Quizás el caso más fácil para compararla es el de Ali, otro biopic, en esta ocasión del mítico boxeador, en el que sí lograba, al menos, separarse del tradicional filme sobre la vida de una leyenda. Lo lograba apostando por una mirada más política, hablando del creciente activismo de Ali, y con la increíble puesta en escena que tenían sus escenas de boxeo. De esos dos elementos a Ferrari solo le funciona uno, y no es suficiente. Mann se luce y saca su mejor versión cuando rueda las carreras de coches. Desde un entrenamiento sin fuste, donde gracias a su mirada y un montaje excelente mete al espectador en el coche, hasta el accidente demoledor que culmina el clímax de la carrera de las mil millas. Una escena que sobrecoge y donde uno piensa, ‘este es el Michael Mann que queríamos'.
También recurre aquí a centrarse solo en un momento concreto de la vida del empresario y conductor, el de su crisis matrimonial con Laura y la carrera que casi acaba con su compañía. Visto el resultado parece que Mann esté tan obnubilado con el personaje que se haya olvidado de dar intención a su obra. Uno no sabe bien qué quiere contar a través del personaje. No hay un retrato de su obsesión, ni de su genio, tampoco de su habilidad para los negocios. No ayuda que Michael Mann se permita la licencia de usar hasta los mismos recursos musicales que en El dilema. El Sacrifice de Lisa Gerrard y Pieter Bourke vuelve a sonar en los momentos más dramáticos dando la sensación de que el autor o se autocita o ha puesto el piloto automático.
Por no haber no hay ni contexto político. ¿Cómo es posible que una película en la que sus personajes se han visto marcados por la Segunda Guerra Mundial y que se desarrolla en Italia, un país dominado hasta el año 1943 por el fascismo, no tenga apenas menciones a lo ocurrido? Una simple visita a Wikipedia aporta más datos sobre estos años en la vida de Ferrari ?como por ejemplo que la fábrica de la compañía estuvo al servicio de Mussolini? que el biopic de Michael Mann.
Tampoco se decanta por ser una radiografía del duelo de dos padres marcados por la muerte de su hijo, aunque ambos personajes se vean definidos por este suceso y por la ruptura de su relación provocada por la tragedia. Uno ve Ferrari sin problemas, porque Michael Mann es un artesano capaz de dirigir cualquier cosa de manera competente, pero echando de menos estar al borde de la butaca, emocionarse con los personajes y no solo con las carreras.
En la rueda de prensa, Mann explicó que eligió el año 1957 porque fue cuando “muchos de los conflictos de su vida chocan”. “La empresa está en quiebra, acaba de perder un hijo y su matrimonio se está desmoronando. Estas dinámicas son tan específicas y, sin embargo, universales: todos pasamos por ellas. En esta historia, todo está comprimido de una manera dramática y operística”.
El encuentro con los periodistas era uno de los más esperados de esta edición. No solo por el regreso de Michael Mann, sino porque Ferrari es de las pocas películas que han recibido la exención de los sindicatos para poder ser promocionada en Venecia por los actores, lo que ha hecho que pudieran asistir Adam Driver y Patrick Dempsey, dos de los intérpretes de la película. Driver se deshizo en halagos al filme, pero también tuvo palabras para el parón que tiene a Hollywood en vilo. “Si las productoras independientes son capaces de llegar a las condiciones que piden los sindicatos, ¿por qué no pueden Netflix y Prime Video?”, dijo mostrando de forma clara su opinión en este conflicto.
Quien no acudió fue Penélope Cruz, que por motivos personales no pudo acompañar al equipo del filme. Una pena, porque la actriz es, de lejos, lo mejor de la película. Un papel que era un caramelito para ella, el de una madre italiana que sufre la pérdida de un hijo y las infidelidades de su marido. Cruz llena de rabia y dolor sus gestos y, sobre todo, su mirada. En sus ojos descansa una de las mejores escenas del filme, la que muestra cómo los dos padres visitan la tumba de su hijo. Mientras Enzo Ferrari habla en alto con él, ella lo enseña todo a través de su mirada. Lo hace gracias al trabajo de Cruz, cuyas apariciones insuflan vida a un filme que se queda a medio gas; aunque suene a juego de palabras estúpido.