Sin embargo, nunca lo había hecho de forma literal hasta The killer, su nueva película que adapta la novela gráfica de Matz y Jacamond. The killer sería la otra cara de la moneda de los títulos citados anteriormente. Aquí, por primera vez, el punto de vista es el de quien aprieta el gatillo, y lo de meterse en su mente es tal cual, porque como ocurría en el cómic, la narración avanza gracias a la voz en off en la que escuchamos los pensamientos de este asesino frío e imperturbable al que da vida Michael Fassbender, que consigue hacer de su cuerpo la mejor arma de interpretación para transmitir el estado de este hombre en descomposición de rictus impenetrable.
The killer -que se estrenará en Netflix el próximo 10 de noviembre- se divide en capítulos, cada uno ambientado en una ciudad diferente, y comienza con uno en París donde Fincher vuelve a demostrar que es uno de los mejores directores del momento. Su primera media hora es un ejercicio de cine preciso como un reloj, meticuloso y trepidante. Uno que demuestra que el ritmo no depende de que pasen muchas cosas de forma rápida ni de un montaje trepidante, sino de cómo construyes y haces avanzar tu historia.
Un primer capítulo que pone del revés las expectativas de la película, ya que lo que vemos es la rutina alienante de un asesino en serie que espera y espera en un piso de París a una víctima que nunca aparece. Un comienzo con ecos de La ventana indiscreta donde la cámara de Fincher se mueve con mano de maestro entre las cuatro paredes de un espacio de coworking entre yoga y canciones de los Smiths, porque —aquí otro detalle de genio— son las canciones de la banda de Morrisey las que ayudan a este asesino a bajar las pulsaciones para poder usar su rifle de mirada telescópica. Sumen a temas como This charming man, Heaven Knows I'm Miserable Now, o How soon is now?, la increíble banda sonora de sus habituales Trenz Reznor y Atticus Ross y lo que tienen es una de las composiciones musicales más potentes del año.
“No creo que exista una biblioteca de música de un artista que tenga tanta naturaleza sardónica e ingenio al mismo tiempo. No tenemos mucho acceso a quién es este tipo, y pensé a través de su mixtape que sería divertido que esa fuera nuestra ventana a él”, dijo el propio Fincher de la elección de las canciones de The Smiths.
Quien espere un thriller de acción por doquier que busque otra cosa. Aquí hay un thriller impecable e implacable, afilado e inteligente, que tras el primer asesinato hace bajar las pulsaciones del espectador dejando que pase el tiempo para que llegue otro. Un filme a través del cual muestra un mundo en descomposición, una sociedad individualista donde no existen conceptos como la suerte o la justicia, como dice ese asesino que reflexiona sobre lo que ocurre mientras prepara la venganza tras un encargo fallido.
Fincher vuelve a hablar del mundo que rodea a este asesino, y aunque no lo haga de forma tan explicita como el cómic en el que se basa, plantea reflexiones sobre conceptos como la verdad, la deshumanización por la tecnología, la banalidad del mal —“quiero que el espectador dude sobre quién es la persona que tiene detrás”, ha dicho Fincher en la rueda de prensa— y la ausencia de cualquier tipo de valores. Es curioso que dos directores habitualmente tan cínicos en sus películas como Yorgos Lanthimos y David Fincher coincidan en realizar dos obras que, si bien muestran un mundo putrefacto, apunten a la ausencia de cinismo y a la unión como única tabla de salvación.
Fincher compone su película en un constante contraste. Lo que piensa su personaje y lo que realmente vemos. Este asesino que justifica sus actos en la falta de valores del mundo como coartada moral para la ausencia de los suyos propios. Por eso, el filme juega desde la puesta en escena a esos contrastes. Cuando el punto de vista sale de la cabeza del personaje de Fassbender, el sonido —clave en este filme— cambia, las canciones se escuchan con otra intensidad y hasta la fotografía se agita (hasta utilizando la cámara en mano, un recurso que utiliza en contadas ocasiones en sus películas).
Resulta irónico que el lema de este asesino, un lema que se repite una y otra vez como un mantra para creerse sus propias mentiras, sea que siempre hay que “ceñirse al plan y no improvisar”. Irónico porque la frase —escrita por Andrew Kevin Walker, con quien ya escribió Seven— viene en una película de un director que tiene, precisamente, fama de maniático del control y obsesión por el detalle. Alguien capaz de repetir un plano para mover un milímetro una coca cola para repetir un plano y cuyo lema -según dijo una vez Steven Soderbergh- es que “existen cientos de formas diferentes de rodar algo, pero al final del día en realidad sólo hay dos, y una de ellas es errónea”.
Aquí vuelve a demostrar su habilidad para encontrar el encuadre perfecto, y logra momentos para el recuerdo, como una pelea cuerpo a cuerpo donde el sonido y el montaje son fundamentales, y un encuentro con Tilda Swinton que recuerda —salvando las distancias del guion de Sorkin— a la escena inicial de La red social en cuanto a la capacidad de sacar oro de una conversación en torno a la mesa de un bar. Es cierto que, quizás, The killer no tiene el calado de La red social o Zodiac, pero confirma que Fincher es uno de los grandes maestros del cine actual con un thriller que el 99% de los directores del mundo matarían por tener en su filmografía.