Además, aborda el consentimiento, tema central en el actual debate legislativo de los delitos sexuales.

Pero Prima Facie es algo más que eso. Y lo es porque la actriz permite que el dolor la atraviese; se arriesga a exponerse, a no controlar, y deja que el personaje ocupe su cuerpo. La representación desaparece, surge el pathos y todo se rompe. Quedan a un lado el bullir de la actualidad y reina el cuerpo de la mujer en escena, un cuerpo exhausto que lleva años, décadas, siglos, siendo laminado y humillado. El director, el peruano Juan Carlos Fisher, la iluminación de Ion Aníbal López y el sobrio espacio escénico de Lua Quiroga Paúl, deciden sabía y simplemente acompañar, permitir.

Prima Facie aborda la historia de Tess, una abogada junior, triunfadora, hiperpreparada y lista para actuar, que se trunca cuando ella misma sufre lo que lleva años combatiendo en los tribunales. Tess está especializada en defender a agresores sexuales, buscando huecos en el sistema legal para que haya una duda razonable y sus defendidos salgan libres. Todo cambia cuando Tess es violada por un compañero de despacho. Ahí todo se da la vuelta. La denuncia, la policía, la reacción de los compañeros de trabajo, los 782 días hasta el juicio y el propio proceso judicial en el que se interrogará a la víctima hasta la extenuación. La fuerza y resolución de la abogada se vuelve pura fragilidad.

Este periódico pudo asistir a la tercera función en Madrid tras su estreno en Avilés, sexta función en total (la del domingo 3 fue cancelada por la alerta meteorológica y será compensada en otra fecha). Luengo, ya en la primera escena, hace una demostración de capacidad interpretativa, de dinamismo de gesto y energía, de trucos actorales asentados en esta actriz que lleva desde su juventud haciendo teatro, ya sea con Alfredo Sanzol, Andrés Lima, Sergi Belbel, el recientemente fallecido Salva Bolta, Gerardo Vera, Àlex Rigola o Josep Maria Flotats. Después vendrán más de cien minutos de actuación en los que ese cuerpo exultante y confiado del principio irá convirtiéndose en un cuerpo arrasado. Cuando acaba la función, la electricidad recorre toda la platea. El aplauso es inmediato, entregado, se oyen bravos, pero también palabras de agradecimiento.

Luengo es consciente de que algo especial está pasando. “Los aplausos que estoy recibiendo en esta función me hacen llorar de gratitud y de emoción todos los días", explica a elDiario.es. "Cuando termino la función me siento muy abierta en canal, muy vulnerable. Y es como si todo lo que yo he vaciado, se me devolviera convertido en amor. No sé explicarlo. La gente, cuando aplaude, en vez de bravo, grita gracias. Nunca me había pasado. El primer día que lo escuché, me puse a llorar. Había una mujer en segunda fila gritándome '¡gracias, gracias!'. Y no solo son mujeres, sino también muchos hombres”, añade.

Pero lejos de caer en el folclorismo del éxito teatral, ese aplauso denota que algo más ha pasado en escena. Vicky Luengo venía avisando. En sus dos últimos papeles en teatro, uno en un papel secundario, Principiantes, y otro como protagonista, en el Golem de Juan Mayorga en el Centro Dramático Nacional, había demostrado que es una actriz solvente, capaz y que 'pisa bien', pero también que tiene una relación extraña y propia de acercarse a los personajes. Una combinación entre la técnica y el olfato poco común. Algo que también ha demostrado en sus trabajos para la pantalla, tanto para televisión (Antidisturbios), como para el cine (Suro).

En teatro es habitual que la industria, cuando cree que está ante un actor o actriz de calado, se le ofrezca un monólogo. Sin ser la prueba de fuego, en muchos casos supone un antes y después. Es lógico pensar que así lo afrontó la actriz en un principio, pero el riesgo con que lo afronta, el grado de exposición en los momentos de fragilidad apuntan a otras razones. Al preguntarle por esto, Luengo responde que es consciente de que en esta función le pasa algo que no le había ocurrido antes: “Normalmente tengo claro por donde voy a pasar, suelo tener más control, en esta no lo tengo”, confiesa.

Cuando se le pregunta si es consciente de que hay algo excepcional en esta obra a nivel interpretativo, Luengo afirma que fue en Madrid, en el ensayo general, cuando comenzó a darse cuenta ?el estreno en la capital coincidió en mitad del caso Rubiales?, pero dice que no puede darle una explicación clara: “No sé si entiendo todavía qué está pasando, llevo tan solo unas pocas funciones, si tuviera que explicarlo diría que me comprometí a no estar por encima de la historia, a intentar poner toda mi honestidad y toda mi verdad en el escenario. No se trata de que trabaje con mis historias personales, no creo en esa manera de actuar. Pero en este caso hay algo que me toca tan visceralmente que sentía que tenía que ser honesta con lo que a mí me ocurría. Por eso pedí permiso al director para que permitiéramos no saber qué iba a pasar cada día. La honestidad reside en permitir que cada día pase en escena lo que a mí me está pasando en ese momento”.

Honestidad y verdad son algo que todo actor intenta poner siempre en sus trabajos, al indagar un poco más en las causas, Luengo habla de control: “Ese es un tema en mi vida, no solo como actriz, y aquí me permito no tenerlo. Lo que a mi me toca en esta obra es distinto a trabajos anteriores. Podría buscar el distanciamiento, sé hacerlo. Pero decidí mojarme, mancharme las manos, meterme en el barro sin importarme cómo de bien salía la obra, haciendo que lo que importase fuera dejar salir todo mi dolor, todo mi odio, pero no como Victoria Luengo, sino todo mi dolor y toda mi ira como mujer, todas mis experiencias y las de mis amigas, de mis familiares, de todas las mujeres que yo he tenido alrededor viviendo esa experiencia”, afirma con rotundidad. “Sentí que la manera más justa de explicar esta historia era conseguir que el espectador pudiera ver y sentir lo que siente un cuerpo cuando sufre algo así”, concluye.

Así, Luengo confiesa que cada día sale con miedo, afirma que no sabe si Prima Facie será un después en su carrera pero que sí hay un antes y después en su vida, reivindica la capacidad política del teatro: “Si no de qué iban a estar cancelando tantas obras”, apunta; y está contenta con la gira que no deja de crecer y ya tiene aseguradas las ciudades de San Sebastián, Vitoria, Pamplona, Logroño, Zaragoza, Alicante, Albacete, Las Palmas o Bilbao en los próximos meses en los que además la actriz espera el estreno de la serie Reina roja.

Tras la función, en los bares de los alrededores del teatro, se podían encontrar corros de espectadores comentando la obra, debatiendo los diversos temas que el texto de Miller suscita: el consentimiento, las dificultades de probar hechos acaecidos muchas veces en la intimidad, la rigidez legal y procesal por la que tiene que pasar una víctima o en qué ha cambiado esto la reciente ley del sí es sí. Sobre las tablas Luengo, con el cuerpo roto, acaba de decir que no podemos seguir interrogando a la víctima y no cuestionarnos los propios supuestos de la ley, que algo tiene que cambiar, que una de cada tres mujeres ha sufrido una agresión sexual, que la ley gira sobre el eje equivocado, que la experiencia de una mujer no encaja con el sistema definido por los hombres.

Las entradas en Madrid ya están agotadas para todas las funciones. El domingo pasado, por la alerta climática, se suspendió la función pero será reagendada próximamente para estas 400 localidades vendidas. Se perfila como uno de los éxitos de la temporada al tratarse de una obra inteligente y precisa sobre un tema que hoy atraviesa y transforma nuestra sociedad. Con ella, los espectadores son testigos del poder inigualable del teatro, capaz de cambiar consciencias y de ensanchar los pulmones de “cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo”.

Cuando en ese espacio de encuentro que es un teatro el acto teatral ocurre, como decía Gabriel Celaya de su poesía, el teatro no es un “bello producto, un fruto perfecto, sino el aire que todos respiramos, el canto que espacia cuanto llevamos dentro”.