Salvo que no lo hizo. Disney creía que un spin-off de Toy Story, una de sus franquicias más lucrativas, llevaría a la gente al cine y, sin embargo, Lightyear decepcionó en taquilla. No solo eso: además, le acompañó la polémica por un beso entre dos mujeres que llevó a su censura en algunos países —incluido España, aunque eso un año después—, y las críticas fueron muy frías. Lightyear venía a mostrar las peores facetas del estudio: por un lado, su carácter subsidiario de Disney —que desde que absorbiera a Pixar en 2006 ha conminado a la afloración mecánica de secuelas—,y por otro, el dramático encorsetamiento de su fórmula.
Pixar se convirtió en el estudio de animación más potente del mundo a través, más que de la animación en sí, de un modo de contar historias. Este modelo, en Lightyear conducía a una película previsible y ahogada por la solemnidad, al tiempo que atiborrada de todo tipo de reminiscencias aledañas —no precisamente de los años 90, sino del cine de Christopher Nolan y Marvel— que contrastaban con los sólidos resultados de Soul, Luca y especialmente Red. Había esperanzas de que Elemental, siguiente proyecto de Pixar tras Lightyear, hubiera aprendido algo de la película de Domee Shi con el panda rojo. No es el caso.
La historia apunta a repetirse con Elemental. El filme número 27 de Pixar clausuró el Festival de Cannes sin desatar pasiones, y luego llegó a los cines de EEUU el 16 de junio. Por ahora su taquilla es mucho peor de lo que se había previsto y, más allá de lo bien que pueda ir en mercados extranjeros, todo apunta a que el público ha perdido su apego por la marca. Tan sonada ha sido la decepción que el malestar bien puede extenderse a Disney, después de la paupérrima recaudación de su último filme animado, Mundo extraño.
Se da el caso de que en 2023 Disney celebra el centenario de su fundación, para el cual ha puesto en pie una película propia, Wish. Este largometraje se estrena el próximo noviembre y, hoy por hoy, no parte con las mejores previsiones, existiendo un temor real de que las películas de animación made in Disney no muevan a las familias a salir de casa. ¿Cuál puede ser el motivo? Pete Docter, líder de Pixar desde la salida de John Lasseter por conducta inapropiada en 2018, dio una posible respuesta en una reciente entrevista con Variety.
A lo largo de la pandemia, el público se habría acostumbrado a ver las películas de Pixar en Disney+. La ventana de streaming ha arrebatado el aura de acontecimiento a cada estreno, ofreciendo mayor comodidad a las familias con respecto a una cartelera donde además Elemental no habría sabido destacar. Se ha vinculado el preventivo fracaso de Elemental a la nula publicidad —lo que bien pudo lastrar a Mundo extraño—, así como a la cercanía con Spider-Man: Cruzando del multiverso, producción animada que sí ha triunfado.
En cualquier caso, parece claro que hay un problema con el streaming. Docter ya expresó su malestar con la decisión de Disney en su día, asegurando que Pixar hacía películas con tal nivel de detalle que debían apreciarse en pantalla grande, pero ha tenido que ver cómo poco a poco la producción tomaba un carácter televisivo. En principio contra sus deseos, pero Elemental de pronto ha venido a demostrar otra cosa, afianzando su vínculo con el streaming desde el cortometraje que le acompaña a su exhibición en cines: La cita de Carl.
Originalmente, La cita de Carl era uno de los cortos de Dug y Carl, serie de Disney+ que da continuidad a Up. Por algún motivo, se ha querido estrenarlo junto a Elemental y así retomar una tradición en la que Disney no incurría desde Bao con Los increíbles 2. No es la primera vez que Pixar realiza una jugada así: en 2017 proyectó antes de Coco un corto interminable protagonizado por Olaf, de Frozen, pero entonces no hablábamos de un estudio con la crisis de credibilidad que tiene ahora. La cita de Carl viene a subrayar que la excepcionalidad de Pixar es cosa del pasado. Que es un contenido de catálogo como cualquier otro.
Un contenido de catálogo que luce especialmente bien, por otra parte. Pixar no ha perdido músculo en este campo. Tras tantos años a la vanguardia de la animación estadounidense, el estudio del flexo sigue siendo garantía de una animación sofisticada, con un cuidado especial en la luz y las texturas. De un tiempo a esta parte, parecía sin embargo haber perdido el rumbo en cuanto al avance técnico, obcecado en perseguir el hiperrealismo, y de ahí que fuera tan refrescante toparse con una película como Red.
Red se plegaba a la enérgica subjetividad de una niña, Mei, al tiempo que coqueteaba con técnicas ajenas al influjo de Pixar como el anime. A su modo, engrosaba la actual tendencia de la animación mainstream según la cual, habiendo tocado techo las posibilidades del 3D, esta incorpora elementos de las dos dimensiones en busca de una expresividad híbrida. Es la escuela de Spider-Man: Un nuevo universo, que ha logrado rivalizar con el emporio Disney hasta el punto de que la mencionada Wish también emplea este estilo.
La animación está cambiando, pero ¿ha reaccionado Pixar a ello? En Red lo hizo, para que a continuación las imágenes de Lightyear fueran totalmente genéricas y grisáceas. Elemental toma una senda más colorista, pero lo hace según los rigurosos estándares de casi treinta años de estilo Pixar. Constriñendo la animación, siendo cada diseño reconocible y sobado, y ahondando en una impresión general asombrosamente ingrata: la de que esto ya lo hemos visto demasiadas veces, pero nunca así de impersonal. Con tan perezoso encaje a un molde.
Elemental nos presenta una ciudad poblada por elementos: fuego, aire, tierra y agua. La composición visual de cada personaje-elemento, organizado según etnias, es tan solvente a nivel técnico como inane desde el diseño. No hay ni un solo personaje con un rasgo carismático o que no recuerde a alguna otra película del estudio, al tiempo que la urbe que les da cobijo se ofrece como una mezcla de cada escenario empresarial que haya desfilado por títulos archiconocidos, de la ciudad de los muertos de Coco a las oficinas de Monstruos S.A.
Ciñéndonos aún así al meritorio trabajo de la visualización de los elementos, el filme sí que logra brillar ahí donde Lightyear era incapaz de hacerlo… en pequeñas dosis. Elemental narra el romance de Candela (una chica de fuego) y Nilo (un chico de agua). Un romance marcado por todo tipo de dificultades entre las que destaca la obvia: no pueden tocarse sin recibir algún tipo de daño. Pero la trama aboca a que la distancia vaya supliéndose, y los acercamientos poseen una gran fuerza dramática y sensorial. La fuerza que emana de confiar en las posibilidades del medio que, lamentablemente, se limita a una o dos escenas.
Lo lógico sería que un amorío entre el fuego y el agua se despachara según las hechuras de una comedia romántica, y en efecto, es ahí Elemental donde rinde mejor. El problema es que esto es Pixar, y Pixar no puede limitarse a hacer una “comedia romántica”. Durante sus años de mayor afinidad crítica, el estudio del flexo interiorizó que sus tramas debían poseer una considerable ambición temática, lo que terminó redundando en la rebaja del sentido del humor y en una progresiva enajenación de los guiones, con el posible resultado de limitar la satisfacción del público infantil. Elemental adolece al extremo de ambas consecuencias.
Por un lado, la comedia es terrible, sustentada por entero en ocurrencias a vuelapluma acerca de la condición de los personajes, como el público acuático de un encuentro deportivo haciendo una “ola” literal. Por otro, el guion ejemplifica los peores vicios del estudio, dispersándose en una enervante sucesión de metáforas y metáforas dentro de metáforas que blinden la coartada intelectualoide de Pixar. Porque, más allá del romance, Elemental quiere hablar de la inmigración, de justicia social, del racismo, de las expectativas familiares…
Sorprende que una historia tan saturada la firme Peter Sohn, el director de un filme como El viaje de Arlo que podía ser igualmente problemático, pero que al menos sabía ser mucho más concreto y dejaba respirar a sus ideas. Sohn ha ideado la historia según la experiencia de sus padres, inmigrantes coreanos en Nueva York, pero hay tal sobredosis de capas en su película que de esta biografía no se deduce ni la más leve cercanía, convertida en la check list necesaria para que Elemental se articule como un completo tratado sociológico. Cosa que no es, para nada. El filme asocia tan atolondradamente la naturaleza con lo sociocultural/identitario que ni siquiera advierte su esencial frivolidad —en esto se parece a Soul—, y le concede tal importancia a lo “reflexivo” que se olvida de pulir una historia, recurriendo a automatismos y sobreexplicaciones agotadoras. Hasta tal punto llega su error que Elemental acoge el signo de una farsa: la reducción de lo que una vez fue Pixar al absurdo, a la autoparodia. Una forma especialmente deprimente de tocar fondo.