escribir Derroche, descubrió que inyectan sustancias a los animales para que la caza sea más exitosa.
“Lo hacen para que los señores, tanto extranjeros como nacionales, acudan. Les abren la puerta con el animal dopado, sobre todo jabalíes y pumas, y ellos lo matan, una cosa siniestra”, comenta. En ocasiones, asesinan a las madres pero algunos de sus hijos consiguen escapar, una idea que la llevó al personaje de Bardo. “Se me ocurrió que en alguna de sus exploraciones Vita podría haberse encontrado un jabalí”, desarrolla la autora. “Ella fue niña a principios del siglo XX y murió a principios del siglo XXI, así que era verosímil que hubiese visto ese cambio del anarquismo al coto de caza y haber encontrado un bichito de estos. Él termina siendo su primer discípulo”.
Los padres de Vita están inspirados en uno de esos grupos que se reunieron alrededor de una revista llamada Pampa libre. “Estuvo durante muchos años en Holanda. Era divina y ahora se puede consultar gracias al digital”, dice. Llegó a ellos porque le gusta que sus novelas transcurran fuera de Buenos Aires, así que empezó a indagar en qué había pasado en otras ciudades como Rosario o La Plata hasta que llegó a esta provincia que linda con La Patagonia, su territorio de nacimiento. “Los padres de Vita no existieron específicamente pero sí la revista que los reunió. Y también sucedió el atentado que se narra en el libro, que fue determinante para que después ese grupo desapareciera”, expone.
La tía abuela de Lucrecia crece en ese ambiente libertario, pero lo rechaza y se ríe de las actividades de sus padres. Lo que ella quiere hacer es lo que le dé la gana y no seguir ningún tipo de consigna. “Ella tiene esa cosa zumbona, quería darle esa cosa de humor y distancia, no la quería militante”, dice. “A la vez, ella misma es un personaje súper contradictorio porque a pesar de que detesta el anarquismo acaba siendo una anarquista para poder vivir sin trabajar en una oficina horrible”, indica.
Vita se queja de las obras de teatro que va a ver con sus progenitores, porque para ella son absurdas y muy pesadas, no entiende por qué los adultos se entretienen con esas cosas. “Yo puse deliberadamente extractos de obras que se dieron en [la ciudad] General Pico cuando operaba aquel grupo de anarquistas, cosa que no le importa a nadie salvo a mí que soy una obsesiva total”, sostiene entre risas. “Fue un poco para darle la razón, porque esas obras de teatro del anarquismo son baja línea, aburridas. Pero a pesar de que odia el teatro, al final sus operaciones para sacar dinero a los rehenes son puestas en escena. Al menos según lo que ella cuenta”, afirma.
Una de las preguntas que surgen al inicio del libro es por qué Vita escoge a Lucrecia como sucesora si la relación entre ellas casi había desaparecido desde hacía décadas. Fueron cercanas durante la infancia de la más joven, pero eso terminó con el paso del tiempo. La motivación de la escritora fue la de narrar un amor más allá de lo convencional como el de una madre a su hijo o el que se da dentro de una pareja. “Me gusta contar personajes que aman mucho a determinada otra persona y no lo saben o no lo quieren reconocer, algo como ‘el amor a pesar de’, que es recurrente en mis novelas”, comenta. “Hubo mucho amor en esa relación y de ahí el legado, más allá del dinero, es como el relevo”. “La novela apuesta mucho por esa cosa de irradiar: dinero, emociones, un anhelo de que la vida sea menos individual y más colectiva, más plural”, desarrolla.
Hay un capítulo que seguramente a muchos lectores y lectoras les gustaría copiar y pegar en un correo electrónico y enviárselo a sus jefes. En Telegrama de renuncia Lucrecia, movida por una especie de impulso irrefrenable, escribe frases de dimisión como: “Denuncio confabulación para convertir trabajos en infiernos insostenibles. Denuncio confabulación para convertir vidas en dedicaciones a tiempo completo. Denuncio extractivismo social”. Así deja atrás un empleo que le exige demasiado y que no respeta su tiempo de ninguna de las maneras, como se puede leer también en los mensajes que intercambia con sus compañeros que la autora ha incluido en el libro.
“Al decir extractivismo, uno automáticamente piensa en recursos naturales y en el planeta. Pero justamente hay una línea de unión entre ambos extractivismos, el humano y el natural. La novela tiene ese juego de interespecie y del mismo modo que se hace el extractivismo de los recursos naturales y animales, se hace de las personas”, dice Cristoff. En determinado punto del libro, se reflexiona sobre que esa dimisión de Lucrecia debería ser generalizada, como el fenómeno de ‘la gran renuncia’ que se está dando en Estados Unidos. “Fue una mención completamente involuntaria, oí hablar de ello después de escribir la novela”, comenta la escritora. Obviamente, para llevar a cabo una acción como esa hay que tener un colchón económico u otras opciones laborales que permitan hacerlo. No es una posibilidad al alcance de todo el mundo, pero la literatura permite la utopía.
Derroche se define como novela, pero en sus páginas recoge una amalgama de géneros que van del epistolar a la crónica de viajes pasando por el relato, aliñados con textos de obras ajenas o letras de canciones. “Escribo mucho en esa zona que mezcla ficción con no ficción de distintas maneras o gradaciones, según cada libro”, explica. En algún momento de su vida se planteó cómo tendría que presentar sus títulos si suponían una mezcla de tantas cosas, pero era complicado porque al final tenía que decir siete palabras para explicar lo que hace: “Mario Levrero, un escritor uruguayo genial, dice que, a día de hoy, novela es todo lo que vaya entre tapa y contratapa. Así que me adhiero a esa teoría y chao”.