El Don Juan que propone el cineasta francés Serge Bozon –y que llega este viernes a las salas de cine– es una revisión en la que Don Juan no es un picaflor, sino un hombre roto y destrozado por amor. Su masculinidad está deconstruida, y los rasgos y formas de Tahar Rahim acrecientan a ese hombre taciturno que no apabulla con su físico y cuya seguridad no está en ningún momento. Lo hace, además, en forma de musical con canciones grabadas en directo donde Rahim y Virginie Efira demuestran que son dos de los intérpretes franceses más potentes y carismáticos del momento.
Bozon tiene el punto canalla que no tiene su personaje, e intenta provocar con sus respuestas, asegurando que su filme no es una respuesta al Me Too, sino que nació simplemente por ofrecer un punto de vista diferente a un personaje manido y muchas veces retratado. “El hecho de que se hable desde un punto de vista actual llegó de forma progresiva. En la primera versión del guion, y cuando digo las primeras, son unas cuantas. El protagonista era un seductor en el sentido clásico, tenía éxito. Iba de mujer en mujer”, cuenta.
Fue la contribución de Axelle Ropert al guion lo que cambió todo. “Progresivamente, y sobre todo gracias a ella, llegamos a la idea de un hombre abandonado el día de su boda que va de fracaso femenino en fracaso femenino, y cuya relación con las mujeres pasa por la obsesión a través de la mirada. No es que nos dijésemos que ahora por el Me Too había que cambiar la figura del seductor. No era un imperativo ideológico”, subraya aunque termina aceptando que no es una revisión inocente. “Ella es parte del movimiento feminista, yo no. Quizás eso influyó más de lo que yo pensaba en el proyecto, pero no pensé en términos generales de masculinidad porque para mí el protagonista no es representativo de esa masculinidad”, explica.
Bozon se rebela contra que los personajes tengan que ser modelos de comportamiento, y no quiere que las acciones de un protagonista masculino tengan que servir de ejemplo para todos los hombres. Su intención ha sido intentar “que el espectador tenga al final más libertad para interpretar las cosas que si el personaje fuera puramente representativo de la masculinidad”.
En la propia película, en donde el protagonista es un actor que, para rizar el rizo, interpreta a Don Juan en una obra de teatro, introduce una escena donde unos alumnos le preguntan si hay una diferencia entre no juzgar a un personaje y excusarle. Bozon deja claro que en esa escena lo que le interesaba era mostrar que su personaje “no tenía nada que decir”, que era “alguien que no tiene nada en sus manos, no es brillante intelectualmente”. Como cineasta cree que se puede juzgar a un personaje desde un punto de vista ideológico y que a él no le molesta, ya que cree que “la ideología no es algo extremadamente importante en el cine”.
“Me puede gustar el cine estalinista. Hay películas que son racistas o misóginas y que me pueden gustar, porque las cuestiones estéticas no son cuestiones ideológicas. Incluso en las películas que cito, películas de propaganda, siempre hay algo que escapa a esa propaganda. Cuando la película es buena, aunque pretenda ser racista o misógina, acaba desbordando ese programa ideológico”, continúa y pone de ejemplo El sol siempre brilla en Kentucky, de John Ford, que cree que ahora mismo sería “casi imposible de mostrar” por su retrato racista del criado negro. “A mí eso no me impide amar la película, y al mismo tiempo sé que el personaje responde a estereotipos muy racistas”, zanja.
Para sus números musicales, decidió que los intérpretes cantaran en directo. Algo inusual en el cine, pero que aporta un realismo que se traslada a las actuaciones de Rahim y Efira, que son capaces de transmitir mucho más que si acudieran al clásico playback. Algo que ya se vio en filmes como la adaptación cinematográfica de Los miserables. En Don Juan eso hace que sean importantes las respiraciones, las pausas, lo que no se dice. “El silencio era importante. Su voz es frágil, y además ellos no son cantantes, así que para mí el silencio tenía una fragilidad que resulta de la desnudez de sus interpretaciones”, analiza.
No es la única declaración de intenciones estética. Este Don Juan se ha rodado en 35 milímetros, igual que las películas anteriores de Serge Bozon. Algo que no es solo un capricho visual, sino que también lleva implícita una defensa “en favor de las salas” de un director que no tiene DVD, ni usa el ordenador, ni está “abonado a ninguna plataforma”.