Tras las entrevistas de Sánchez a Pablo Motos y Ana Rosa, sus némesis mediáticas, se recuperó algo parecido a una esperanza que se había perdido. Una ilusión que, en los momentos de resaca postdebate, parece haber vuelto a desaparecer, y eso suele ser un error capital para la izquierda. Tanto PSOE como Sumar se la juegan en movilizar a su electorado, y lo deben hacer recuperando y capitalizando esa ilusión. Cuando la gente recupera la alegría y vota contenta, se logran pequeños hitos.
Había cabreo en el voto a Podemos tras el 15M, mucho cabreo. Mucha ira contenida por las consecuencias de una crisis que había dejado a casi todos atrás, pero sobre todo estaba la esperanza de que el cambio era posible. El “Sonría, que sí se puede” de Pablo Iglesias es historia de los debates televisados y se convirtió en un lema imbatible. La sonrisa y la sensación de poder. Ocurrió lo mismo en Madrid con Manuela Carmena. La gente hacía sus propios collages, ponía su foto en los balcones. Era factible dar la vuelta a las encuestas y hacerlo con un optimismo que se contagiaba.
Esa ilusión —a la que también hace referencia Elizabeth Duval en su libro Melancolía. Metamorfosis de una ilusión política—puede nacer de forma espontánea, pero también hay que trabajarla, y parece que nadie se da cuenta de ello. Sumar está intentando girar el tono del debate, mover esa ilusión, pero parecen emparedados entre el cabreo del bipartidismo, que han asumido esa máxima de ‘o yo o el caos’. Para Feijóo, el caos es repetir el sanchismo; para Sánchez, el caos es un Gobierno de extrema derecha. El problema es que el cabreo tiende a movilizar a la derecha, pero no a la izquierda.
Como consejo electoral, si la izquierda quiere ganar las elecciones, podría recurrir al cine, que normalmente se ha centrado en los debates electorales, pero que de vez en cuando lo ha hecho también en las campañas. Lo hizo de forma brillante el chileno Pablo Larraín en No (2012), una película que contaba las bambalinas de la campaña por el 'No' en el referéndum que planteó Pinochet para ‘leigitimizar’ su dictadura mediante el voto de la gente. La sensación en el pueblo era que esa elección era imposible de ganar. ¿Cómo se vence a un dictador? Lo que muestra Larraín es la campaña publicitaria (sí, publicitaria) que se realizó para lograr la victoria del 'No' y que Pinochet abandonara el poder.
Lo hace de una manera brillante, con un uso excelente del material de archivo, que se mezcla con una perfecta recreación histórica y contando la campaña llevada a cabo por el equipo basada en crear sensaciones y emociones en la gente. Una vez se convocó el referéndum, se estableció que se emitirían, desde un mes antes de la votación, spots de 15 minutos para las dos opciones de voto. El primer día fue emitida primero la franja del ‘No’ y luego la del ‘Sí’, al día siguiente al revés, y así sucesivamente. Larraín pone el foco en que para ganar no valía con tener un motivo irrefutable como el derrocar a un dictador, sino que había que convencer mediante la ilusión que debía trasladar su campaña para dar la vuelta a unas encuestas que les daban como claros perdedores.
Hay una escena que lo enseña de forma clara. El anterior equipo de la campaña muestra al nuevo director creativo (Gael García Bernal) el anuncio que han preparado. Un spot que se basaba en la verdad histórica. Impepinable. Los asesinados y exiliados de Pinochet. La respuesta del personaje de García Bernal es demoledora: “¿Piensan ganar con esto?”. Es tremendo, pero resultó ser cierto. Por desgracia, los muertos de la dictadura no eran suficiente, igual que parece que no surge efecto que Vox retire banderas LGTBI, niegue la violencia machista y censure obras.
“Es la verdad, sí, pero no es suficiente”, continúa el protagonista ante el cabreo de una izquierda donde hay muchas facciones. No parece, en algún momento, una película que habla sobre España y no sobre Chile. "El miedo no asusta, el miedo asusta a la contra”, “El miedo aumenta el número de los indecisos”, se escucha también en el filme. Y es inevitable no pensar en las elecciones de Madrid de 2021, cuando Pablo Iglesias se presentó como líder de Podemos para parar a Ayuso y azuzar a la gente a salir de casa bajo un lema claro: “O el fascismo o yo”. El resultado ya lo sabemos. Algo parecido ha ocurrido en las últimas autonómicas. A pesar de haber hecho campaña con el miedo a Vox en el centro, la gente ha votado a la derecha. Han elegido el miedo.
En No tienen claro que lo que mueve a la gente es una ilusión que puede hasta ser prefabricada, pero que tiene que nacer de argumentos y de verdades. En aquella ocasión, de la sensación de libertad, de querer quitar a un asesino del poder. La sensación de hacer justicia con los exiliados y asesinados. Pero en política lo que es justo no es siempre lo que gana ni lo que convence, y hay que hacerlo atractivo. Si la izquierda quiere seguir el ejemplo chileno, debería convencer a la clase trabajadora que ahora mismo quiere votar en contra del sanchismo de que la reforma laboral, la subida del salario mínimo y de las pensiones le benefician y, para ello, tiene que hacerle llegar ese mensaje.
En la campaña del 'No' se acudió a profesionales de la publicidad que hasta crearon el jingle más pegadizo posible, ese ‘Chile, la alegría ya viene’ que se convirtió en un icono (y en éxito musical); o esas camisetas con un arcoíris y la palabra "NO" escrita en mayúsculas que se popularizaron rápidamente y mostraban un horizonte de esperanza. También el apoyo de un sector cultural que incluso atrajo a personalidades extranjeras como Christopher Reeve, Jane Fonda y Richard Dreyfuss.
Aquí parece que hasta la derecha ha entendido mejor que la ilusión moviliza. ¿No es acaso un jingle aquel ‘Con ganas’ de Ayuso, que la mostraba chascando los dedos como en una verbena de pueblo?, ¿o reutilizar en un momento de nostalgia enfermiza la música de Verano azul? Quieren derogar el sanchismo y, encima, lo hacen con música. A la izquierda no le queda otra que intentar ilusionar, convencer a la gente de que todavía se pueden cambiar las encuestas y que, como dicen también en el filme de Larraín, la alegría no tiene porque ser una falta de respeto, sino un agente revolucionario y transformador.