Los humanos estamos llenos de contradicciones. Y eso quiere representar Ben Yart con Ceros. Identifica dos clases sociales con el número nulo: los pobres, ceros a la izquierda, y los ricos, ceros a la derecha. El cero a la izquierda no cuenta, no tiene valor. A la derecha, lo aumenta. Su intención “es la de un documentalista". "No intento ser panfletario con ninguna ideología, sino demostrar cómo influye el estatus económico de cada uno en las decisiones de la vida”, explica a elDiario.es por videollamada desde su estudio en Barcelona, de forma relajada y con el estómago lleno tras haberse comido unos noodles.
El disco nace “queriendo aprovechar el tirón del Gallery Session”. En la canción, en la que se viste haciendo un guiño a Rosalía, ya muestra la oposición y dicotomía entre las clases sociales. "En el lado derecho, donde se hacen las reglas, porque en el izquierdo seguimos los ceros", dice en la canción. Para él, “aunque la realidad de lo que dice la letra es obvia”, hay momentos en los que, aun siendo contradictorio, nos podemos identificar de una forma ecléctica con una clase más alta de la que somos. Lo plasma en la canción Ceros a la derecha, donde relata: “A uno sin ojos y sin piernas le he dicho que voy sin monedas, al de la ONG de mierda le he dicho: 'Primo, das puta pena'”. “Me gusta fluctuar con lo que voy pensando. Evidentemente, si hago una tesis sobre mi pensamiento general y definitivo no voy a decir que una persona sin techo no le he querido dar dinero o que los chavales de las ONG me molestan, pero en esos momentos, guste o no, te sientes un cero a la derecha”, explica sobre sus versos el artista. “La concepción propia de tu clase social varía dependiendo del momento”.
Si bien muchas de sus canciones tienen un ritmo de storytelling, esta idea la basa en el flujo de la escritura consciente o escritura libre. “Lo que pienso lo escribo directamente, sin importar tanto la idea final. Es interesante ver cómo van quedando los registros. En Pitxu en casa, el epé empieza “rezando” al congelador porque es donde se guarda el speed, pero acaba con ¿Por qué me habré metido tanto spiz? y cuestionando sus acciones "con la bajona de las drogas”.
Sobre esta técnica en el disco, explica: “En unos momentos me quiero hacer rico, en otros momentos he descubierto que eso es una tontería, que no voy a hacerme rico ni del palo”. “A veces me veo como un friki emprendedor, que me alejo de gente que no sigue mi camino, pero cuando estoy con mis colegas y unas cañas pienso: que le jodan al post ese de Instagram que decía que me iba a levantar todos los días a las 6 de la mañana y ducharme con agua fría para empezar el día como un ganador”, añade. “En las historias narradas nos cuentan que todo sigue la estructura de introducción, nudo y desenlace, pero la vida no es así. Cambiamos de opinión y de pensamientos constantemente. La vida también fluctúa, no es lineal y hay procesos serpenteantes. Y, sobre todo, musicalmente me mola cómo queda”, subraya.
“Si no fuese por esos okupas, no sería nadie. Viva el Kubo y sus madres. Y las casas que se llaman como el nombre de su calle”, canta Ben Yart en Gracias a Pi. Cuenta que la canción la hizo para agradecer a la gente que gestiona el Kubo, el edificio en propiedad de la SAREB en Barcelona reconvertido en una casa ocupada en la que viven actualmente cerca de una decena de personas. Hace algo más de un mes el inmueble estuvo en el foco mediático porque la empresa de desalojos ilegales, Desokupa, intentó echarlos. “Han querido hacer ruido porque su empresa se está cayendo y han pensado en atacar al Kubo. Pero no será así. Si los echan será a través del Estado y de esas mierdas, no de una empresa”, opina Ben Yart.
“He vivido ahí cuando me mudé a Barcelona. He estado ahí cuando se reabrió tras cerrarse”, cuenta a elDiario.es. Aunque asegura “no abrazar del todo el movimiento”. “Gracias al movimiento okupa, lo politizados que están y los recursos que tienen, tuve acceso a una vivienda cuando me mudé a Barcelona y no tenía trabajo. A veces, cuando te mudas, no te da tiempo a hacer la rueda de encontrar curro, generar lo suficiente para tener una fianza, encontrar piso y seguir en el trabajo”, relata. Al respecto de la canción y preguntado por los hechos, defiende: “No quería personalizarme en el conflicto y que pareciese que decía: 'Yo estuve ahí porque soy muy guay'. He preferido hacerlo con perfil bajo. De hecho, la canción habla de esa época y hay partes en las que juego con la censura”.
Preguntado sobre las alarmas ‘antiokupas’ y sobre los hechos publicados en otros medios respecto al edificio, Ben Yart se muestra contundente: “Todo eso es falso. Hay una manipulación de los hechos. Si esa casa ha durado tanto es porque era de un fondo buitre que se arruinó y otro la compró para poder especular. Si esa fuese la casa de un particular, estaban todos fuera en menos de dos días”.
Si bien el rock vasco se ha destacado por ser afín a las ideas del movimiento abertzale, Ben Yart no se casa con ninguna ideología concreta. “El arte nunca es neutral, todos tenemos una opinión”, responde al insistir en estas preguntas, pero zanja: “No quiero ser un panfleto”. No obstante, los conflictos socioeconómicos y los problemas que uno puede tener al ser de un barrio de clase baja son evidentes en sus letras, sea de forma implícita o explícita. Al planteárselo, responde: “Mi música la disfruta, en ese sentido que dices, el que ya conoce todo lo que digo. No creo que le abra los ojos a nadie, sino que es gente que la escucha, disfruta, y dice sobrau”, expresa entre risas.
La música de Ben Yart recuerda al punk. Sus letras, su actitud, sus conciertos y el desparpajo con el que lo hace todo lo convierten en un artista, por lo menos, diferente a lo común en la música urbana. Durante la cuarentena, aunque dice “ser consciente de la gravedad del coronavirus”, fue quien puso voz a las ganas de socializar de los jóvenes, de fiesta, de salir y del antiautoritarismo frente a las medidas de protección. “Pánico al control, al virus no, a la multa no, miedo al control”, expresa en su canción Viejo Amigo, y también: “Poquita ilusión, los días son iguales. Sin opción, ¿qué vamos a hacer los chavales?”.
Su proyecto, de la mano del de sus amigos de la Chill Mafia, nació con la intención de crear música nueva en Euskadi para la juventud. Eso sí, al criarse allí, la repercusión en él de la música abertzale y de los jurrus es obvia. El mismo Ben Yart confiesa haber tenido un grupo de punk en el pasado. Preguntado por la actitud punk en el trap, explica: “Un punki tiene a mano una guitarra, un ampli con distorsión, una batería y un bajo. Yo un ordenador y el FL Studio. El programa se inicia directamente a 140 BPMs [beats por minuto, la velocidad a la que va la música] y con pocos comandos tienes los sonidos más característicos del trap, como los hit-hats o los 808’s. Igual el sonido no cuadra al 100% con el mensaje, aunque me dé grima decir mensaje. Mi sonido viene determinado por mi conocimiento y mis condiciones materiales”.
En su música acostumbra a usar el autotune, un filtro musical que procesa el audio y se suele usar para alterar la voz. Hay quien critica esta herramienta por “facilitar” la producción musical. Para Ben Yart, “es un recurso que te permite perderte en la interpretación de lo que estás diciendo: en vez de enfocarte tanto en una afinación concreta y regular, puedes enfatizar una parte de la letra y que destaque más sobre el resto”.
“Entiendo que se valore que un intérprete cante todo el rato afinado, pero gracias al autotune hemos conseguido espontaneidad en la música”, opina por otra parte. “La gente se cree que el autotune te deja la voz bonita y vas a sonar como Lana del Rey”, censura entre risas. Eso sí, el uso del autotune ya no es tan rompedor y novedoso como hace unos años y, sobre esto, ejemplifica que “hasta una cresta deja de ser punk cuando la lleva tu profesor de gimnasia”.
Su canción Día de paga habla del día del ingreso de la nómina. En vez de ser una canción bailable o con la que uno pueda relajarse, el tema genera ansiedad. El arte debe despertar emociones y sentimientos y, aunque alguien se pueda sentir identificado con las actitudes de la letra, los ritmos y la entonación generan ese estrés y transmiten el descontrol de querer salir de fiesta y gastar dinero. En cuanto al uso del autotune aquí, destaca que es “la única canción sin el programa prácticamente" de toda su carrera musical. “Queríamos generar esos sentimientos y se generaban mejor sin autotune que con él”.
En los últimos años ha habido una ola de músicos por gran parte del Estado que defienden la música de raíz, sobre todo, la que mezcla los ritmos más tradicionales con los más novedosos. Junto a la Chill Mafia en temas como Barkhatu ['perdón' en euskera], mezclan lo tradicional con ritmos asociados al trap y con muchos versos en la lengua vasca.
“Se da en todo el Estado porque siempre hay ciclos en los que ha pasado el suficiente tiempo para que no te dé esa pereza de algo pasado de moda y genere esa nostalgia que te da que sea antiguo y no quieres que desaparezca”, opina preguntado por esta corriente musical. “A la chillma nos dio por crearlo así porque durante la cuarentena, al Flaco Funky y al Kiliki Fresco [integrantes del grupo], eran muy frikis en ese momento del folclore de nuestra zona. Pero de hecho lo llamábamos aburrevascos, solo que cuando ya no te lo ponen de fiesta y pasa un tiempo empieza a darte esa nostalgia”, relata. “El rock también salió de reinterpretar el blues”, enfatiza.
Preguntado por si se engloba en un estilo musical, es honesto: “Si uso los ritmos del trap, sus bajos característicos y una voz con sus retoques, no pasa nada por decir que hago esa música”. “No pasa nada por reconocerlo y etiquetarlo, aunque se hagan cosas que no son exactamente trap. Creo que en unos años se reconocerán las ramificaciones pertinentes. Los filósofos dicen que cuando defines algo lo limitas, pero está bien poder identificar las cosas con palabras”, opina preguntado sobre la etiqueta de ‘música urbana’ frente a algo más específico como el hip-hop, el rap o el trap.