Este volumen supone el debut de Rivière en un medio que siempre le ha gustado pero que, al mismo tiempo, le ha impuesto mucho respeto. “He leído muchísimo y mi estilo como ilustrador está basado 100% en el cómic. Pero veía hacer cómics como algo inalcanzable”, afirma el autor. “Hay tantas cosas que van más allá de dibujar… la narrativa, el lenguaje de la imagen. Entran en juego un montón de cosas que pensaba que no era capaz de hacer”. Sin embargo, todo cambió durante la pandemia de la COVID-19, momento en el que Rivière se replanteó las cosas y se animó a probar con historias breves. “Le envié algunas a Servando Rocha [editor de La Felguera] y le gustaron mucho. Y me propuso hacer este libro en el plazo de un año. A mí me dio miedo, pero es el tipo de oportunidad que no puedes desaprovechar: tenía que decir que sí”. Sin embargo, no fue un proceso fácil para él: “Tiré para delante y me propuse ver de qué era capaz en un año”, asegura. “Pero no dediqué ese año solo a eso: tengo mi trabajo y mi familia. A base de levantarme a las cinco de la mañana muchos días he sido capaz de terminarlo”. Pese a todo, Rivière afirma haberlo disfrutado mucho, aunque su respeto por el medio ha aumentado: “Dibujar cómics me parece más difícil que antes. Pero me veo más capacitado para llevarlo a cabo sin que se me caiga la cara de vergüenza”.
Para el autor, también ha sido un cambio en su método de trabajo, con respecto a su labor como ilustrador. “El trabajo de ilustrador es muy diferente. Tienes que lidiar con muchas cosas raras, y muchas veces te piden cosas que tú consideras que no son las acertadas, pero al final el cliente es el cliente. Tengo claro que estoy a su servicio”, explica. “Pero en el libro he estado al servicio de mí mismo, es el libro que me gustaría leer a mí, y he vomitado cosas que llevo años regurgitando”.
Ávido lector de cómic, reconoce sus referentes sin ambages: “Charles Burns es una influencia gigantesca para mí”. Pero no es la única, como explica el dibujante. “Yo empecé a leer cómics en serio con una edición de quiosco de The Spirit de Will Eisner. Antes de eso, había leído algo de superhéroes, pero, claro, te leías un tebeo de Spiderman y no sabías lo que pasaba antes o después, y cuando volvías al quiosco en lugar del siguiente te encontrabas uno de El Castigador, lo comprabas, tampoco entendías nada… Con The Spirit tenías cuatro historias cortas cojonudas, con un dibujo increíble. Después me desenganché, pero volví al medio con el triunvirato de Daniel Clowes, Charles Burns y Peter Bagge. Descubrí toda una forma de hacer cómics”.
Tal y como él mismo reconoce, fue su naturaleza obsesiva la que le llevó a pasar todo el año que dedicó a Amanece en Ciudad Despojo a leer únicamente cómics y libros teóricos sobre ellos. “He leído bastante manga, Daredevil de Frank Miller, underground de los 60 y 70, las obras de Martí Riera o clásicos de la edad de oro como Chester Gould”. El autor también asume su deuda con las historias cortas publicadas durante los 50 por la editorial estadounidense EC Comics, en la que autores como Harvey Kurztman, Al Feldstein o Joe Orlando asentaron un modelo para las historietas de terror. “Son increíbles, maestros absolutos. Lo mejor que ha habido nunca en cómic estaba ahí”.
Ese modelo deja notar su influencia en los relatos contenidos en el libro, con frecuencia de solo un par de páginas. “A mí me gustan las cosas cortas. Mi grupo favorito son los Ramones… me gusta el punk de canciones de dos minutos, y en cine suelo preferir las películas de hora y media a las de tres. En el cómic me pasa igual: la novela gráfica está muy bien, pero a mí me gustan más las historias cortas autoconclusivas y el formato de magazine”, comenta Rivière. También hubo razones prácticas en su decisión, como reconoce: “Me parecía más realista empezar por ahí y descubrir cuál es mi lenguaje, antes de lanzarme a hacer una historia de doscientas páginas”.
El resultado destaca por su variedad y por la capacidad del dibujante de adaptar su estilo a cada historia, aunque dentro de unos límites. “He jugado con la técnica, pero no buscaba una coherencia en el estilo, y le he dado a cada historia lo que pedía visualmente. Por otra parte, tenía solo un año, así que había que saltar sin red, pero tampoco podía volverme loco con los experimentos”, reconoce.
El libro tiene un decidido sabor retro y pulp, fruto de las influencias y gustos de Rivière, pero también de una cierta actitud vital: “No me siento muy identificado con el mundo tecnológico actual de teléfonos móviles, redes sociales y autotune [risas]”. Pero el autor va más allá en su defensa de lo popular y aquello que ha pasado por debajo del radar de la alta cultura. “Yo disfruto exactamente igual de una obra elevada que de una abyecta que no hay por dónde cogerla. De hecho, me puede motivar el doble. Tengo la capacidad de ver cosas valiosas donde la mayor parte de la gente solo ve mierda. El cine malo, la literatura de usar y tirar… Me gustan las cosas hechas sin ínfulas, porque me molesta especialmente lo pretencioso”, argumenta el autor. Sin embargo, los tiempos han cambiado y ese pulp hecho por “gente que trabajaba a destajo, enloquecidos por llegar a las fechas de entrega”, ya no existe. “Me siento cómodo con la etiqueta, pero el pulp no es un fin en sí mismo, sino algo más que me fascina y que forma parte de mi arsenal”, explica. “Ya no es posible trabajar así, y soy consciente de que mi obra no responde a eso, aunque hay autores de pulp excelentes, como Jim Thompson, que es mi escritor favorito”, matiza.
Cuando un autor se acerca a ese lado oscuro y hace protagonistas de sus historias a seres abyectos y monstruos de todo pelaje, siempre pisa terreno resbaladizo. Rivière es consciente de ello, pero asegura que que no quería "hacer algo excesivamente negro y deprimente”. Aunque el dibujante reconoce ser bastante pesimista, ha pretendido huir de hacer una obra que “te dejara machacado con mensajes morales que creo que ya no son necesarios”. Y reflexiona sobre la tendencia de la ficción contemporánea a recalcar los mensajes morales de forma didáctica: “Si eres una persona semidecente no hace falta que nadie te diga ciertas cosas. Por supuesto, yo tengo mis ideas y mi moral personal, que no quiero constreñir. No voy a ser completamente quirúrgico. Al final, te estás implicando cuando lo haces, pero intento no machacar a la gente con mensajes obvios. Yo te describo las cosas y tú piensa lo que quieras. Es lo que a mí me gusta, pensar un poco en los mensajes después de ver una peli o leer un cómic, que no me lo den todo masticado”.
Rivière manifiesta que, ante todo, intenta respetar a los lectores. “A veces parece que hay que evitar ofender a todas las personas del planeta y dejar totalmente claro dónde estás tú, para que nadie se piense que estás apoyando cosas negativas. Me parece un poco triste tener que hacerle todo el trabajo al espectador o al lector, la verdad”. Por eso, además, introduce un sentido del humor negro en sus historias, para “jugar con lo terrible buscándole el lado lúdico”.
Mario Rivière se muestra satisfecho con Amanece en Ciudad Despojo, y afirma que “no es el fin del camino, sino el comienzo”. El autor tiene la intención de seguir dibujando cómics, aunque ahora esté descansando tras su “maratón” y el periodo estival. “Estoy intentando retomar el control de mi vida con la 'vuelta al cole', ya que tengo una hija pequeña”, comenta. “Pero voy a seguir pensando historias y haciendo lo que se me ocurra. No me cierro a la historia larga, pero me veo más en las cortas, por el momento. No sé si tengo paciencia para hacer 150 páginas de una misma historia”.