Por si fuera poco, la directora del filme, Maïwenn Le Besco, más conocida como Maïwenn, era denunciada hace poco por el periodista Edwy Plenel, redactor jefe de Mediapart, por agarrarle del pelo y escupirle en la cara en un restaurante. Mediapart es el medio que ha destapado los casos del Me Too del cine francés, entre los que se encontraba Gérard Depardieu o Luc Besson, expareja de la realizadora. Pocos días antes del festival, la propia directora reconocía los hechos de forma breve en una entrevista. Así que para empezar a lo grande Cannes, sus responsables han elegido una película con Johnny Depp y protagonizada por una mujer acusada de escupir y agredir a periodistas. Una elección que dejaba poco a la imaginación.
Para culminar la ecuación, Jeanne Du Barry es una película simplona, acartonada y moñas. Huele a antigua. Un filme de época que en ocasiones parece un gag de Saturday Night Live y que desaprovecha una historia apasionante, la de Jeanne Du Barry, amante oficial de Luis XV que logró vivir en Versalles junto a él a pesar de las reticencias de la corte. Una cortesana que desafió las normas establecidas y rompió los estamentos de clase para ser la favorita del rey.
Una materia prima que podía haber dado pie a una película potente, descarnada y apasionada. Ninguno de esos adjetivos valen para el filme de Maïwenn, lastrado por una voz en off repetitiva, por imágenes que quieren ser bellas y resultan artificiales (esa joven leyendo libros en un paisaje bucólico con el sol detrás) y por la necesidad de la directora, y también protagonista, de ser el foco de cada escena. Jeanne Du Barry parece un desfile de moda donde ella brilla. El espléndido diseño de vestuario es el protagonista. Du Barry rompió ese estatu quo a través de sus trajes, pero aquí parece una excusa para que ella los luzca.
La película no sabe nunca qué tono elegir. Si el del cuento naif, el del cine histórico más academicista o apostar por la reflexión feminista a través de la fuerza de su personaje. Va alternando de uno a otro sin definirse y la mezcla nunca cuaja. El dibujo de algunos personajes como las hijas de Luis XV parece sacado de las hermanastras de La Cenicienta o de aquel trío de envidiosas de la Bella y la bestia. Cada una vestida de un color, todas histriónicas, malvadas y envidiosas. En Jeanne Du Barry los buenos son muy buenos y los malos, malísimos.
Luego está él, Johnny Depp como Luis XV y quizás lo mejor (o lo poco salvable) de la función. Su francés parece impropio de un monarca del país, pero su presencia sí es lo que pide el personaje. Por supuesto que recurre a sus tics, pero cumple. Eso sí, la química con Maïwenn (que, según los mentideros, no han tenido una relación de lo más apacible en el rodaje), es prácticamente inexistente. La relación de Luis XV y Jeanne Du Barry se explica como apasionada, pero lo que se ve en pantalla nunca es eso.
Una pena, porque había elementos muy interesantes en esta historia para desarrollar. El uso del cuerpo para ascender de clase social en un sistema donde el dinero manda; los prejuicios hacia las cortesanas; la performance que debe hacer ella para ser aceptada (durante diez minutos Jeanne Du Barry es My Fair Lady); la doble moral de los poderosos; incluso la relación de esta historia con la revolución francesa que terminaría con los monarcas en la guillotina. Una relación que el filme (y su caprichosa voz en off que aparece y desaparece) no acierta a explicar y que se explicita en las frases sobreimpresas del final, porque como cualquier película histórica que se precie termina contando el destino de sus protagonistas reales. Una película decepcionante para inaugurar Cannes y de la que se hablará más por sus salseos extracinematigráficos que por su calidad.