Además, la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), que es el principal reclamo de público del festival, ha estado presente con dos grandes espectáculos, La vida es sueño de Calderón y Valor, agravio y mujer de Ana Caro de Mallén. La CNTC volverá ya entrado julio con otro gran montaje, La discreta enamorada, de Lope de Vega. Los hosteleros están contentos, hay vida y la gente, en cuanto el sol se esconde, puebla terrazas y patios. Además, inclusiones como la instalación performativa de María Jerez, ¡Viva la montaña!, perteneciente a la programación para la Cuatrienal de Praga, o como el espectáculo de danza Al son, de la compañía de Sara Cano, son pequeños pasos híbridos y necesarios.
Otro cantar fue el espectáculo que inauguró esta edición, El templo vacío, monólogo protagonizado por Lluís Homar, director de la CNTC. Es tradición que quien inaugure Almagro sea esta compañía. El festival, referente en el mundo del teatro clásico español, depende de su relación con este centro de producción del Ministerio de Cultura. Aunque independiente el uno del otro, su historia es paralela. Ambos nacieron con la democracia española. Y al igual que Almagro necesita de la presencia de la CNTC, por capacidad de producción y de convocatoria, la historia de la CNTC no se podría entender sin su relación con este festival donde ha estrenado un buen número de sus más importantes producciones.
Ya el año pasado, el asombro fue mayúsculo al constatar que la CNTC, en vez de apostar por un montaje de una obra del teatro del Siglo de Oro, decidiera inaugurar el festival con una lectura dramatizada de las memorias de Adolfo Marsillach, director y fundador del festival y la compañía. Este año volvieron los papeles leídos a escena con El templo vacío. Homar leyó durante una hora diversos textos relacionados con la mística. Textos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Ramón Llul, Eckhart de Hochheim o el árabe Ibn Arabi que versaban sobre el viaje interior hacia la trascendencia, hacia un espacio que una vez vaciado de todo ego se identifica con la unión con Dios.
Pero el problema fue más allá de la decisión de inaugurar Almagro con una lectura dramatizada, sino que esta además tenía una naturaleza más cercana a la charla de autoayuda que al arte teatral. Homar, descalzo y ataviado con un collar tántrico, exponía más que interpretaba los diversos textos escogidos por la dramaturga Brenda Escobedo. El público no tenía dónde agarrarse teatralmente, más de 15 personas abandonaron el Corral de Comedias el día de la función a la que asistió este periódico. A pesar de estar perfectamente iluminado por Pedro Yagüe y maravillosamente acompañado por el cuarteto vocal Corales J.S. Bach, la obra no remontó vuelo escénico en ningún momento, ni incluso cuando Homar interpretó, ahí sí, un texto de la obra de Calderón que protagonizó hace dos años en la propia CNTC, El príncipe constante. Un texto además más católico que místico, por otro lado.
Homar es uno de los grandes actores del teatro español. Fundador del Teatre Lliure, su capacidad de decir y encarnar está fuera de toda duda. Pero en El templo vacío no encarna, y muchas veces en lugar de decir, lee. Al final, la pregunta que se impone es dónde está este director responsable de la mayor unidad de producción del teatro clásico español. Sorprende que nadie a su alrededor le haya hecho ver que las soluciones a una dirección tan compleja como la suya no pueden afrontarse desde el arrojo del actor, desde un personalismo que, además, en esta ocasión, teatralmente tiene poco peso.
Del otro lado, se estrenó en Almagro una pieza dirigida por Ana Contreras que abordó la voz silenciada durante tantos siglos de la mujer del siglo XV, XVI y XVII español. Todo lo contrario al montaje antes citado. Sencillez, teatralidad por los cuatro costados y trabajo medido y destilado tanto en intérpretes, con Natalia Millán y María Besant, como en los alrededores para ir enarbolando la propuesta (música, danza y visuales).
Hoy nombres como Ana Caro de Mallén (la CNTC ha estrenado este año Valor, agravio y mujer dirigida por Beatriz Argüello, obra que se estrenó esta semana también en el Festival de Almagro) comienzan a ser conocidos. Esta obra recoge textos de 15 autoras como María de Zayas, la gran Sor Juana Inés de la Cruz o nombres que perdidos en la historia como la dominica Violante de Ceo, la poeta Juana de Arteaga o Hipólita de Narváez.
Me trataste con olvido (Clásicas en rebeldía) tiene, ante todo, antes de subir a escena incluso, dos valores a reivindicar. El primero es la recuperación de las voces de unas mujeres que demuestran que en este país la mujer nunca aceptó y simplemente calló. Los textos en verso son mordaces, reivindicativos, de una claridad y capacidad pasmosa para poner en evidencia la debilidad del pensamiento patriarcal. El segundo es la labor de investigación que el espectáculo requiere. Pero esto no es de extrañar. Ana Contreras, a parte de directora y actriz, lleva más de un decenio desarrollando una labor ímproba en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid en el departamento de dirección escénica. Labor de recuperación que ha dado un vuelco a la presencia de la mujer y otras teatralidades en la principal escuela de teatro del país. Además, Contreras ha trabajado con Raúl Losánez, quien se ha encargado de la selección, dramaturgia y asesoría en el verso. Un tándem que lleva años operando desde que hace un lustro ambos formaran la compañía La otra Arcadia.
La obra trata sobre cómo estas mujeres afrontaban y concebían el amor. Todo lo contrario a sujetos pasivos. Sorprende la libertad de expresión de su deseo y la crítica hacia un tipo de amor donde ellas deben adorar y esperar. María Besant ejerce de joven mujer, de mujer enamorada que va desencantándose. Natalia Millán, en oposición, es mujer ya hecha, desencantada y vuelta a coser. Dice esta última con palabras de Sor María de Santa Isabel: “Que te adoran, no lo dudes; que te envidian libre, menos. Vive, pues, siempre gozosa de que los cielos te hicieron”. Llama la atención la meridiana claridad con que estas mujeres hablan y diagnostican. Aunque de una poeta como Sor María, también conocida como Marcia Belisarda, no extraña si uno trae a la memoria aquel romance que decía: “En fin, peno, siento y callo / por no decir lo que siento, / que sólo puedo quejarme / de que quejarme no puedo”.
Durante la obra, oiremos versos muy conocidos como los Hombres necios que acusáis de Sor Juana Ines, por ejemplo, junto con otros ya casi olvidados. Del montaje destaca la manera de decir el verso. Se dice con claridad y soltura, pero se interpreta con arrobo, con gestualidad y cuerpo. Y así, llega. Incluso se atreven en el montaje con el verso cantado. Millán (conocida por montajes como Chicago o Los chicos del coro) derrocha voz y aunque el registro es contemporáneo y pudiera no casar es innegable que acerca el verso al público de hoy.
Y destaca también, como decíamos, el modo en el que se aúnan música, cuerpo e imagen. La presencia del bailarín Ricardo Santana, que en un segundo plano asumido y sin disrupción alguna aporta traza y ritmo al verso. Las imágenes proyectadas y animadas de Violeta Némec dan una estética acertada y sugerente al montaje. Se proyectan tapices donde florecen imágenes, que son también alfombras metáfora de un suelo pisoteado desde donde resurge la mujer. La dramaturgia es fina, hace que el espectáculo se compacte, todos van a una en esta obra que acaba con un verso del propio Losánez amargo y que resume esta historia truncada de amor entre géneros en una sociedad que quería ante todo tener subyugada a la mitad de ella: “Cuan triste fue, ilustrísimo senado, haber torcido el rumbo que se imprimía. ¡A qué mundos hubierais arribado!”. La obra es el relato de una oportunidad perdida, de un Arcadia desaprovechada.