La humildad de Lanceta no es una pose para la foto del día. “Yo nunca quise ser una artista. Nunca pinté ni me lo planteé. Estudié Historia Moderna y Contemporánea en Barcelona, pero la terminé por inercia. En aquella época cayó en mis manos una madeja de algodón. Yo quería hacer algo que significase algo, desarrollar un lenguaje, hasta que salió de mis manos un pequeño tapiz. A coser aprendí de una manera autodidacta. No hay nada más sencillo, ahora los niños lo aprenden en la guardería porque es como un código binario: coges un hilo y a la siguiente pasada coges el otro. Para mí arte era lo que hacían Velázquez o Picasso, lo mío era más bien un andar que se ha ido haciendo. Por eso me hizo tanta ilusión que las alfombras y tapices de las mujeres bereberes que acompañaban a las mías en la muestra del Reina Sofía estuviesen allí, dialogando con el Guernica y compartiendo espacio entre iguales. Además, decir que uno es artista no quiere decir en absoluto que sea bueno, solo que esa persona piensa que hace arte. ¿Cuántos artistas hay que son malísimos y están en todas partes o son muy cotizados? No, no, a mí eso es algo que nunca me ha preocupado. En Occidente hemos querido separar la utilidad del gozo, pero la artesanía no necesita de nadie que la eleve, ya es arte”.
El arte de Lanceta, que incluye el estampado, el parcheado, el bordado, el cosido a mano o a máquina e incluso el zurcido, está estrechamente vinculado con los afectos, el diálogo y la memoria. De hecho, sin llegar a ser el suyo un arte narrativo, sus vivencias se inscriben en cada una de sus expresiones textiles. Le pasó en sus viajes semanales en tren Alicante-Barcelona que hizo durante los siete años en que estuvo dando clases en la Escola Massana de artes aplicadas. Cada vez que atravesaba el Ebro, venían a su mente las historias que escuchaba de niña en el pueblo de su abuela, Horta de San Joan, donde su familia fue castigada por haber sido anarquista. “La batalla del Ebro pasó por 15 lugares para despistar al enemigo, pero justo por donde pasaba mi tren, una loma muy alta, fue el único sitio donde los descubrieron y los masacraron. En cada viaje me sobrecogía más porque pensaba en todos los huesos que hay bajo aquella belleza de arrozales…”. Y de estas sensaciones, sumadas a la investigación etnográfica, surgió una obra titulada El paso del Ebro, donde además de los cinco tapices que representan los cinco meses de batalla le hizo un homenaje a la tela ?que aún conserva? con la que su abuela cubría la masa del pan.
El otro viaje ?que en realidad fueron múltiples? que ha marcado su obra fue el que hizo en la década de los 80 a las aldeas del Medio Atlas marroquí, donde acudió acompañada del historiador del arte Bert Flint, que fue su guía en aquel universo rural entonces tan poco accesible: “Me invitó con un telegrama y cuando yo iba a Marrakech dormía en la jaima que había de exposición en su museo", cuenta entre risas la artista. "Flint es la persona que más me ha influido de todos los que he conocido, porque él me hizo comprender lo que es la creatividad colectiva y el arte popular. Llegábamos a las aldeas y nos sacaban los tapices, pero él les decía: 'Yo no quiero hablar con los hombres, quiero conocer a las mujeres que los han hecho'. Eso es lo importante. Todos los objetos, incluso los industriales, están hechos por alguien y ese es un hecho que hay que respetar. Detrás de todos los objetos hay personas, hay trabajo, hay historias, hay necesidades y hay también una violencia ejercida contra la naturaleza, y no lo podemos olvidar”.
Teresa Lanceta ha construido un puente entre las distintas tradiciones de ese arte colectivo y el arte contemporáneo y su obra está cada vez está más cotizada en el mercado. Hoy, uno de sus tapices puede llegar a costar 30.000 euros, pero reconoce que a ella solo le llega aproximadamente el 20%. “El galerista se lleva el 50% y luego entre Hacienda y materiales, el resto se volatiliza. Si te soy sincera, ahora por fin me va bien, pero tengo 72 años y sigo sin poder jubilarme porque me faltan años de cotización”, añade la artista.
Cuando llegó a Moncloa en 2018, Pedro Sánchez pidió a Patrimonio cuadros de mujeres y obras de Teresa Lanceta, Menchu Gal, Juana Francés y Soledad Sevilla fueron trasladadas del Reina Sofía a la sede de Gobierno. A la artista textil la llamó un conservador para preguntarle si su tela debía colgarse en horizontal o vertical. Ella dijo que le era indiferente. Y a partir de ese momento en las sesiones de fotos con sofás blancos de la sala Tàpies, donde el presidente recibe a sus invitados, ya sean aliados o adversarios, lo que se ve de fondo es esa abstracción serena de Lanceta, Sin título, formada por unos cuadrados verdes, ocres y marrones y unos círculos superpuestos. “Es una de las primeras telas que cosí. Me la compró [el fallecido exministro] José Guirao en un ARCO por muy poco dinero, no me llegó ni para el alquiler de aquel mes, y hasta que la llevaron a Moncloa estaba en los almacenes del Reina Sofía”.
Cuando Miquel Barceló protestó airadamente porque habían colgado su cuadro en el salón del Consejo de Ministros, Lanceta salió a decir que no hay lugares nobles o innobles para las obras de arte y que a ella no le molestaba en absoluto que su tela sirviera de fondo a un encuentro entre Sánchez y el exlíder del PP Pablo Casado: “Claro que preferiría estar en el Museo del Louvre, que en la Moncloa ?admite entre risas?, ¿pero qué más quiero? Cada vez que sale la tela en televisión, todos hermanos y mis amigos me llaman ilusionados para avisarme. Así que difícilmente una obra mía podría tener más visibilidad. Además, cuando vendes una obra tienes que desligarte de ella porque su dueño hará con ella lo que le dé la gana y eso lo sé yo. Y Barceló lo sabe”. ¿Incluso pisarla? “Incluso pisarla”.