Ya no habría necesidad de distinguir una película de un videojuego como si el cine fuera más respetable por sí mismo: el avance del medio, y su desempeño económico, así lo han dispuesto. Y sin embargo, la consigna de “esto ya no es un juego” se escucha varias veces en la película de Gran Turismo, transmitiendo una cutrez equiparable a cuando continuamente vemos a personajes (todos ellos empresarios) asegurando que cualquiera pueda “cumplir su sueño”. La retórica de emprendimiento se da la mano con el complejo de inferioridad.
A Gran Turismo, dirigida por Neill Blomkamp, no le queda otra por el planteamiento que tiene: no es en realidad una adaptación de los videojuegos de conducción originales, sino una película basada en hechos reales. La historia real de Jann Mardenborough, exitoso piloto de carreras, cuya trayectoria repasa la película introduciéndose en las ligas del biopic beatífico. Con esos mimbres ni siquiera se le puede criticar, como se le criticó a la primera película de Super Mario, que no se parezca a la obra original. Gran Turismo juega a otra cosa.
Por ejemplo, a celebrar el legado de una marca. La película como tal lleva en marcha desde 2013, cuando le fue asignada al mismo Joseph Kosinski que había dirigido TRON: Legacy y años después triunfaría en taquilla junto a Tom Cruise en Top Gun: Maverick. Esta versión del proyecto fue descartada, no obstante, y no encontró nuevo impulso hasta que Gran Turismo 7, el año pasado, llegó a las tiendas concienciado con el carácter histórico de la franquicia que venía a prolongar, una década después de Gran Turismo 6.
Gran Turismo 7 enfatizaba su identidad de “simulador de conducción más realista de la historia”, así como su compromiso con el sello de Sony. Desde 1997, con la primera PlayStation, cada Gran Turismo ha quedado a disposición de cada generación de esta consola, siendo la creación de la japonesa Polyphony Digital algo así como el buque insignia de Sony. No era de extrañar, pues, que la película pudiera recabar fuerzas ahora que Gran Turismo 7 (muy bien valorado por la crítica) aseguraba el apego sentimental al título, y Sony tenía una empresa en nómina perfecta para encargarse: PlayStation Productions.
PlayStation Productions se dedica con exclusividad a la adaptación de videojuegos de Sony Computer Entertainment. Esto implica trabajar de forma cercana con los desarrolladores originales y entablar un estricto control del producto, que ya ha dado pie a la película de Uncharted y a la aclamada serie de The Last of Us para HBO. PlayStation Productions estrenó hace poco en Peacock (servicio de streaming afiliado a Universal y ausente en España) la serie Twisted Metal, que también toma como base unos juegos de conducción. Eso sí, muy distintos a la propuesta de Gran Turismo, más tendentes a la acción y la fantasía.
La misma PlayStation Productions planea en el futuro adaptaciones de Horizon, Ghost of Tsushima o God of War, siendo Gran Turismo un filme que, según cayó en sus manos, fue rodado a toda velocidad. Quizá porque esta compañía supo a quién darle el volante: Neill Blomkamp, un director que ya había mostrado interés por los videojuegos en puntos previos de su carrera. Por ejemplo, con sus cortos dedicados a Halo: una franquicia donde también había despuntado el citado Kosinski con el corto promocional Halo 3: Starry Night.
El empeño por recurrir a conocedores del medio habría situado a Blomkamp en el camino de Sony y PlayStation Productions, pero puede haber otros motivos. Blomkamp empezó su carrera con fuerza: Distrito 9 le colocó en 2009 a la vanguardia de la ciencia ficción, en torno a una ambiciosa parábola sobre el apartheid empleando alienígenas. Igual de ambiciosa en su descripción futurista de la lucha de clases fue Elysium pero ahí fue cuando se comenzó a tambalear su buena apreciación crítica, desaparecida del todo con Chappie.
Coincidió con la vinculación de Blomkamp a sagas como RoboCop o Alien, sin que se materializara nada hasta que, en 2021, el director de origen sudafricano tocó fondo con Demonic. Este filme de bajo presupuesto, rodado en pandemia, fue masacrado por la crítica, dejando sin fuerzas a Blomkamp para seguir intentándolo con historias originales, y desesperado por volver a encontrar un rendimiento sólido en taquilla. Se había convertido, pues, en el candidato idóneo para un artefacto como Gran Turismo, y para dejarse controlar por el poder corporativo de Sony y PlayStation Productions sin rechistar.
Es en efecto Gran Turismo una película controlada, que engrasa con disciplina la maquinaria promocional inaugurada por Gran Turismo 7. Según esta, el centro del film no es un intento de darle narrativa a lo que originalmente solo eran sucesiones de carreras y campeonatos, sino la GT Academy: un proyecto de Poliphony y Sony con Nissan que en 2008 empezó a entrenar jugadores expertos de Gran Turismo para competir en carreras de verdad. Jann Mardenborough (interpretado por Archie Madekwe) es su alumno más exitoso, así que la película narra su ascenso de gamer a corredor de élite. Sin apenas consolas involucradas.
Aunque sea Mardenborough el total protagonista de Gran Turismo, más que biopic aquí asistimos a un anuncio demencialmente largo de las bondades de juego y la GT Academy, proyectando una cierta imagen de la empresa (ya se sabe, aquella que hará que nuestros sueños se cumplan) sin disonancias. No las pudo ofrecer Blomkamp, pero al final sí las ha puesto Hollywood: la huelga de guionistas y actores ha retrasado el estreno de Gran Turismo en EEUU del 11 al 25 de agosto. Entre medias, habrá varios preestrenos destinados a fans.
Las normas de la huelga estipulan que los intérpretes, aparte de no poder seguir rodando, tampoco pueden embarcarse en giras promocionales. “Las estrellas no pueden promocionar la película, pero el público sí podría”, han dicho desde Sony explicando la motivación tras estos preestrenos. Cabe dudar si al público le va a apetecer promocionar esto.
Lo más notable de la saga Gran Turismo, aparte de todas las marcas y patrocinios que han bendecido sus entregas, es que su gran atractivo es el fotorrealismo. Incluso en los tiempos de la primera PlayStation, los coches y sus físicas han estado primorosamente diseñados, así como una jugabilidad desesperada por hacernos sentir al volante de un modo nítido. En este campo es posible que ninguna otra cabecera se acerque a sus logros técnicos, pero de cara a pensar en una adaptación al cine hay unas limitaciones muy problemáticas con las que lidiar.
¿Qué sentido tiene la pretensión fotorrealista cuando hay coches de verdad? Es una encrucijada que, en cierto modo, ya afectaba a la experiencia de The Last of Us en HBO (recreando de forma enfermiza cada compás del videojuego), pero que aquí al menos podía paliarse con una historia no tan conocida. La de Mardenborough, secundado por su entrenador Jack Salter (David Harbour) y el fundador de la GT Academy, Danny Moore.
Danny Moore se basa en Darren Cox, el verdadero inventor del programa de adiestramiento de gamers, y es su interpretación a manos de Orlando Bloom uno de los elementos más irritantes de un filme plagado de ellos. Bloom, absolutamente histérico, personifica al empresario temerario y entusiasta que suele dejarse caer por la reciente moda de los 'biopics de producto', a la que Gran Turismo (aunque se centre en un piloto real) no deja de ceñirse.
Los biopics de producto (donde incluiríamos Air o Flamin’ Hot: La historia de los Cheetos picantes, para la que Eva Longoria se basó en testimonios falsos) quieren ponerle rostro humano a una marca abstracta, y tejer a partir de ella inspiradoras historias de superación. Gran Turismo no es el primer videojuego que pasa por aquí pues ya hemos tenido Tetris (sobre la comercialización del producto fuera de Rusia), pero sí el que forma parte inseparable de un despliegue mediático y creativo donde todo es reemplazable salvo el logo.
Hablamos de marcas reflexionando sobre sí mismas y, por supuesto, haciéndolo en los términos más laudatorios posibles: marcas a las que le encajan estupendamente los clichés del biopic. Aunque ni siquiera Gran Turismo rinde bien en esta plantilla, mostrando una atención irregular por las circunstancias familiares o las dudas de Mardenborough, y prefiriendo recrearse en la supuesta espectacularidad de las carreras. Ahí es donde de pronto la mano de Blomkamp se antoja relevante, pero también donde es suprimida del todo.
La profusa utilización de drones y rebuscadas disposiciones de cámara ansían reparar la absurdez de un “simulador de conducción” en acción real, mientras que un montaje impenetrable trata de subrayar artificialmente la velocidad de lo narrado. Este montaje, no obstante y en consonancia a la anemia emocional del conjunto, acaba despojando a las imágenes de cualquier valor, y nos devuelve al eslogan que lo empezó todo. Es posible que Gran Turismo "ya no sea un juego”, pero esto desde luego tampoco parece cine.