Monica llega siete años después de la publicación de su anterior cómic, un tiempo que nos habla del complejo proceso creativo.
Ha sido complicado. Aunque no trabajaba en el libro cada día durante esos siete años, sí pensaba en él casi todo el tiempo. Iba dándole vueltas a ciertas ideas, en el fondo de mi cabeza, incluso inconscientemente. Tenía unos 55 años cuando empecé a darle forma. En esa época miraba lo que hacían otros artistas entre los 55 y los 65, y aunque había buenas obras, en general podía ver cierto declive. Sentía que estaban perdiendo su energía, como si fueran conscientes de que ya habían hecho sus mejores trabajos y no podrían superarlos. Yo sentía que sí, pero también que era mi última oportunidad de ponerlo todo en una obra. La verdad es que no esperaba tener 62 años cuando terminara.
El libro está dedicado a la memoria su madre, fallecida hace poco tiempo, y la de amigos de la profesión como el dibujante Richard Sala [fallecido en 2020]. Algunos han visto en ese gesto una especie de tributo.
Es lo opuesto, en realidad. Quizás demuestra que pienso en la gente que he perdido. Pero también es sobre gente que admiro y nunca he llegado a conocer: artistas en los que he estado interesado a lo largo de mi carrera, y que siento que conozco de alguna forma, quizás mejor de lo que conozco a gente de mi familia, porque ponen algo de ellos mismos en sus obras. Hay una parte de su personalidad que emerge de ellas, en una forma de auto-expresión.
Aunque el libro tiene una parte más personal e íntima, también parece haber un interés en lo universal. ¿Diría que es su trabajo más ambicioso?
Mi objetivo era hacer un libro acerca de todo, aunque pueda no parecerlo. Leí hace tiempo la crítica de Jean-Luc Godard de Baltasar (1966), la película de Robert Bresson, que es muy sencilla, es la historia de un burro al que le van pasando cosas… Pero Godard dijo que era una película que trataba sobre todo, y eso me marcó, porque no lo parecía en absoluto, parecía algo muy pequeño. Pero cuanto más pensaba en ella, más me daba cuenta de que tenía razón. Y yo quise explorar esa idea.
La estructura de Monica me parece muy interesante: consta de nueve capítulos, de extensión y tono narrativo muy distintos entre sí. ¿Cómo trabajó este aspecto de la obra?
En un principio, tenía muchas ideas, pero sin conexión entre ellas. En algunos casos tenía solo el título del capítulo, o el tono que quería que tuviera. Por ejemplo, podía pensar que querría que uno fuera una especie de mezcla entre las viejas historias de terror de los 50 y las novelas de Nathaniel Hawthorne, que siempre he pensado que serían muy fáciles de llevar al cómic. Pero, a medida que iba desarrollando todo, veía más claro que quería que todas esas ideas formaran parte de la misma historia. Aunque sería una historia fragmentaria.
Por ejemplo, vemos a Monica entrar en un coma con 23 o 24 años, y la siguiente ocasión en que sabemos de ella tiene más de 40, y no tenemos ni idea de lo que ha pasado en ese tiempo. En realidad, pensaba en la vida entera de Monica; tengo una línea temporal muy clara e imagino todas esas partes de su vida. De alguna forma, esas partes perdidas son las más importantes de la historia. Las partes que tienes que completar como lector. Es algo esencial en el lenguaje del cómic: pones dos imágenes juntas y el lector tiene que imaginar qué ha pasado en medio. Esto es lo mismo, pero a lo grande.
¿Es importante para usted la recepción del libro, que se entienda la historia?
La verdad es que realicé Monica para mí mismo, en primer lugar. Por eso no tengo ni idea de cómo lo puede recibir cada lector. De hecho, nadie ha leído nada hasta que ha estado terminado, ni siquiera mi mujer. Cuando lo terminé y lo leyó me dijo que no tenía ningún sentido [risas]. Me pasa a menudo. Cada vez que trabajo en un libro pienso que no voy a publicarlo, que haré diez copias para mí y para los amigos en los que confío de verdad. Nadie sabrá que existe. Pero cuando está hecho, empiezo a pensar que quizás debería publicarlo [risas]. Poco a poco va escapando de mi control.
El libro ha salido a la venta en España un poco antes que su edición en inglés. ¿A qué se ha debido?
Sí, Monica se ha publicado previamente en Países Bajos y España; casi todo el mundo habla inglés allí, por eso me gusta mucho ir a estos países. No quería penalizarlos, y, por otra parte, son dos de mis editores favoritos. Fulgencio Pimentel ha hecho un trabajo maravilloso. En el viejo mundo anterior a Internet, nadie en Europa habría tenido noticias del libro, estábamos todos más aislados.
Pero ahora la gente de España habría tenido todo tipo de imágenes del libro; estoy seguro de que cada viñeta acabará en Instagram. Y no puedes hacer nada con eso. Me gustaría que hubiera más gente que se enfrentara a la lectura sin saber nada de la historia.
Monica acaba de publicarse en Estados Unidos de la mano de Fantagraphics, su editorial de siempre. ¿Cómo está siendo su recepción?
Hasta ahora, el grupo de lectores era muy reducido: amigos, otros dibujantes, algunos periodistas a los que enviamos copias. Lo entendieron mejor de lo que esperaba. Ahora tengo que asumir las reacciones del público, y puede que haya personas que esperen un libro ligero que leer en una tarde, y se sientan un tanto confusas.
Es como si hasta el momento el libro estuviera seguro y ahora tuviera que dejar a mi pobre hijito solo en el metro: “¡Búscate la vida!” [risas]. Pero pienso que el público es inteligente. Aunque pueden sentirse desconcertados en una primera lectura, tienen la buena voluntad de asumir que hay algo más allá de la superficie que pueden encontrar para formar sus propios significados.
Quizás una de las claves de la historia es la narradora no fiable; el lector no puede estar seguro nunca de que ese relato en primera persona de Monica corresponde con la verdad, o que lo que ve ha pasado realmente.
El cómic es genial para eso. Siempre he tenido la idea de que lo visual es la verdad y la narración en palabras está filtrada por una perspectiva humana y por tanto es menos de fiar. Pero para esta obra trabajé con la idea de que quizás las imágenes tampoco están diciendo la verdad.
Tiene que ver con mi propia manera de lidiar con los recuerdos; soy consciente de que muchos de ellos, que tengo fijados en mi memoria, en realidad son recuerdos de recuerdos de recuerdos. Están filtrados por una narrativa, que hace legibles como historia un montón de elementos inconexos, para poder ser contados a otras personas. Quería que el libro reflejara ese tono: son recuerdos en los que los personajes creen, pero no son necesariamente la verdad.
Monica es un personaje muy complejo: ¿cómo ha llegado a darle forma?
Era mi intención centrarme en este personaje. Después de la muerte de mi madre comencé a ir a terapia, y profundicé en muchos recuerdos de mi infancia, misterios, cosas de las que mis padres no me hablaban porque era demasiado doloroso para ellos. Era un proceso complicado para mí, reunir todas las piezas. De ahí viene Monica. Mi terapeuta me dijo que era como si estuviera creándome una amiga, alguien que compartiera el mismo caos emocional, con quien pudiera sentirme cercano. Porque me da mucha envidia la gente que conoce a alguien y siente una conexión con respecto a sus infancias… La segunda generación de inmigrantes italianos, pongamos por caso, puede tener recuerdos similares, el mismo tipo de educación católica… Pero mi infancia fue muy extraña y no tenía que ver con la de nadie que haya conocido. Solo creando un personaje podía acercarme a esa especie de confort.
Ha mencionado a su terapeuta… Y en Monica parece que es importante la cuestión de la salud mental. ¿Hay una relación entre ambos hechos?
Lo que sucede es que mi esposa trabaja en el ámbito de la salud mental. Estoy muy interesado en la dicotomía entre psicología y neurología, entre lo que está en nuestros cerebros y lo que tomamos de nuestro entorno. Aprender sobre neurología, sobre las razones por las que la gente es como es, me influye mucho.
Me resultaba fascinante pensar que cuando nacemos somos como bolas de barro moldeables, y es la sociedad lo que nos hace ser lo que somos; pero, en realidad, hay cosas que están ahí desde el principio, la personalidad está ahí y el entorno no tiene un absoluto control sobre ello. Pienso mucho en ello. No lo llamaría “enfermedad mental”, es una palabra muy fuerte, pero creo que casi todo el mundo que conozco tiene algún tipo de asunto que solucionar. Incluso la gente que parece muy feliz y exitosa tienen algo que les hace sentir soledad o ansiedad en algún momento. Siento empatía por todo el mundo, no me planteo si una persona es buena o mala, sino los motivos por los que es como es.
Uno de los capítulos más interesantes está centrado en la experiencia de Monica en una secta. ¿Se documentó sobre ello o es fruto de su invención?
Tenía un interés insano cuando era joven en todo el asunto de las sectas, especialmente las americanas de los setenta, Heaven’s Gate, los Moonies o el Symbionese Liberation Army en el que estuvo Patty Hearst. Encontraba muy sugerente la idea de que un pequeño grupo de gente que rechazaba la sociedad y la tecnología se concentrara en conectar los unos con los otros, y el hecho de que siempre acabara de un modo horrible. Pero pienso que hoy en día todo el mundo está en una especie de secta, de un modo u otro.
Muy poca gente acepta opiniones de todo tipo; tendemos a tener opiniones muy cerradas y convencionales, en consonancia con las del grupo en el que te mueves. Por eso tengo una especie de admiración por la gente que tiene opiniones extrañas, aunque sean cuestionables, porque es casi imposible salirse de la norma en este mundo de internet y redes sociales. Aunque pienso que en persona la gente aún se muestra más como realmente es, sin querer proyectar una imagen ideal, lo cual no me parece humano en absoluto.
¿Diría que las sectas son un síntoma de que algo va mal en la sociedad?
Es un síntoma de una sociedad fragmentada: todo el mundo quiere una familia de algún tipo. Un escritor me dijo una vez que tenía que buscar cuál era la motivación de mis personajes, y me di cuenta de que básicamente están buscando respeto. Todo el mundo hace lo que hace para ganar respeto, incluso aunque no sean conscientes. Esto me aclaró mucho las cosas.
En Monica, además, hace un recorrido desde la guerra de Vietnam hasta la América post Trump. ¿Tenía intención de hacer algún tipo de crítica política con la obra?
No quería hacer ningún comentario político, no es algo que me interese introducir explícitamente en ninguno de mis trabajos. No creo que la opinión de un dibujante sea de interés en este sentido: nos pasamos demasiado tiempo dibujando como para poder meternos a fondo en política. El personaje de Monica no muestra directamente ninguna ideología, aunque puedes llegar a la conclusión, al final del libro, de que se sitúa a la izquierda en el espectro político, de una forma vaga.
Pero, sobre todo, quería capturar los ambientes, la experiencia de vivir en diferentes épocas y lugares. Quería que Monica, los lectores y yo mismo atravesásemos diferentes épocas, casi como si fuéramos en un barco por el océano.
Con todos esos referentes a cómics del pasado, ¿diría que su trabajo es retro?
No es retro en absoluto, no pretendo volver al pasado. Pero creo en el reciclaje, en no deshacerme de nada que todavía funcione. Cuando veo cosas en cómic antiguos que funcionan, pero también en películas o en la música, intento llevarlas a mi terreno y ver cómo pueden encajar. A veces veo películas antiguas que pueden parecer pasadas de moda, pero que, sin embargo, me parecen más intensas que cualquier cosa moderna que pueda ver. Con más profundidad y belleza.
Si hiciera una película seguramente usaría el tipo de música presente en el cine clásico, y seguro que parte del público moderno se sentiría un poco alienado. Al final, se trata de usar las mejores herramientas que tenga a mi disposición. Al mismo tiempo siempre estoy buscando cómics nuevos, esperando nuevas formas de hacer las cosas, que yo nunca hubiera imaginado.
Forma parte de una generación que comenzó a publicar en los 80. Hoy hay otros dibujantes más jóvenes, como Chris Ware, Simon Hanselmann o Nick Drnaso que también tratan con la realidad social y los problemas actuales. ¿Cómo ve la escena actual del cómic estadounidense?
Me encanta el trabajo de estos tres, dese luego. Pero hay otra generación más joven, gente de veintipico o treinta años, casi chavales. Me hacen sentir muy mayor [risas]. Cuando yo empecé con 25 años, iba a las convenciones y veía a Will Eisner, Jack Kirby o Harvey Kurtzman, toda la gente que admiraba. Pero no me sentía parte de ello, eran demasiado míticos, aunque luego fueran al baño igual que yo [risas]. Ahora me doy cuenta de que soy justo eso para la gente joven de ahora. Podría ser el abuelo de algunos de ellos.
¿Cómo ve el futuro?
No sé si yo tengo mucho futuro [risas]. Solo quiero seguir en activo un tiempo más, aunque nunca se sabe. Ahora mismo me siento en la cima de mi carrera como artista. Trabajo tanto como puedo. Respecto a la escena del cómic en la que yo me muevo, es bastante caótica, y hay una cantidad increíble de artistas. Cuando empecé éramos muy pocos, prácticamente conocía a todo el mundo que estaba en el sector. Ahora podría pasar días aprendiendo los nombres de autores que no conozco.